La dimensión económica de la pandemia

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Aunque ninguna crisis se puede reducir exclusivamente a una dimensión o causalidad económica o financiera, esta crisis se ha originado en un virus que ha creado una pandemia con efectos humanos y sociales devastadores. Si queremos comprender y aprender algo de esta crisis mundial, necesitamos entenderla simultáneamente desde diversas perspectivas científicas (sanitaria, social, humanitaria o medioambiental entre otras), con una perspectiva histórica de largo plazo (para salir mejor y evitar que se repita) y con un alcance mundial.

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Daniel Díaz-Fuentes

Flickr/dmbosstone/(CC BY-NC-ND 2.0)

Contrariamente a lo que piensan algunos economistas y políticos, esta crisis no es una simple recesión o contracción en la actividad económica, sino un proceso en el que domina la incertidumbre, por lo que no es previsible que se pueda volver a la supuesta “normalidad”. Haciendo una analogía, estamos como un paciente que ha entrado en estado crítico en la UCI: no sabemos si vamos a salir del estado crítico y queremos “hacer algo”, pero no sabemos cuáles son los riesgos y consecuencias individuales y sociales de nuestras acciones.

Esta crisis está alterando lo que se considera la “normalidad” en el funcionamiento de la economía de mercado. Sin embargo –y a diferencia de la reciente crisis financiera global– ni tan siquiera los más acérrimos defensores del neoliberalismo consideran que puedan resultar útiles o efectivas las pasadas “políticas de ajuste” y “austeridad” y, aún menos, la repugnante estigmatización de los países, sociedades, clases o personas (como sucediera durante la crisis del euro con el grupo de países conocido como los PIGS: Portugal, Italia, Grecia y España), aunque ese tipo de respuestas siga siendo un arma electoral de partidos y políticos oportunistas ignorantes y arrogantes.

En el pasado, las crisis económicas sirvieron como argumento para que los estados intervinieran (nacionalizando o rescatando empresas y sectores como la banca, en general socializando las pérdidas y deudas de las empresas inviables) para que la economía volviera a funcionar; es decir, para mantener el sistema. Sin embargo, en esta crisis no queda claro que el problema sanitario y social mundial se pueda resolver con más de lo mismo.

En consideración de la situación económica financiera actual, la mayoría de los gobiernos del mundo, en particular en los países más afectados por la epidemia, han aplicado a mayor o menor escala una amplia lista de medidas de corto plazo, como la suspensión de pagos de alquileres o hipotecas, la supresión de intereses y capital sobre deudas e impuestos, o la implantación de una renta básica universal. Sin duda, todos estos son paliativos –que paradójicamente han sido aceptados y defendidos por economistas y políticos neoliberales y, oficialmente, por expertos de organismos económicos internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI), o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)– impulsados para mantener “temporalmente” a la gente “apartada” e “inactiva” laboralmente y que, como paliativos, resultarán insuficientes para salir de la crisis de forma solidaria y sostenible.

Asimismo, varios gobiernos también han llevado a cabo rescates o programas financieros de apoyo a las empresas y los sectores (aerolíneas, hoteles, bancos, pequeñas y medianas empresas) más afectados. Finalmente, varios bancos centrales, con el vaticinio del Financial Times, están recurriendo a la emisión o el helicóptero monetario más que a la deuda pública para la financiación de gastos y transferencia a los trabajadores, inquilinos, endeudados, sean estudiantes, trabajadores, auto-empleados o empresas. Pero en muchos casos, las grandes empresas y sectores rescatados son los que ya habían quebrado y eran inviables antes de la crisis, sin que se otorgue apoyo a nuevos emprendimientos solidarios y sostenibles ambientalmente. Es decir, se mantiene lo inviable en lugar de innovar con la promoción de nuevas relaciones económica y socialmente sostenibles.

Una primera cuestión a considerar es si se pueden mantener estas políticas económicas. Por una parte, dada la incertidumbre actual, no sabemos cuánto durará la crisis. Tampoco sabemos el alcance y malestar de la sociedad –la faceta social– dado que las expectativas individuales del retorno a la “normalidad” perdida predominan sobre las expectativas de nuevos valores basados en la solidaridad y la sostenibilidad.

Por otra parte, sabemos bien cómo están jugando en Europa y en otros países del Norte y, también en varios del Sur, algunos políticos que alientan –como en las décadas del veinte y el treinta del siglo pasado– las políticas de “perjudicar al vecino”, “sálvese quien pueda” o “salvaremos a los nuestros primero”, que no nos conducirán a ninguna solución mundial ni a la provisión de bienes públicos globales, y que, por el contrario, agravarán la pandemia y los problemas de todos cerrándonos y empobreciéndonos y con la posibilidad de derivar en conflictos bélicos.

Lamentablemente, hasta el momento, han predominado los discursos que alientan las políticas económicas de “perjudicar al vecino”, de “echar la culpa a los otros” y, en particular “a los de fuera”. Los ejemplos abundan, desde los toques de queda a los cierres de fronteras y la utilización de la retórica de la guerra para ganar elecciones y conseguir apoyo popular apostando al miedo y el terror.

Pese a la incertidumbre y las políticas que han alentado la desconfianza, debemos comprender que sin cooperación global no saldremos de esta crisis ni individualmente ni como países aislados. Esta crisis se caracteriza por una pandemia global que requieren innovación política y social; es decir, respuestas anormales o no convencionales para la provisión de bienes públicos globales.

La historia es instructiva para tener una perspectiva transformadora de las instituciones internacionales tras las crisis. En este sentido, cabe recordar la reflexión de Joan Robinson (1972), quién comparó las dos perspectivas bien diferentes que se plantearon tras las crisis de la primera y la segunda guerra mundial del siglo pasado: “En 1919, reinaba un ambiente de posguerra muy distinto del que vivimos en 1945. Entonces (1944), la idea clave era: ¡No se repetirá! Todos los proyectos de reconstrucción y las nuevas políticas tenían por objeto evitar una repetición de la crisis y otra guerra… En 1918, los ánimos se mostraban nostálgicos. El mundo anterior a 1914 representaba la normalidad a la que todos debían desear volver. Naturalmente, se trataba de una ilusión. La historia no tiene períodos normales. La normalidad es una ficción de los manuales de economía”.

De la segunda crisis surgieron las instituciones de las Naciones Unidas, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la Organización Internacional del Trabajo (OIT) o el Banco Mundial, que reflejaban los emergentes Estados de Bienestar y los Sistemas Nacionales de Salud Pública, en gran parte inspirados en las ideas y el informe de William Beveridge para el caso británico, de combatir las plagas sociales de "la enfermedad, la ignorancia, la pobreza y la inactividad”.

Entonces como ahora, la cuestión es si aprenderemos algo de esta crisis, si somos capaces de innovar institucionalmente a escala mundial para salir de esta crisis y crear un sistema sostenible mundialmente.

Desde una perspectiva económica, esta crisis sanitaria nos muestra la importancia fundamental de la provisión de bienes públicos como la salud, en la que estamos viendo la importancia de preservar la profesionalidad y la gestión pública en oposición a una racionalidad guiada por los intereses mercantiles privados. Es definitiva debemos entender la salud como un bien público universal a escala nacional y mundial.

La crisis actual debería servir, también, para advertir el fracaso de la privatización y de los experimentos neoliberales de gestión privada –perversamente denominada “nueva gestión pública”, en particular de la salud pública, cuyo efectos nocivos resultaron notorios en algunos de los epicentros de la pandemia, como ya había sido anunciado y como ha sido evidente en España.

Las respuestas a la crisis requieren distinguir entre los paliativos a corto plazo para atenuar el dolor y las respuestas institucionales internacionales a largo plazo que serán imprescindibles a escala global en las áreas de la salud, el conocimiento científico, la inclusión contra la pobreza y la actividad productiva sostenible.

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