Transición justa Encuentros entre movimientos sociales en pos de la transformación social y ambiental

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Esta síntesis del taller recoge los principales resultados y perspectivas de un taller que se realizó en Amsterdam en Octubre de 2019, donde participaron representantes de un espectro de organizaciones y discutieron la historia de sus articulaciones en torno a la Transición Justa, así como las lecciones aprendidas hasta ahora.

Sobre transición justa

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Introducción

Este documento breve busca compartir algunos de los planteamientos e interrogaciones claves trabajadas en una reunión de representantes de organizaciones sindicales y de justicia ambiental procedentes de países de África, Latinoamérica y Europa. En los últimos años han surgido intercambios y experiencias conjuntas entre estos dos movimientos, que son de gran importancia en la construcción de poder popular para avanzar procesos de transformación en distintos contextos a nivel mundial. Los participantes, provenientes de los tres continentes, se reunieron en Ámsterdam en 2019 para tratar los desafíos compartidos y debatir sobre los planteamientos comunes y las perspectivas futuras.

El concepto de “transición justa” (Just Transition en inglés) surgió en Estados Unidos durante la década de1970. La propuesta surgió de las negociaciones sobre el cierre de una planta nuclear, sostenidas entre sindicatos, miembros de las comunidades y organizaciones ambientalistas. Esta nueva perspectiva dio paso a un movimiento creciente y representativo en Estados Unidos, que ha continuado fortaleciéndose e incorporando otras dimensiones, tanto a nivel nacional como en un intercambio permanente con otros movimientos globales.

En las siguientes décadas de 1980 y 1990, el concepto alcanzó más difusión y fue reconocido por diferentes actores a nivel internacional. En este período se valoró por ser un marco conceptual que puede reflejar las demandas de los y las trabajadoras ante los conflictos ambientales, y reunir diferentes formas de resistencia al modelo político-económico que destruye el planeta, concentra la riqueza y cada día explota a un mayor número de trabajadoras y trabajadores en todo el mundo; cuyos impactos caen desproporcionadamente sobre las comunidades más marginadas. Aunque el debate sobre transición justa se originó en torno a los sectores energético y extractivo, el uso de la energía está en la base de nuestros sistemas alimentarios, el transporte y servicios públicos, y del sistema de producción y distribución. Por ello, una transformación del modo en el que usamos y concebimos la energía requerirá transformaciones profundas en cada uno de los sectores de la economía.

A comienzos de la segunda década del siglo XXI y, en particular, después de la aprobación del Acuerdo de París en 2015, se ha generado un creciente número de propuestas para construir alianzas entre los movimientos sindicales y otras organizaciones y movimientos por la justicia social y ambiental. Estas alianzas utilizan acciones conjuntas para desarrollar una visión amplia y profunda de la transición justa.

Sin embargo, el concepto de transición justa no ha pasado inadvertido ante los poderosos actores políticos y económicos. Algunos gobiernos y empresas transnacionales están promoviendo visiones bajo el nombre “transición justa”, a través de iniciativas que no responden al significado de esta, pero que les permiten mantener dinámicas extractivas y de lucro, denominadas “falsas soluciones” por los movimientos sociales a nivel mundial. Se han presentado una serie de “soluciones” alarmantemente problemáticas, que incluye el sistema de límites e intercambio de bonos de carbono, la captura de carbono o la geoingeniería y la promoción de plantaciones de monocultivo a gran escala para agrocombustibles, entre otros. En general, estas soluciones suelen plantearse desde una visión limitada que presenta iniciativas como “cero emisiones netas” (que se consiguen a través de mercados de carbono) o reducciones de emisiones marginales sin responder a los problemas económicos, sociales, ambientales o a los derechos humanos. En efecto, muchas de estas propuestas agravan las desigualdades; expulsan a las comunidades de los territorios; reducen el control democrático sobre los recursos; privatizan los bienes comunes y los servicios públicos; incrementan la explotación de las masas trabajadoras, perpetuando los aspectos más perjudiciales del sistema económico actual. Se trata de lo opuesto a los principios de la transición justa liderada por los movimientos populares, que concibe los daños ambientales como manifestación de una crisis más amplia.

Los movimientos sociales han respondido a ello con propuestas de unidad para garantizar que el concepto no pierda su significado ni sea capturado por actores para continuar promoviendo un status quo disfuncional. Por tanto, la transición justa no se considera solo un término en disputa, sino que, más allá, es un espacio de disputa en el que los movimientos sociales están interviniendo, para definir una comprensión compartida del término. Una visión sólida y radical de la transición justa concibe la destrucción ambiental, la dinámica extractiva del capitalismo, la violencia del imperialismo, la desigualdad, la ex- plotación y la marginación tanto racial, de clase y de género (entre otros) como efectos simultáneos de un sistema global único que debe ser transformado. Los y las impulsoras de la transición justa afirman, desde una visión estructural, que aquellas “soluciones” que intentan abordar una sola dimensión de la crisis (por ejemplo, la catástrofe ambiental) aislada de las estructuras sociales, culturales y económicas que la generan, inevitablemente son “falsas soluciones”.

El desarrollo, profundización y aplicación de este análisis a las situaciones diversas, complejas y locales constituye en sí mismo un largo proceso de construcción de entendimientos comunes y de solidaridad. Una parte importante del proceso consiste en explorar, comprender y resolver las tensiones potenciales entre movimientos que históricamente se han considerado distantes. Los movimientos son diversos, tienen prioridades, compromisos y modos de trabajo distintos, y su concepción de lo que significa una transición justa puede distar en muchos aspectos. Esto significa que urge, ahora más que nunca, construir análisis conjunto, valorar y visibilizar las reflexiones que han resultado de años de colaboración, así como las diferencias teóricas y estratégicas, y cómo estas fueron superadas.

Los movimientos que en la actualidad comienzan a consolidar propuestas bajo el término de “transición justa” tienen una historia muy enriquecedora. Nos referimos a los movimientos contra los acuerdos de libre comercio y el neoliberalismo; el movimiento alter y antiglobalización; las luchas por la democracia y la soberanía energética; los movimientos por la justicia ambiental; los movimientos sindicales; las luchas por la independencia y la descolonización; los movimientos contra el racismo y el apartheid; los movimientos de mujeres y feministas; las luchas por la reforma agraria; los derechos campesinos y la soberanía alimentaria, entre otros, que han contribuido a asentar las bases del debate actual. Toda esta diversidad de acumulados, tradiciones políticas y objetivos estratégicos implica que el diálogo sobre una visión radical de la transición justa difícilmente estaría libre de tensiones ni contradicciones. Sin embargo, parece cada vez más claro que una masa crítica de organizaciones y movimientos han comprendido la importancia vital de superar estas tensiones para forjar alianzas cada vez más fuertes y radicales para así alcanzar la transformación sistémica.

Con este informe se comparten algunas visiones, en el marco de un diálogo mucho más amplio y, con ello, proporcionar modestamente aportes para el debate. Se aspira a compartir nuestra perspectiva sobre los principios del concepto de transición justa, que emergen de las experiencias de luchas compartidas, y a reflexionar sobre los modos en los que se debe defender esta visión radical, así como las formas de ponerla en práctica.

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