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Este informe revela que los estados miembros de la Unión Europea y el Espacio Schengen han alzado cerca de 1.000 km de muros, lo equivalente a más de seis Muros de Berlín, desde los años 90, con el objetivo de frenar la migración de personas desplazadas por la fuerza a Europa. Estos muros físicos van acompañados de los aún más largos “muros marítimos”, operaciones navales patrullando el mar Mediterráneo, así como los “muros virtuales”, sistemas de control fronterizo que buscan parar a las personas que intentan entrar en Europa, incluso aquellas que están viajando por el continente, y controlar el movimiento general de la población.
La caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 marcó el inicio de una nueva era que muchas personas imaginaron de cooperación y apertura entre fronteras. El presidente alemán, Horst Koehler, celebrando la caída unos años después, habló de la substitución de un “edificio del miedo” por un “lugar de alegría”, abriendo así la posibilidad de una “gobernanza global cooperativa capaz de beneficiar a todo el mundo”. 30 años más tarde, parece que ha sucedido lo opuesto. Se están erigiendo edificios del miedo, tanto reales como imaginarios, en todo el mundo, que provocan un aumento de la xenofobia y crean un mundo amurallado mucho más peligroso para todas aquellas personas que buscan refugio y seguridad.
Este informe revela que los estados miembros de la Unión Europea y el Espacio Schengen han alzado cerca de 1.000 km de muros, lo equivalente a más de seis Muros de Berlín (1), desde los años 90, con el objetivo de frenar la migración de personas desplazadas por la fuerza a Europa. Estos muros físicos van acompañados de los aún más largos “muros marítimos”, operaciones navales patrullando el mar Mediterráneo, así como los “muros virtuales”, sistemas de control fronterizo que buscan parar a las personas que intentan entrar en Europa, incluso aquellas que están viajando por el continente, y controlar el movimiento general de la población. Europa se ha convertido pues en una fortaleza que excluye a aquellas personas que están fuera –y en este proceso se ha incrementado también el uso de la vigilancia y las tecnologías militarizadas, hecho que conlleva implicaciones importantes para la ciudadanía dentro de la fortaleza.
Este informe busca estudiar y analizar el alcance de la fortificación de Europa, así como las ideas y narrativas sobre las que ésta se construye. El informe examina los muros del miedo alimentados por los partidos xenófobos que han
crecido en popularidad y son capaces de ejercer una influencia indebida en las políticas europeas. También examina cómo se ha configurado la respuesta europea en la era post-11S por una ampliación del paradigma de la seguridad, basada en la securitización de las cuestiones sociales. Todo ello ha transformado las políticas europeas, convirtiendo una agenda social en otra focalizada en la seguridad, en la que las migraciones y la libre circulación de personas han pasado a ser consideradas como amenazas a la seguridad del Estado. Como consecuencia, este fenómeno se ha tratado con las herramientas tradicionales de la seguridad: militarismo, control y vigilancia.
Desgraciadamente, la respuesta europea no es un caso aislado. Múltiples estados alrededor del mundo están respondiendo a los grandes problemas de seguridad global a través de la construcción de muros, la militarización y el aislamiento con respecto a otros estados y el resto del mundo; lo cual está creando un mundo cada vez más hostil para aquellas personas que escapan de la guerra y de la persecución política.
Las bases de la llamada “Europa Fortaleza” se remontan a los Acuerdos Schengen de 1985, que a la vez que establecían la libre circulación dentro de las fronteras de la UE, demandaban más control de las fronteras exteriores. Con este modelo se asentaba la idea de un interior seguro frente a un exterior inseguro. Sucesivas estrategias de seguridad europea a partir del año 2003, arraigadas en el modelo Norteamericano de “Homeland security”, convirtieron las fronteras en un elemento de conexión entre la seguridad local y global. Como resultado, la Política de Seguridad y Defensa Común de la Unión Europea se ha militarizado cada vez más y la inmigración se ha percibido como una amenaza creciente.
La Europa Fortaleza fue incluso más ampliada mediante la política de externalización del control y la gestión de fronteras a países terceros. Esta política ha comportado la firma de acuerdos con países vecinos para reforzar el control fronterizo y aceptar las personas deportadas. Así pues, las fronteras se han convertido en un concepto geográfico mucho más grande y amplio.
En resumen, el estudio confirma que el auge y la influencia de la extrema derecha en la política migratoria europea ha dado lugar a la securitización y a la criminalización de la migración y de la circulación de las personas. Los muros mentales del miedo están inextricablemente conectados con los muros físicos. El racismo y la xenofobia legitiman la violencia en el espacio fronterizo europeo. Estas ideas refuerzan el imaginario colectivo de un “interior” seguro y un “exterior” inseguro, remontándonos al concepto medieval de fortaleza. Asimismo, refuerzan las dinámicas de poder territorial, en las cuales el origen de una persona, entre otros factores, determina su libertad de circulación. De este modo, las estructuras y discursos de violencia se han construido en Europa, alejándonos de las políticas de defensa de los derechos humanos, de la convivencia, de la igualdad y de relaciones más equitativas entre territorios.
Los países de la Unión Europea están gestionando los flujos migratorios y los movimientos de personas desplazadas forzosamente mediante el levantamiento de muros, el cierre de fronteras, la vigilancia, la securitización y la suspensión de la libre circulación de las personas. Todas estas políticas han sido legitimadas y reforzadas por un incremento de las políticas racistas y xenófobas, y consolidan de esta forma la violencia estructural que trata a las personas como a seres ilegales y como una amenaza a nuestra seguridad. En lugar de priorizar métodos humanitarios en la gestión de los flujos migratorios y de tratar los problemas estructurales de violencia global y desigualdad económica, los países de la Unión Europea han optado por levantar muros sociales, políticos y físicos argumentando que así protegen el territorio europeo de la inseguridad y el terror.
El resultado ha sido la consolidación de la Europa Fortaleza formada por fronteras exteriores reforzadas y la construcción de muros físicos y virtuales a lo largo de Europa y de sus países vecinos. Una fortaleza levantada sobre estructuras de racismo y desigualdad, donde la circulación de personas se considera sospechosa y donde “el otro” constituye una amenaza. Todo esto supone una tendencia inquietante que en el entorno político actual parece imparable.
Sin embargo, cabe recordar que hace poco más de 30 años, el Muro de Berlín parecía igual de inamovible e infranqueable. A pesar de eso, un movimiento popular de masas afloró de la nada, y consiguió que el muro cayese y con él se terminaran las décadas de gobierno comunista. Es ahora el momento en que se necesita un movimiento similar para derribar los muros de esta era.
Los muros pueden ser fácilmente construidos y políticamente convenientes de erigir, pero un futuro para Europa basado en la existencia de muros es, en definitiva, un futuro inhumano y desolador que solo sirve los intereses económicos y políticos de una minoría. Necesitamos un futuro esperanzador en el que ninguna persona sea considerada ilegal y donde los recursos se repartan de forma equitativa.
1. Los Muros de Berlín estaban conformados por un muro en el Este de Berlín de 45 km y otro muro de 115 km en el Oeste de la ciudad.
2 Sin contar los muros de Chipre e Irlanda del Norte, que fueron construidos previamente al periodo analizado.