No somos todos Charlie Hebdo, ni tenemos por qué serlo

Respeto el derecho de mostrar solidaridad con las víctimas de este horrible crimen mediante la reproducción de los dibujos, pero solo si se respeta el mío de no hacerlo porque me parecen intolerantes e incendiarios.

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Tal repliegue de la razón se acompaña inevitablemente de los ataques hacia aquellos que lo buscan. Después del 11 de septiembre, la mera sugestión de que los ataques podrían haber tenido algo que ver con la política exterior de los Estados Unidos se tachaba de traición; hoy es Charlie Hebdo lo que no se puede recriminar. Ahora como entonces, estas coacciones deberían ser motivo de inquietud.

Es un hecho que entre las razones por las que unos maníacos asesinaran a algunos miembros de la revista es por su predilección por cebarse con los musulmanes; esto no es una justificación, una excusa o una defensa, sino un elemento importante de los antecedentes históricos. Pero —igual que en septiembre de 2001— se haría mal en mencionarlo si no se quiere que le acusen a uno de “culpabilizar a las víctimas”, de ser un “rata que disculpa el asesinato” o algo mucho peor.

He dedicado gran parte de mi vida profesional a la defensa de los derechos humanos frente a respuestas indebidamente represivas tras actos terroristas. Recuerdo el ambiente después del 11 de septiembre como si fuera ayer. Los que no envolvimos la solidaridad en la bandera de los Estados Unidos podemos al menos encontrar consuelo y justificación en la aceptación gradual de que la “guerra contra el terror” es contraproducente y que el terrorismo se contrarresta mejor con la justicia, a pesar de la retórica abrumadora del “con nosotros o contra nosotros” del momento.

La narrativa grandilocuente del momento actual es muy similar: no se trata de asesinatos cuidadosamente calculados, semejantes a muchos otros “golpes” premeditados y cualitativamente diferentes de otros actos recientes de terrorismo; fue un ataque sobre los “valores occidentales”, la “libertad europea”, la “gente decente”, etc. Ahora como entonces, o estás con Charlie Hebdo o estás con los terroristas. La solidaridad significa nada menos que “ser Charlie”. No reproducir dibujos ofensivos es un acto de cobardía o autocensura, no una elección personal o profesional. Y si algo de esto te hace sentir incómodo, es que tampoco comprendes lo siguiente: cómo defender la libertad de expresión, de qué trata Charlie Hebdo, la sátira, el laicismo francés o los cimientos de la civilización europea. Ergo debes cuidar tu lengua o irte a vivir a otra parte.

La defensa de la libertad de expresión significa también defender el derecho de expresión de las opiniones que no compartes; no hay necesidad de citar incorrectamente a Voltaire en este sentido. Pero afirmar la inviolabilidad de la prensa libre a la vez que se exige que el cuarto poder publique los dibujos de Charlie es una flagrante hipocresía. Respeto el derecho de mostrar solidaridad con las víctimas de este horrible crimen mediante la reproducción de los dibujos, pero solo si se respeta el mío de no hacerlo porque me parecen intolerantes e incendiarios.

Para ser sincero, respetaría mucho más el interés repentino por la libertad de expresión si, por ejemplo, se hubiera defendido junto con otros muchos a Samina Malik, la “terrorista lírica” aficionada al hip-hop y también cajera de los almacenes WHSmith cuando se la encarceló por escribir canciones infantiles sobre la yihad o si se hubiera defendido con tanta resolución a los dos de Nottingham cuando fueron detenidos por descargar “material terrorista” cuando investigaban el islam militante como parte de su carrera universitaria. Y ya que la libertad de expresión es tan importante, podríamos todos condenar la Convención del Consejo de Europa y la Decisión marco de la Unión Europea que proscribe la “incitación pública al terrorismo”. Es decir, no el crimen de incitar realmente delitos terroristas, sino el discurso que “crea el peligro” de que tales delitos puedan cometerse. La ley europea se redactó solo con los límites sobre la libertad de expresión musulmana en mente.

Tiene que ser un mito que la libertad de expresión de la mayoría esté bajo amenaza cuando #KillAllMuslims es trending topic en Twitter y la extrema derecha en Europa se fortalece. La verdad mucho menos conveniente es que para muchos miembros de las comunidades minoritarias que observan todo esto, nada ilustra mejor el privilegio de los blancos que la exaltación visceral de la islamofobia en nombre de los valores europeos. Nos engañamos si pensamos que decir a las comunidades musulmanas que “vuestras sensibilidades son estúpidas e irrelevantes y ahora poned algo de vuestra parte para contrarrestar la radicalización” nos va a mantener seguros.

Ahora viene la parte en la que se me dice que Charlie Hebdo no es racista ni intolerante porque, además de desvivirse por insultar a los musulmanes, ofende a todas las partes por igual. Debo reconocer que nunca he leído la revista y no me preocupa que mis conocimientos limitados de la cultura y lengua francesas signifiquen que tampoco entenderé por qué tantas personas la consideren de repente la cúspide de la literatura subversiva y sin importar cuánta gente me comenta que como suscriptor de Private Eye debería entenderlo. Supongo que la grandeza satírica depende del color del cristal con que se mira.

Tampoco me convencerá nadie de que la intensa reificación de Charlie Hebdo —la comparación del New Yorker’s de su “libertad de expresión pionera” con la de Gandhi y Martin Luther King— sirva para otra cosa que no sea hacer el juego a los racistas y fascistas cuyo entusiasmo por la libertad de expresión solo abarca su deseo de utilizarla para destruir los derechos humanos. Igual que con el 11 de septiembre, caemos en la trampa que nos tienden los terroristas. Tragedia, farsa, repetición de la jugada.

Una vez más, y para no dejar lugar a dudas, entiendo por qué se quiere ser Charlie y lo respeto, sobre todo si se es francés o periodista. Pero rechazo con vehemencia la imposición de una monocultura que quiere convencerme de que oponerse al terrorismo y ridiculizar el islam son dos caras de la misma moneda. Cuando pase la tormenta, espero que otros también se unan a ese rechazo.

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