¿Asegurando el futuro de quién? El militarismo en una época de crisis climática

Convertir el cambio climático en un problema de seguridad crea una doble injusticia. Quienes menos culpa tienen del cambio climático no solo son los que más sufren sus consecuencias, sino que, además, están siendo puestos en el punto de mira con las respuestas de seguridad a los impactos climáticos mismos.

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U.S. Navy photo by Photographer's Mate 1st Class Arlo K. Abrahamson @ Wikicommons

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U.S. Army Sgt. Mark Phiffer stands guard duty near a burning oil well in the Rumaylah Oil Fields in Southern Iraq.

Para cualquier persona relacionada con el militarismo, las noticias de los ataques terroristas de Bruselas supusieron una sensación familiar de terror. Sufrimos al escuchar historias de más vidas inocentes perdidas, y sentimos aprensión al saber que los atentados predeciblemente alimenten nuevos ciclos de violencia y horror en comunidades seleccionadas tanto aquí como en el extranjero. Todo esto crea el mundo binario que tanto los neoconservadores como los terroristas buscan: una era de guerra permanente en la que toda nuestra atención y recursos son absorbidos y se ignoran las verdaderas crisis, las de la pobreza, desigualdad, desempleo, marginación social y crisis climática.

Por ello era inusual escuchar al Presidente Obama en una entrevista con la revista Atlantic en marzo de 2016 repetir su advertencia de que “Isis no es una amenaza existencial para los Estados Unidos. El cambio climático es una amenaza existencial para todo el mundo si no hacemos algo al respecto.” Mientras que fue previsiblemente ridiculizado por la derecha estadounidense reaccionaria, parece representar el método aparentemente más estratégico de Obama en política exterior, la llamada 'doctrina Obama', que busca consolidar el poder imperial en primer lugar, y según sus propias palabras, "no haciendo cosas estúpidas", y en segundo lugar, no haciendo caso omiso a los retos a largo plazo de los intereses estadounidenses.

El énfasis del Presidente Obama sobre el cambio climático también ha sido una de sus prioridades para la política exterior durante su último mandato. Si bien inicialmente lo insinuaba con una retórica idealista de ‘curación’ del planeta, Obama ha ido enmarcando el cambio climático de manera más consistente en términos de garantizar la seguridad nacional de EEUU. Dirigiéndose a cadetes de los guardacostas en Connecticut en mayo de 2015, Obama argumentó: “El cambio climático supone una amenaza seria a la seguridad mundial, un riesgo inmediato a nuestra seguridad nacional y, no lo dudéis, afectará al modo en que nuestro ejército defienda nuestro país. Y por ello debemos actuar, y debemos hacerlo ahora.” De este modo, Obama ha establecido una tendencia que imitaron aliados de EEUU en todo el mundo. El Primer Ministro del Reino Unido, David Cameron, también ha dicho que el cambio climático “no es sólo una amenaza para el medio ambiente. Es también una amenaza para nuestra seguridad nacional”.

En EEUU, el incluir el cambio climático como problema de ‘seguridad nacional’ se entiende a menudo como táctica política. Según me dijo una persona próxima a Washington, es una de las pocas maneras de hacer que una política se mueva por los pasillos del poder de EEUU un poco más rápido. También se ha considerado como la manera para evitar que los Republicanos, que niegan el cambio climático, bloqueen la acción contra este problema, a pesar de que es evidente que ha fracasado. (Los partidarios más entusiastas de que el cambio climático es un problema de seguridad han sido progresistas: Bernie Sanders, el demócrata de izquierdas, no se ha contenido al definir el cambio climático como la amenaza más importante a la seguridad de EEUU).

Independientemente de los defensores y los detractores, el cambio climático se está arraigando a la política militar de los EEUU; un proceso que seguramente continuará independientemente de quién sea elegido en las próximas elecciones presidenciales de EEUU. Esto se debe a que, en última instancia, la preocupación militar por el cambio climático trata de su futura ‘operacionalidad’ y no se debe a que alguien haya sido iluminado y haya decidido ‘volverse verde’. Una Directiva del Departamento de Defensa, aprobada en enero de 2016, requiere que las consideraciones del cambio climático estén en el centro de toda planificación estratégica militar, diciendo lo siguiente: “El Departamento de Defensa debe ser capaz de adaptar las operaciones actuales y futuras para hacer frente a los impactos del cambio climático a fin de mantener un ejército estadounidense eficaz y eficiente.”

Para EEUU, la integración del cambio climático en la planificación militar se está llevando a cabo de tres maneras importantes. La primera es garantizando que la vasta infraestructura militar, compuesta de al menos 800 bases en más de 70 países, continúa funcionando a pesar del aumento de temperaturas, aumento del nivel del mar y climas más extremos. Un informe de 2014 de la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno (GAO, en sus siglas en inglés) mostró que el cambio climático ya está afectando a los intereses militares. Una estación de radar en Alaska tuvo problemas de acceso cuando las carreteras y las pistas fueron destruidas por el retroceso de la costa 40 pies debido a una combinación del derretimiento del permafrost, la desaparición del hielo marino y el aumento del nivel del océano.

La segunda manera es el desarrollo de carburantes ‘verdes’ para alimentar sus vastos arsenales militares. A menudo esto se vende como prueba del compromiso del ejército con el medioambiente, sin embargo, una vez más, en el fondo está la preocupación por su funcionabilidad. El Pentágono es el mayor consumidor organizacional de petróleo del mundo: uno de sus aviones, el B-52 Stratocruiser, consume alrededor de 3.334 galones por hora, lo que equivale a la cantidad consumida por el conductor medio en siete años. El transporte del combustible necesario para mantener sus hummers, tanques, buques y aviones es uno de los mayores quebraderos de cabeza logísticos de los EE.UU. y fue uno de los puntos más vulnerables durante la campaña militar en Afganistán ya que los petroleros que suministraban a las fuerzas de Estados Unidos eran atacados con frecuencia por las fuerzas de los talibanes. Los combustibles alternativos, unidades de telecomunicaciones que funcionan con energía solar y las tecnologías renovables en general tienen la perspectiva de un ejército menos vulnerable y más flexible. Ray Mabus, secretario de la Armada de Estados Unidos es franco: "Si en la Armada y el Cuerpo de Marines estamos avanzando hacia combustibles alternativos en por una razón principal, el ser mejores combatientes."

La tercera manera en que los EEUU se están preparando para el cambio climático, y probablemente la más importante, es a través de su preparación contra las amenazas de ‘seguridad’. La preparación se hace habitualmente a través de escenarios de juegos de guerra, la más famosa de las cuales fue la Edad de las Consecuencias: Las Consecuencias del Cambio Climático Mundial sobre la Política Exterior y la Seguridad Nacional. El informe, publicado en 2007 por una camarilla de antiguos ministros de Defensa, analistas de seguridad e investigadores de comités de expertos, resumió tres posibles escenarios climáticos. Los escenarios "grave" y "extremo" pintan situaciones de colapso estatal, conflictos civiles, lucha por los recursos y migración masiva en una serie de colores distópicos como se podría esperar de una mala película de Hollywood de serie B. Pero el tema dominante es que el cambio climático es un "multiplicador de amenazas", que "va a agravar los factores de problemas en el extranjero, como la pobreza, la degradación ambiental, la inestabilidad política y las tensiones sociales, condiciones que pueden facilitan actividades terroristas y otras formas de violencia."

A estos escenarios han seguido planes cada vez más detallados por los distintos cuerpos del ejército y la inteligencia de Estados Unidos. El Comando Europeo de EEUU, por ejemplo, se está preparando ante un posible conflicto en el Ártico debido al derretimiento del hielo marino, y el aumento del petróleo y el transporte marítimo en la región. En Oriente Medio, el Comando Central de EEUU ha incluido la escasez de agua en sus planes de campaña para el futuro. Siempre que EEUU lleva ventaja, sus aliados tienden a seguir el camino que aquella marca.

La planificación de la seguridad climática de Estados Unidos ha alentado esfuerzos similares en otros lugares, sobre todo en el Reino Unido, la UE y Australia. Todos han adoptado el mismo enfoque con respecto al cambio climático, lo ven como un catalizador de conflictos y también una posible causa adicional de terrorismo. Cabe destacar que todos son países occidentales con ejércitos importantes. Los esfuerzos por hacer de la seguridad el encuadre para el cambio climático ante la ONU se han encontrado con el poco interés de países en desarrollo que ven, con razón, el cambio climático como una cuestión de responsabilidad, una en la que las naciones más contaminantes tienen una deuda histórica con el Sur Global.

Esta planificación militar para el cambio climático es paralela al cada vez mayor número de evaluaciones nacionales de estrategia de riesgos, la planificación de protección de infraestructuras y la planificación de energía de emergencia - en parte como respuesta al cambio climático, pero también como reacción a las emergencias cada vez más complejos y a la concienciación de las vulnerabilidades sistémicas de un orden globalizado hiper-conectado. Las grandes corporaciones también forman parte del juego con el desarrollo de estrategias de riesgo y adaptación, en particular el desarrollo de escenarios a largo plazo que en algunos casos reflejan las visiones distópicas del ejército.

De repente, el riesgo está por todos lados y el control lo es todo. La Ley de 2004 de Contingencias Civiles del Reino Unido, elaborada a raíz del 11 de septiembre, la crisis del petróleo de 2000 y la aparición de la fiebre aftosa en el año 2001, permite al gobierno del Reino Unido declarar un estado de emergencia sin votación parlamentaria. Esto otorga los poderes ejecutivos para poder "dar instrucciones u órdenes" de alcance prácticamente ilimitado, incluyendo la destrucción de la propiedad, la prohibición de asambleas, la prohibición de viajar e ilegalización de "otras actividades específicas." Los poderes de emergencia del Reino Unido, así como muchos elementos de la legislación posterior, se imitaron en Australia y Canadá, y tienen mucho en común con los poderes de emergencia de EEUU.

Como consecuencia de la guerra contra el terrorismo y dentro de los planes militares para un mundo afectado por el cambio climático, lo que vemos emerger es un estado de máxima seguridad, uno que va más allá de la advertencia de un complejo militar-industrial que hizo Eisenhower, un complejo más amplio industrial-militar-de seguridad, un complejo que el experto en seguridad Ben Hayes describe como un "nuevo tipo de carrera armamentística, una en la que todas las armas están apuntando hacia el interior." Sin duda los manifestantes de Black Lives Matter de Ferguson así como los manifestantes indígenas de Perú, junto a muchas otras comunidades de todo el mundo, reconocerán esta carrera armamentística en la que se enfrentan a una policía cada vez más fuertemente armada.

Para algunos la nueva carrera armamentística está demostrando ser muy lucrativa. Por si el record de gasto militar mundial (1,8 billones de dólares en 2014) no fue suficiente, le acompaña el crecimiento masivo de la industria de la seguridad nacional que desde el año 2008 ha crecido un 5% anual a pesar de la crisis mundial. Esta industria incluye a muchos traficantes de armas bien conocidos como el contratista de la Defensa de EEUU, Raytheon, que proclama abiertamente el "aumento de oportunidades de negocio" como consecuencia de las "preocupaciones por la seguridad y sus posibles consecuencias", debido a los "efectos del cambio climático" en forma de "tormentas, sequías e inundaciones”.

La fusión (y confusión) del ejército y la policía, el estado y las empresas, junto con el creciente dominio de la seguridad como marco de muchos problemas hoy en día, como la seguridad alimentaria, la seguridad energética, la seguridad del agua y demás, tiene su propia lógica y consecuencias. Al estudiar las estrategias de seguridad se hace evidente que, si bien la protección de vidas humanas y el apoyo a las necesidades sociales son los objetivos declarados, algunas necesidades y algunas vidas claramente valen más que otras. Como es evidente en la Europa actual, los migrantes, a los que a menudo se presenta como amenazas, son obviamente personas desechables. Las frecuentes referencias a las rutas marítimas y a las cadenas de suministro en las estrategias de defensa también revelan que la garantía del flujo del comercio de capital es una prioridad absoluta. Por otra parte, la búsqueda de amenazas abarca con demasiada facilidad cualquier grupo que trata de resistirse a las injusticias. Es difícil, por ejemplo, imaginar que una Iniciativa Minerva del Departamento de Defensa estadounidense, que financia a académicos del país para que descubran "las condiciones en las que se originan los movimientos políticos dirigidos a crear un cambio político y económico a gran escala", es algo más que un intento de prevenir esos cambios sociales radicales tan necesarios.

Por supuesto, esta es la realidad de casi todas las políticas de seguridad, en particular las políticas de seguridad nacional ya que buscan la seguridad de aquellos que ya tienen riqueza y en el proceso a menudo privan a los que no la tienen, convirtiendo a las víctimas en amenazas. Por eso es tan inquietante el convertir el cambio climático en un problema de seguridad. Se crea una doble injusticia. No sólo los que menos culpa tienen del cambio climático son los que más sufren sus consecuencias, sino que además están siendo puestos en el punto de mira con las respuestas de seguridad a los impactos climáticos mismos.

Por todo ello será fundamental que los activistas y movimientos por la paz, la libertad civil y la justicia medioambiental se unan para oponerse a la titulización de nuestro futuro. Un mundo con justicia medioambiental no será posible si nuestra respuesta se basa en la seguridad, y un mundo de paz no será posible si no se lucha por la justicia medioambiental. Durante mucho tiempo nuestros movimientos han tendido a operar separados en distintos ámbitos, pero esto está empezando a cambiar a medida que los movimientos se dan cuenta de la necesidad de vincular nuestras luchas y hacer frente a las mismas estructuras de poder. En la cumbre sobre el clima de París, en la que los ecologistas también fueron barridos bajo las leyes del estado de emergencia a raíz de los atentados, empezó a surgir una red que unía a activistas por el clima y por la paz. Como ecologista y como activista por la paz, Tim DeChristopher, argumenta de manera convincente: "Nuestro reto ha cambiado. Ya no se trata simplemente de reducir las emisiones. Tenemos que encontrar la manera de aferrarnos a nuestra humanidad mientras nos dirigimos a unos tiempos cada vez más difíciles”.

Publicado en El fusil roto, Mayo 2016, No. 105

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