Notas para una economía política de creatividad y solidaridad

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¿Cómo puede la sociedad acercarse a formas de organización económica que colocan en su seno la creatividad humana, lo que incluye una relación respetuosa con la naturaleza?

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Se habla en nuestro entorno de crisis: ‘una circunstancia’, según el diccionario, ‘de inestabilidad o peligro que conduce a un cambio decisivo’. Para poder actuar en un contexto de este tipo, encontrar una salida del peligro y trabajar por un cambio que beneficie al 99%, necesitamos dar un paso atrás y preguntarnos ¿qué es realmente lo que está en crisis?

Hay una asimetría entre la masa de gente –seres creativos y entendidos– por una parte y los flujos e instituciones financieros de nuestras actuales relaciones económicas por otra. Los trabajadores o los posibles trabajadores se enfrentan a una crisis de sustento y del modo de poner sus habilidades al servicio de la sociedad. Sin embargo no hay duda de que tienen todavía la capacidad de crear, diseñar y hacer cosas, curar, inventar, enseñar, cuidar, aprender. En este sentido, no es la capacidad humana de trabajar –y por tanto de crear– lo que está en crisis.

Lo que es evidente es que ha sido una crisis de los mercados financieros y las instituciones que los dominan. Pero las finanzas no constituyen un mundo en sí mismo; forman parte de un contexto económico y político más amplio, a pesar de la aparente autonomía de su propio ímpetu y la indudable opacidad de su funcionamiento.

La reciente cuasi-implosión de las instituciones financieras más poderosas –salvadas exclusivamente mediante la inyección sin precedentes de dinero público– tiene su origen en los problemas políticos y económicos a los que se enfrentó el capitalismo –dominado por Estados Unidos– en los años 70 del siglo XX.

El agotamiento de las capacidades innovadoras –y por tanto productivas– del fordismo hizo por una parte que el capital se desviara de la inversión fija hacia la movilidad de las finanzas. Las presiones ejercidas tanto por el gasto militar de la guerra de Vietnam como por el gasto público realizado como respuesta al malestar social llevaron por otra al presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, a poner en marcha el fin del sistema internacional de regulación y restricción del movimiento transnacional de dinero (Heillener 1994; Sassen 2006).

El levantamiento de los controles sobre el movimiento de capitales permitió en particular a las corporaciones británicas y estadounidenses –ya extremadamente nerviosas por los controles de la posguerra– movilizar sus fondos en operaciones de especulación financiera y fuera del ámbito de la producción, en el que las tasas de beneficio habían descendido con el tiempo a niveles inaceptablemente bajos (Harvey 2005).

En las décadas que siguieron a la disolución de Bretton Woods, la privatización real de la creación de dinero, la desregulación de la banca, el impacto de la nueva tecnología en la velocidad y el alcance de las transacciones financieras y el espiral vicioso de desigualdad han producido un ímpetu sistémico de especulación financiera cuya dinámica exacta pocos entendieron (Tett 2009).

No es la capacidad humana de trabajar –y por tanto de crear– lo que está en crisis, sino los mercados financieros.

Acercarse a formas de organización económica cuyo centro sea la creatividad humana

De esta manera, el capitalismo de finales del siglo XX y principios del siglo XXI está financiarizado. No sólo es inestable, sino que –como Keynes observó acerca de un periodo anterior de financiarización– el paso desde la producción a la especulación financiera asesta un revés al capitalismo, porque destruye el equilibrio psicológico que permite la perpetuación de recompensas desiguales… El hombre de negocios sólo se tolera mientras sus ganancias tengan alguna relación con las actuaciones que él mismo ha tenido en la sociedad (citado en Backhouse y Bateman 2011).

El capítulo empieza señalando el contraste entre este callejón sin salida como base de la organización sostenible de las capacidades productivas de la sociedad y la realización del potencial de la creatividad humana para el bien común. Analizo este problema a varios niveles.

El objetivo es preparar el terreno para salidas de la crisis mediante formas de organización económica que colocan en su seno la creatividad humana, lo que incluye una relación respetuosa con la naturaleza.

En la primera parte intento fundamentar este argumento en la comprensión de que al menos uno de los elementos del orden socialdemócrata de los años de la posguerra lo había vuelto altamente vulnerable –a finales de los años 70– a las fuerzas de la financiarización, sobre todo al poder de las corporaciones transnacionales.

Mi enfoque es entender el papel del trabajo en la producción que sustentó las instituciones industriales y políticas del trabajo organizado en el preciso momento en que la economía neoliberal empezó a tomar cuerpo. Mi argumento se basa principalmente en la historia británica reciente (que fue al fin y al cabo la incubadora del neoliberalismo).

Históricamente, el movimiento obrero británico –cuyas relaciones productivas estaban separadas de la política, lo que causaba una visión economicista del papel de los trabajadores en la producción, reforzada por el monopolio de un único partido de representación obrera– se identificó con el paradigma fordista de la producción masiva y los altos niveles de productividad estandarizada a cambio de salarios elevados que a su vez sustentaron el consumo masivo. Tanto los sectores políticos como industriales del movimiento obrero vieron a los trabajadores como asalariados cuyo derecho a negociar el precio y las condiciones de su trabajo debía garantizarse políticamente.

El papel político del Laborismo se entendió en términos de redistribución, con el fin de construir el estado de bienestar, abjurando –después de las nacionalizaciones infraestructurales de 1945– cualquier intervención significativa en la organización de la producción.

Sin embargo, a medida de que el paradigma de la producción fordista, el consumo masivo y el estado de bienestar construido en torno a la familia nuclear fueron atenazados por los movimientos sociales desde abajo y el alejamiento del capital de la producción para acercarse a las finanzas desde arriba, las estrechas concepciones del trabajo y su papel en la producción por parte de la socialdemocracia demostraron ser una fatal debilidad en su oposición a las presiones del mercado dominado por las corporaciones.

Había caminos alternativos disponibles a mediados de los años 70 y principios de los años 80, el momento decisivo del neoliberalismo. La resistencia a la producción fordista y la división del trabajo por género por parte de los movimientos a favor de la democracia radical –incluyendo la democracia económica y el control popular de las instituciones estatales– podía haber conseguido –mediante formas de actuación fundamentadas en una comprensión distinta del trabajo– una base más progresista e igualitaria para los cambios propiciados por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

En cambio, gran parte de la dinámica innovadora de los movimientos sociales y sindicales radicales se convirtió en un apoyo ambivalente y no intencionado de la renovación capitalista. Ahora, cuando el proceso de expansión impulsado por el crédito se enfrenta a una crisis y estamos inmersos en un periodo de cambio en el que las acciones progresistas podrían facilitar el cambio social, parece un momento oportuno para explorar una noción alternativa del trabajo como la capacidad de crear, fundamentada en nuevos propósitos y prácticas.

Este texto es un capítulo del libro: Vishwas Satga (eds.) “Solidarity Economy Alternative – Emerging Theory and Practice”, Durban (Sudáfrica): Universidad de KwaZulu Natal Press, 2013.

Foto de Sarah Ross

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