Poder transformador: La organización política en transición

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¿Nos ofrece la experiencia del partido griego Syriza alguna lección sobre cómo estructurar los partidos y el Estado para desafiar la austeridad neoliberal y generar una transformación social duradera?

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La autora inaugura ambiciosamente el año nuevo. Trata aquí de cómo transformar el Estado y por qué les cuesta tanto a los políticos radicales mantener el impulso radical una vez elegidos al Parlamento o al Ayuntamiento. ¿Cómo se podría cambiar esto?

En el contexto actual de incertidumbre y cambio continuo ayuda empezar desde lo específico. Mi punto de partida es el auge de Syriza, la coalición radical de izquierdas enraizada en los movimientos que resisten la austeridad, que se ha convertido en el principal partido de la oposición del Parlamento griego. La capacidad de Syriza de dar voz política a la ira y a la desesperación de millones de personas ha supuesto un gran avance del que podemos aprender.

No se trata sólo del elevado apoyo electoral, que se vio incrementado del 4% del voto nacional en 2009 al 27% en junio de 2012 sobre la base del rechazo a las políticas impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Comisión Europea (CE) y el Banco Central Europeo (BCE), sino también del hecho de que este mandato electoral se ve reforzado por los movimientos organizados y las redes de solidaridad que Syriza ha contribuido a edificar.

Esto no significa que el éxito de Syriza sea estable o que su impulso se mantenga necesariamente. Uno de sus 71 diputados, exmiembro del Pasok y dirigente sindical Dimtris Tsoukalas, advierte de que “los votos pueden ser como la arena”. Habrá vientos amenazadores procedentes de los medios de comunicación hostiles resueltos a explotar cualquier señal de división, de las elites nacionales y europeas interesadas en que se tenga miedo a la izquierda y de un partido fascista violento que explota con cierto éxito -habiendo conseguido el 7% del voto- las tendencias xenófobas dentro de la sociedad griega.

Syriza no es una plantilla que pueda trasplantarse a otros lugares; es un nuevo tipo de organización política en construcción. Sin embargo la reflexión sobre su auge -que ha tenido lugar junto con el colapso del Pasok (del 40% del voto en 2009 al 13% en 2012)- permite un desahogo para el dilema actual de la izquierda, sobre todo en Europa. Estimula también nuevas reflexiones sobre las formas de organización política que nos pueden proporcionar salidas.


El fracaso de los partidos socialdemócratas

El dilema es el siguiente: Por un lado los partidos socialdemócratas son incapaces no sólo de enfrentarse a la austeridad, sino también de negociar alguna solución para las personas frente a la crisis financiera. Estos partidos demuestran -algunos con más fortuna que otros- su incapacidad de asumir el desafío al proyecto neoliberal que está muy desacreditado. Además el desmoronamiento de la democracia y la cultura de partido, junto con el atrincheramiento de las mentalidades de mercado, ha significado que en los partidos socialdemócratas las fuerzas renovadoras son muy débiles o insignificantes.

Por otro lado la mayoría de las organizaciones políticas de la izquierda radical, con la excepción notable de Syriza, está en una posición más débil que antes de la crisis financiera de 2008. Además las formas tradicionales de organización del movimiento obrero son también más débiles. Ha habido un crecimiento impresionante de resistencia y alternativas de todo tipo, muchos conectados entre sí y otros, como Occupy, que menosprecian un sistema ya de por sí desacreditado. Pero son las estrategias, las formas de organización y los medios de activismo político capaces de conseguir una transformación duradera lo que se está discutiendo activa y ampliamente.

Son las estrategias, las formas de organización y los medios de activismo político capaces de conseguir una transformación duradera lo que se está discutiendo activa y ampliamente.


En otras palabras mientras que la derecha, bajo la forma del neoliberalismo, estaba preparada para el derrumbamiento del bloque soviético en 1989, la izquierda del norte, ante el colapso virtual del capitalismo -dada la capacidad de éste de conseguir avales de los Estados- ha sido incapaz de encontrar los modos apropiados de construir para la sociedad una dinámica de cambio impulsada por orientaciones y valores alternativos.

Syriza se ha forjado al calor intenso del más despiadado giro de tuerca de la austeridad. Syriza se enfrentará a muchos problemas, tanto dentro de su propia organización mientras la coalición de partidos y grupos se convierte en un partido con afiliación directa, como ante las nuevas presiones que recibirán de sus opositores dentro y fuera de Grecia. Sin embargo, después de entrevistar a una gran diversidad de activistas y leer entrevistas e informes realizados por otros, tengo datos fundamentados para creer que el largo y difícil proceso de desarrollar un marco que permita repensar la organización política más allá, tanto del leninismo como del sistema parlamentario, producirá nuevos resultados cualitativos.

Muchos recursos políticos que dieron forma a la respuesta de Syriza a las condiciones actuales y lo llevó al lugar que ocupa actual, exclusiva pero todavía condicionalmente en que tantos griegos le confieren su confianza, son consecuencia de haber aprendido de los errores de otros partidos radicales europeos y de la experiencia del Foro Social Europeo.

Este ensayo pretende contribuir a la dialéctica de aprendizaje político transnacional de la izquierda. Al extender las características distintivas de Syriza y si tenemos en cuenta las experiencias de otros partidos con ambiciones similares que han sido incapaces de mantener su dinámica transformadora, sugeriré formas de abordar los problemas de la organización política en aras de superar el dilema de la izquierda.


Transformar el Estado

Mi enfoque sobre estos temas se centrará en la transformación del Estado. Éste es un asunto muy importante para Syriza mientras hace campaña y se prepara para gobernar dentro y contra un Estado notablemente corrupto y antidemocrático. Una de las cuatro secciones del programa redactado en 2009 por miembros de Synaspismos, el partido más grande de la coalición Syriza, se titula ‘Reestructurar el Estado’.

El marco del cual me sirvo para acercarme a este tema fundamental considera decisivas las fuentes de un poder democrático transformador autónomo del Estado para las posibilidades de cambio.

La dimensión económica es aquí crucial. El cambio político se obstaculiza gravemente si carece de una base de relaciones no capitalistas de producción, lo que incluye la producción de servicios y cultura, por parciales e incompletos que éstos puedan ser. Al mismo tiempo, el conflicto dentro y contra el Estado es condición necesaria para el cambio del sistema. Tal compromiso ha de enraizarse en las fuerzas sociales del cambio democrático y rendir cuentas a éstas. Sin una estrategia de este tipo para transformar y, donde sea necesario, romper el poder del Estado, las luchas transformadoras se convertirán recurrentemente en contraculturas contenibles y su potencial para la mayoría de las personas no se conseguirá.


Aprender de la democratización local

Con el fin de desarrollar mi argumento recurriré a la experiencia de la izquierda radical del Partido Laborista cuando gobernó en Londres entre 1982 y 1986 y en el Partido de los Trabajadores de Brasil (PT) cuando inició sus discusiones sobre las nuevas inversiones municipales que desembocaron en un proceso de participación popular en Porto Alegre entre 1989 y 2004. A pesar de la popularidad de estos casos sus lecciones para la organización política todavía han de reconocerse en su totalidad.

Lo importante es que sus logros -cada experimento de la ciudad constituyó una redistribución de los recursos y durante un tiempo del poder y la capacidad de los ricos y poderosos a los pobres y excluidos- dependieron del hecho de compartir recursos con las fuentes autónomas de poder democrático en las ciudades. En otras palabras combinaron las iniciativas de cambio dentro de las estructuras del gobierno con el desarrollo de fuentes más radicales y amplias de poder externas.

Pero es muy significativo que tal orientación estratégica no sólo no cambió al Partido Laborista en el Reino Unido sino que tampoco cambió al PT de Brasil una vez elegido a nivel nacional, lo que explica en parte las limitaciones del gobierno de Lula para cumplir tantas expectativas de cambio social radical como había despertado.

En los experimentos del Greater London Council, GLC [consejo local del Gran Londres de 1965 a 1986] y Porto Alegre los partidos políticos utilizaron sus mandatos electorales para ir más allá de las restricciones impuestas por el sistema vigente para fortalecer y extender los desafíos a dicho sistema. El espíritu que éstos encarnaron lo enarbolan en la actualidad los trabajadores y usuarios de servicios públicos en las campañas contra la privatización que implican estrategias efectivas para cambiar la manera en que se gestionan los servicios públicos y se administra el dinero público y arrastran con ellos a los partidos políticos.

Todas estas experiencias han subrayado la importancia de luchar para crear ahora relaciones sociales no capitalistas y no posponerlas hasta ‘después de ganar el poder’. Sin embargo las lecciones que podemos extraer de estas experiencias locales pueden contribuir a la necesaria reflexión de cómo ha de ser la organización política en un contexto de fuentes plurales de poder transformador.

Al aprender estas lecciones necesitamos tener en cuenta también que surgen problemas específicos cuando se cambian las instituciones estatales y semiestatales a nivel nacional e internacional. Para comprender el significado más amplio de cómo estas experiencias locales combinan la lucha que se lleva a cabo como representantes dentro del Estado local con el apoyo de movimientos e iniciativas democráticos externos necesitamos distinguir entre dos significados del poder radicalmente distintos.

Por un lado está el poder como capacidad transformadora y por otro el poder como dominación, una asimetría entre los que tienen el poder y los que lo padecen. Podríamos decir que históricamente los partidos socialdemócratas de masas se han construido alrededor de una versión benévola del segundo significado. Sus estrategias se han basado en ganar el poder para gobernar y usarlo de manera paternalista para satisfacer lo que ellos identifican como las necesidades del pueblo.

Tanto las experiencias del GLC a principios de los años 80 como las del PT en el gobierno municipal en los años 90 fueron intentos de cambiar el Estado de un medio de dominación y exclusión a un recurso de transformación por la vía electoral para descentralizar y redistribuir el poder.


Tanto las experiencias del GLC a principios de los años 80 como las del PT en el gobierno municipal en los años 90 fueron intentos de cambiar el Estado de un medio de dominación y exclusión a un recurso de transformación por la vía electoral para descentralizar y redistribuir el poder. Yo diría que en la práctica Syriza lleva a cabo el mismo proyecto a nivel nacional.

Syriza y la dinámica del cambio social

El elemento característico de Syriza, en contraste con los partidos tradicionales de la izquierda, es que no sólo se ve como un medio de representación política de los movimientos, sino también como partícipe en la construcción de los movimientos. Su instinto político hace que sea prioritaria la responsabilidad de contribuir a la difusión y al fortalecimiento de los movimientos que luchan por la justicia social.

En las semanas que siguieron a la elección de 71 diputados de Syriza en junio de 2012 sus dirigentes subrayaron la importancia de este hecho para ‘cambiar la idea de las personas respecto a lo que pueden hacer y desarrollar con ellas el sentido de su capacidad de conseguir el poder’, en palabras de Andreas Karitzis, uno de los coordinadores políticos clave de Syriza. Aunque el partido cree que el poder estatal es necesario, según Karitzis ‘también es decisivo lo que se hace en los movimientos y la sociedad antes de hacerse con el poder. El 80% del cambio social no se consigue sólo con la llegada al gobierno’. Esto no es hablar por hablar.

Esta visión de las estrategias para el cambio social influye en cómo Syriza asigna los importantes recursos estatales que recibe debido a su gran representación parlamentaria. El partido recibirá ocho millones de euros (casi el triple de su presupuesto actual) y el Parlamento asigna cinco administrativos a cada diputado.

En la actualidad la idea es que gran parte de los nuevos fondos vaya a las redes de solidaridad de los barrios; por ejemplo para los trabajadores que extiendan iniciativas como los centros médicos sociales y otras que han tenido éxito y conecten los habitantes de las ciudades con los productores de alimentos. También se destinarán fondos al fortalecimiento del partido dentro del Parlamento, pero se dedicarán más fondos al trabajo de Syriza en la construcción de las organizaciones extraparlamentarias por el cambio social.

De los cinco administrativos asignados a los diputados dos trabajarán directamente para el diputado. Uno trabajará en los comités de políticas que reúnen a los diputados con los expertos cívicos y dos trabajarán para el partido en los movimientos y los barrios.

Detrás de estas prioridades hay un proceso de aprendizaje que surge de la vulnerabilidad mostrada por los partidos de izquierda en otros países europeos cuando permiten que las instituciones parlamentarias, con todos sus recursos y privilegios, los aparten de los movimientos a los que pretenden dar voz política.


El compromiso de construir movimientos tanto como el partido

Desde sus orígenes en 2004, en el momento más álgido del movimiento por la justicia global (especialmente fuerte en Grecia), Syriza se ocupó tanto de construir los movimientos de cambio de la sociedad como del éxito electoral. Hubo también un proceso de aprendizaje mediante el Foro Social Europeo y el Foro Social griego.

Esto contribuyó no sólo a la claridad de la visión estratégica de los límites del poder estatal para la transformación social, sino también a la insistencia consciente en las normas de pluralismo, el apoyo mutuo y la apertura a los nuevos modos en que las personas expresaban su descontento y alternativas.

El KKE, uno de los últimos partidos comunistas ortodoxos de Europa y un recuerdo constante de la metodología política que Syriza trataba de evitar, se mostraba confiado en su aislamiento autoimpuesto y cauteloso de la contaminación de lo ‘no ortodoxo’. Los activistas de Syriza, al contrario, participaron de la cultura curiosa, plural y abierta de aprendizaje mutuo promovido por el Foro Social Europeo y ésta se convirtió en uno de los objetivos explícitos de su nueva coalición política. Esto se vio claramente cuando Syriza se unió a la revuelta juvenil con ocasión de la muerte a manos de la policía de Alexandros Grigoropoulos en 2008 sin hacer valer su opinión ni tomar protagonismo. Y actuó de la misma manera cuando se protestó en la plaza Syntagma y a lo largo de 2011.

Los activistas de Syriza aportaron sus propios principios -por ejemplo, no permitir lemas contra los inmigrantes- y los aplicaron junto con otros colectivos -por ejemplo, los anarquistas- para encontrar las soluciones prácticas mediante el debate. El ala juvenil de Synaspismos colocaba un taller durante las protestas de Syntagma para explicar y discutir este enfoque de principios y la necesidad de no instrumentalizar la lucha.

La cultura convergente de las diferentes generaciones y tradiciones de la coalición ha modelado también a Syriza. La generación más joven, que tiene ahora 20 o 30 años, se acercó a la izquierda independientemente de la alternativa que pudiera existir. Los veteranos habían formado parte de la resistencia a la dictadura a finales de los años 60 y 70 y muchos de ellos se convirtieron en eurocomunistas en los años 80.

Ambas generaciones fueron activas en el movimiento por la justicia global y el foro social. Esto significó que los procesos colectivos de conocimiento y producción cultural en los movimientos que se resistían a la globalización neoliberal, tanto dentro de Grecia como internacionalmente en los años 90, fueron más importantes para el desarrollo político personal de los activistas de Syriza que el hecho de ser un campo donde ‘intervinieran’ con el fin de promocionar una alternativa que ya había funcionado en otro lugar.

Todos los activistas de Syriza son enérgicos acerca de la cuestión de ir más allá de la protesta y tener alternativas convincentes para la gente descontenta con el corrupto Estado griego y la troika de la CE, el FMI y el BCE. Esto ha llevado a un mayor apoyo de iniciativas que tengan impacto ahora en vez de esperar a que Syriza llegue al gobierno. Por ejemplo mientras los recortes destruyen el sistema público de salud, los médicos y enfermeros de Syriza se organizan para crear centros médicos que solucionen las necesidades urgentes sin dejar de exigir tratamiento gratuito en los hospitales públicos y la defensa de los servicios sanitarios.

Syriza une también a funcionarios vanguardistas con profesores expertos y representantes de padres para preparar cambios en la organización del Ministerio de Educación con el fin de que éste sea sensible a las necesidades del pueblo y para liberar las habilidades reprimidas de los empleados públicos que quieren realmente servir al público.

Syriza está realizando también un mapa de la economía cooperativa y social del país para identificar cómo se le puede ayudar políticamente ahora y cuando el partido llegue al poder; el objetivo de Syriza es conseguir una economía orientada a las necesidades sociales. La sensibilidad del partido al auge gradual de la autogestión de la economía solidaria en medio de la crisis -al reconocer su potencial en términos de la construcción de una orientación alternativa de la sociedad- recuerda lo que dijo André Gorz cuando al hablar del concepto estratégico de las reformas no reformistas en su Strategy for Labor subrayó la importancia de ‘permitir a los trabajadores ver el socialismo no como el más allá trascendental sino como una meta visible de la praxis en el momento presente’.

Cuando Alexis Tsipras declaró que el partido estaba preparado para gobernar, basándose en el rechazo inequívoco de la política económica, consiguió que los activistas de Syriza se concentraran y se organizaran con disciplina. El estilo y la cultura de movimiento de la organización dieron lugar a una campaña de gran determinación en la que las lealtades particulares de grupo o tendencia dentro de la coalición se debilitaran para permitir que surgiera una nueva unidad.

Pero surgieron también quejas de una cierta opacidad sobre cuándo, dónde y cómo se tomaron las decisiones y temores de que esto se reforzara en el caso de que un gran grupo parlamentario llegase a ser una celebridad de la que dependiera el futuro del partido, lo que debilitaría la democracia y el debate interno del partido, recordando los casos de Lula y Andreas Papandreu en 1981. Aunque la coalición está unida sobre la importancia de gobernar, se debate cómo compartir el liderazgo, cómo rendir cuentas a los activistas del partido y del movimiento, cómo mantener una cultura politizada y crítica de debate, desafío y militancia estratégica; en otras palabras, cómo evitar convertirse en ‘otro Pasok’.


Repensar el derecho a voto: desde la atomización a la representación social

La experiencia de Syriza aporta un enfoque práctico a las discusiones recientes en el seno del movimiento por la justicia global sobre la conveniencia, en las democracias liberales, de involucrarse en el sistema político y luchar contra él y en particular sobre la conveniencia de perseguir la representación política por otras razones que las propagandísticas y bajo qué formas de organización.

La combinación consciente de Syriza de organizar para gobernar junto con la capacidad de cambio independiente del sistema político -mediante el trabajo solidario dentro de la comunidad, la agitación de base en los sindicatos, las campañas por los derechos políticos y sociales y contra el racismo y la xenofobia- plantea una vez más si el voto es todavía un recurso de transformación social o una fuente perpetua de desilusión y alienación.

En otras palabras, ¿es posible que la representación en las actuales instituciones de democracia parlamentaria, junto con los esfuerzos para cambiar estas instituciones, fortalezca la lucha más amplia que acabe con el poder capitalista, es decir el poder de los mercados financieros, los bancos privados y las corporaciones, todos ligados a las instituciones estatales y avalados por ellas? Mi respuesta es positiva, aunque muy condicionada.

Este condicionamiento se basa organizativa y culturalmente en la concepción social y concreta de la ciudadanía. En las sociedades de hoy, llenas de desigualdades, esto implica involucrarse en la política electoralista mientras se combate lo que representa hoy el sufragio universal: una igualdad política formal y abstracta en una sociedad que en esencia es desigual.

¿Es posible que la representación en las actuales instituciones de democracia parlamentaria, junto con los esfuerzos para cambiar estas instituciones, fortalezca la lucha más amplia que acabe con el poder capitalista?


Muchas personas desposeídas y sus aliados que lucharon por el voto creyeron que el hecho de desenmascarar, desafiar y superar las relaciones desiguales y explotadoras estaba en el corazón de la política parlamentaria. Para los Chartists [reformistas políticos británicos entre los años 1838 y 1848] y para muchas sufragistas, el voto representaba la apertura de una nueva fase de lucha política, no una meseta donde acomodarse. La representación política significó para ellos un medio de hacer visible en el sistema político la lucha contra la desigualdad económica y social.

La capacidad de la clase dirigente británica, a menudo con la complicidad tácita y ostensible de la dirección laborista del Parlamento y de los sindicatos, de contener esta dinámica potencial es un ejemplo bien documentado de un fenómeno común en las democracias liberales.

El resultado es una forma estrecha de representación en la que se trata a los ciudadanos de manera abstracta en lugar de que sean un elemento de unas relaciones sociales complejas y, en la actualidad, desiguales. Es un proceso político que tiende a disfrazar en vez de desenmascarar las desigualdades y protege en lugar de desafiar el poder económico privado.


Volver a la radicalidad democrática

Las generaciones posteriores desafiaron esta tendencia. Recuperaron los objetivos democráticos radicales de los pioneros al pretender romper la membrana protectora de la política parlamentaria y abrir la política al impacto directo de las luchas que están cambiando el equilibrio del poder en la sociedad.

Hay mucho que aprender a este respecto de dos experiencias: la administración laborista radical del GLC y el gobierno del PT de Porto Alegre. Ambas direcciones políticas construyeron en la práctica su estrategia de implantar el mandato electoral basándose en compartir el poder, los recursos y la legitimidad junto con los ciudadanos organizados en torno a los temas de igualdad económica y social.

Los políticos municipales se basaron en el reconocimiento de que las desigualdades que tenían obligación de abordar porque los habían elegido para ello -sobre el poder económico, la raza, el género, etc.- requerían fuentes de poder y conocimiento más allá de las del Estado solo.

En ambos casos el mandato exigía una política de la que se podría aprender y que no repitiera las concesiones que se habían hecho a nivel local y nacional en el pasado. En el caso del GLC la izquierda del Partido Laborista de Londres, influido éste por una feroz controversia dentro del partido a nivel nacional, estaba decidida a evitar el fracaso del gobierno laborista de 1974 a 1979 e implantar un mandato electoral radical.

Esta fuerte voluntad política, junto con una implicación directa en los movimientos comunitarios, feministas, sindicales y antirracistas, hizo que los futuros concejales del GLC conectaran con muchas organizaciones que compartían sus objetivos y se involucraran en la redacción de un manifiesto detallado. Este manifiesto se convirtió en el mandato de la nueva administración cuando el Partido Laborista ganó las elecciones al GLC en 1981. Fue una referencia clave en los conflictos con los altos cargos tanto en County Hall [sede del Consejo del Gran Londres] como al otro lado del río en Westminster, que ya encabezaba Thatcher, y Whitehall [ubicación de la administración del gobierno británico]; es decir, una fuente de legitimidad moral para el radicalismo de las políticas del GLC.

En el caso de Porto Alegre, la forma de llevar el municipio implicaba que las elites de los partidos locales hicieran tratos de mutuo beneficio que reproducían la corrupción y el secretismo estructurales que aseguraban que el municipio servía o al menos no molestaba a los intereses económicos de las aproximadamente 15 familias que dominaban la economía local como terratenientes o empresarios.

La misión del PT, como parte de su compromiso de desagraviar las importantes desigualdades que resultaron de la forma de gobernar y de la economía brasileña, era poner fin a esto. Bajo el liderazgo de Olivio Dutra se comprometió a trabajar con las asociaciones vecinales y otras organizaciones democráticas de base con el fin de abrir los procedimientos presupuestarios y financieros de contratación del municipio.

En ambos casos las estrategias fueron efectivas al conseguir muchos de los objetivos marcados, tanto que los intereses creados que habían desafiado actuaron tan eficaz como reaccionariamente. Estas experiencias, y en particular las relaciones cruciales entre ciudadanos organizados de forma autónoma y el Estado local, fueron producto de estas singulares circunstancias históricas.

Tanto el Partido Laborista británico como el Partido de los Trabajadores de Brasil fueron producto de los movimientos laborales y sociales y de los intelectuales progresistas pero sus orígenes históricos divergentes se basaron en una comprensión distinta de la democracia y por tanto de las estrategias a seguir ante las políticas representativas.

Mientras el PT se creó para ser la vanguardia democrática radical de la lucha contra la dictadura, el Partido Laborista se fundó para proteger y extender los derechos de los trabajadores y la provisión social dentro de una democracia parlamentaria. El Partido laborista se creó de una división casi sacrosanta entre lo industrial (los sindicatos) y lo político (el Partido). Las reglas que gobiernan esta relación son bastante flexibles, ya que de otra manera esta ‘alianza contenciosa’ no habría sobrevivido.

En 1950 esta división del Laborismo había producido ya una abdicación profundamente institucionalizada de la política desde los sindicatos hacia el Partido Laborista que consideraba cada vez más que la política legítima sólo podía tener lugar dentro de los estrechos confines parlamentarios. Los sindicatos podían presionar y como parte del Partido Laborista podían aprobar resoluciones que proponían lo que los gobiernos podían hacer. Pero actuar directamente en temas políticos y sociales estaba fuera de su alcance.


Greater London Council

En 1981 el Partido Laborista de Londres tenía un carácter bien diferente. Fue producto del desafío poderoso a esta división moderadora del mundo del trabajo que se acercó peligrosamente (a ojos de la clase dirigente británica) a romper las barreras que protegían el Estado reaccionario del Reino Unido contra el espíritu rebelde del movimiento sindical de Europa, mucho mejor organizado entonces.

El Partido Laborista de principios de los años 70 se había radicalizado como reacción al derrumbamiento y concesiones políticas del gobierno de Harold Wilson de 1964 a 1970. El Partido laborista en ese momento, sobre todo fuera del ámbito de la dirección parlamentaria, abrió sus puertas a la influencia de los movimientos sociales, lo que incluía a la base y parte de la dirección de los sindicatos.

Se elaboró un manifiesto radical de manera relativamente abierta y participativa que no sólo hablaba de extender la propiedad pública sino también de dar poder a las organizaciones sindicales en el lugar de trabajo.

En el ámbito del gobierno, sin embargo, bajo las presiones de la City [mundo financiero] y fortalecido por los pasos dados por Estados Unidos y el FMI hacia la desregulación financiera, las puertas de la dirección parlamentaria estaban cerradas. El resultado fue una lucha sin precedentes en todo el movimiento obrero que se convirtió en un conflicto, no sobre las políticas a seguir, sino sobre la misma naturaleza de la representación. Esta lucha está bien documentada.

A mediados de los años 80 la izquierda ya había perdido la lucha para cambiar el Partido Laborista, junto con la naturaleza de la representación política de la clase obrera. Mientras tanto la misma izquierda no sólo había ganado las elecciones y había mantenido el control del partido en la capital, con el apoyo de la mayoría de los sindicatos, sino que también había ganado la autoridad estratégica en el GLC que tiene un presupuesto mayor que muchos Estados-nación. Disponía de la ocasión, la voluntad, los aliados y parte de los poderes legislativos -antes de que el gobierno de Thatcher empezara a cercenarlos- para implantar políticas radicales.

Una vez refugiados en County Hall, los concejales laboristas, alentados por las luchas y organizaciones en las que muchos de ellos estaban involucrados y que les habían aupado con el fin de proseguir la lucha, gobernaban el GLC con maneras que transformarían las relaciones entre los concejales, los altos cargos del gobierno local, las organizaciones ciudadanas autónomas, los sindicatos y la mayoría de los ciudadanos de Londres.


El Partido de los Trabajadores en Porto Alegre

Durante un tiempo el Partido Laborista local se comportó de modo parecido al Partido de los Trabajadores de Brasil, a 6.000 millas de distancia. Lo que caracterizaba al PT, al menos desde su fundación en 1980 hasta finales de los años 90 (y lo que es importante para nuestra discusión con respecto a las condiciones bajo las que la democracia representativa podría ser un recurso para la transformación social), es la práctica política basada en la creencia de que los fundamentos formales de la democracia -sufragio universal, derecho de expresión, libertad de reunión, prensa libre, pluralismo político y el Estado de derecho- debían reforzarse mediante instituciones eficaces de democracia participativa popular si se querían conseguir los objetivos de la democracia -igualdad política y control popular-.

El partido aprendió esta lección no sólo con ocasión del derrocamiento de la dictadura, sino también por las desigualdades extremas de la sociedad brasileña que se burlaban aún más que en la mayoría de los países capitalistas de las alegaciones legalistas de igualdad política. El carácter práctico de estas formas radicalmente democráticas surgió en parte de los modos participativos desarrollados en los movimientos en los que se fundó el PT, sobre todo los sindicatos militantes y el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra.

Estas maneras participativas se desarrollaron posteriormente dentro de un proceso consciente y colectivo de prueba y error de los presupuestos participativos en varias ciudades grandes además de Porto Alegre. La cultura y mentalidad del partido acerca de la participación popular fue importante también; éstas surgieron a su vez de las tradiciones de la educación popular que, en el caso de Paulo Freire, representaba una forma de concienciación política basada en el principio de permitir a las personas que desarrollaran sus capacidades.

El resultado fue un partido que se había comprometido a desarrollar instituciones de control popular con el fin de compartir el poder y fortalecer las capacidades populares transformadoras. Hay muchos ecos del PT en Syriza, un reflejo quizá de su historia común de luchas contra una dictadura. Respecto a la diferencia entre el poder transformador y el poder dominador, en ambos casos las direcciones políticas radicales intentaron utilizar los poderes estatales de dominación -en particular de las finanzas y la tierra- como recursos eficaces de la capacidad popular transformadora.

De esta manera en Porto Alegre y otras ciudades brasileñas que desarrollaron procesos de presupuestos participativos después de ganar las elecciones municipales y conseguir el control centralizado del presupuesto, el partido delegó eficazmente el poder sobre las inversiones y prioridades nuevas a la descentralización coordinada del presupuesto participativo.

Al mismo tiempo se formó un grupo de trabajo con las distintas organizaciones vecinales para facilitar el proceso descentralizado que consistía en un ciclo anual de reuniones vecinales y regionales en las que se hacían las propuestas de nuevos gastos, se evaluaban de acuerdo con el marco acordado de criterios técnicos y reales y se discutían mediante un proceso elaborado, transparente y reglamentado de toma de decisiones y negociación horizontales que resumía un comité compuesto de delegados procedentes de las distintas zonas de la ciudad, diversas asambleas temáticas y los representantes del alcalde.

En el caso del GLC hubo una combinación similar de acción municipal, donde se utilizaba el poder centralizado y los recursos para dar poder a las organizaciones ciudadanas y fortalecer la capacidad de los londinenses, como trabajadores o ciudadanos, de influir en las decisiones que afectaban a su vida.

El GLC, por ejemplo, utilizó su poder para comprar suelo e impedir que las constructoras destruyeran las comunidades del centro de la ciudad; luego encomendaría la gestión de dicho suelo a la comunidad local que, durante el proceso de resistencia a las constructoras, habría diseñado su propio plan para la zona. Creó un consejo de iniciativa pública que impidió que las empresas cerraran, con la condición de que los sindicatos de dichas empresas tuvieran ciertos poderes sobre la forma de utilizar los recursos disponibles. Se estableció una oficina central dentro del consejo municipal para controlar la implantación del mandato electoral, lo que incluía el compromiso de la participación popular.

En otras palabras el poder centralizado de recaudar impuestos, controlar la utilización del suelo, etc. se combinó con la descentralización y la delegación, de forma que el uso de los recursos estatales se asignara y gestionara junto con los grupos populares. Igual que con cualquier experimento importante, los problemas deben ser objeto de reflexión junto con los objetivos y los éxitos.


Aprender de los fracasos y las debilidades

Estos problemas arrojan una luz severa sobre las tensiones entre las formas de organización política desarrolladas históricamente dentro de la política representativa liberal orientada a ganar y mantener el gobierno dentro del Estado y las formas de organización política necesaria para construir el control popular del Estado. Las innovaciones políticas se desarrollaron en su mayor parte y en ambos casos a consecuencia del impulso de las organizaciones vecinales, de los movimientos sociales y en el lugar de trabajo. Las presiones de lo inmediato significan a menudo que los temas difíciles que surgen durante el día a día de las relaciones entre partidos e iniciativas y movimientos autónomos no se reconocen ni se discuten públicamente.

En el caso del GLC la misma naturaleza limitada del Partido Laborista para implantar los compromisos de su propio manifiesto radical fortaleció el trabajo con los movimientos cívicos y sindicales. Gran parte de las relaciones políticas y prácticas entre el municipio y estas organizaciones independientes dependía sin embargo de los cargos nombrados por el GLC (la mayoría de los cuales procedía de los movimientos) y de los concejales comprometidos, en vez de las organizaciones del Partido Laborista sobre el terreno.

El compromiso continuo con los movimientos autónomos, más allá de la relación institucional con los sindicatos, habitualmente no formaba parte de las costumbres políticas de las organizaciones locales del Partido Laborista. Esto empezó a cambiar a finales de los años 70 y principios de los años 80, llegando a su punto más álgido con ocasión de la huelga de los mineros en 1984 y 1985, cuando las organizaciones locales del Partido Laborista y los sindicatos se organizaron con las comunidades y los lugares de trabajo en Londres y en todo el país. Pero esta cultura de movimientos sociales en lucha no estaba lo bastante arraigada para soportar las embestidas del gobierno Thatcher, lo que incluía la abolición del mismo GLC como el gobierno elegido de Londres.

En Porto Alegre, donde las relaciones entre el PT y los movimientos sociales eran muy estrechas y con mucha doble afiliación, un gran problema fue la ocupación de los principales activistas procedentes de ambas organizaciones en puestos de gobierno, lo que debilitaba tanto al partido que estaba fuera del gobierno como la organización de los movimientos sociales y comunitarios autónomos.

Un segundo problema fue el mismo proceso de participación presupuestaria. Aunque todo apunta a un incremento importante de la implicación activa y a un crecimiento de la autoestima y la capacidad organizativa -sobre todo de los pobres, las mujeres y las personas negras- surgió una grave limitación al desarrollo de las capacidades transformadoras populares de la participación presupuestaria más allá de las exigencias pragmáticas prioritarias.

Esta limitación residía en la separación del proceso de participación presupuestaria de la construcción estratégica de políticas en el caso, por ejemplo, de la planificación urbanística. A medida que la participación en la toma de decisiones presupuestaria crecía en volumen y las personas que participaban adquirían confianza y conciencia política, algunos activistas -también de las zonas más pobres- demandaban información e implicación en las políticas de planificación. Sin embargo este proceso no se abrió en toda su extensión.

Se sugieren varias explicaciones respecto a este tema. Una es que el PT dentro del municipio no ejercía suficiente control sobre el comportamiento de los distintos departamentos, con el fin de cumplir este deseo de información e implicación dentro de la participación presupuestaria. Los funcionarios encargados de la planificación fueron especialmente celosos de los intereses de su departamento. Sergio Baierle indica que otra explicación es el desarrollo de un ‘cuadro de gobernantes’ dentro del PT que se distanció de los activistas comunitarios y asumió una actitud paternalista con respecto a ellos.

Un tercer problema del proceso de participación presupuestaria fue la ausencia de directrices debatidas y consensuadas públicamente en torno a los acuerdos entre la municipalidad y las organizaciones comunitarias implicadas en la provisión de los servicios de cuidado de niños y reciclado. La falta de insistencia en los estándares necesarios de igualdad, democracia y eficiencia pública -un elemento bastante bien desarrollado del proceso del GLC en lo que se refiere a la concesión de subvenciones- significó que el proceso encabezado por el PT de desviación de recursos hacia las organizaciones comunitarias fue vulnerable a la usurpación neoliberal de la gestión comunitaria, cuyo destino solía revestir alguna forma de privatización.

Los problemas surgidos en Londres y Porto Alegre podían haberse superado, ya que ambos procesos habían desarrollado cierta capacidad de innovar mediante prueba y error. Pero en ambos casos el auge de la política impulsada por el mercado cerró el espacio de desarrollo de estas experiencias de reforma impulsada por la democracia.

La abolición del GLC tuvo lugar cuando la derecha neoliberal experimentó más triunfos. Asimismo algunos sectores de la izquierda, incluyendo aquéllos cuyas visiones del socialismo habían estado ligadas a las fortunas de la Unión Soviética (o que como Tony Blair no tenían ninguna visión del socialismo) se pusieron a la defensiva y se convirtieron ingenuamente en nuevos conversos del mercado capitalista como fuente de eficiencia y ‘modernización’. En consecuencia sólo defendieron débilmente -cuando no atacaron abiertamente- las innovaciones del GLC. Lo que sí es cierto es que se empeñaron en borrarlas su memoria en vez de aprender de ellas.

En el caso de Porto Alegre la derrota del PT de 2004 se debió a muchos factores, entre ellos cierta pérdida de dirección dentro del PT local y una desilusión con los primeros años del gobierno de Lula a medida que sucumbía a las presiones del FMI.

Es importante señalar que el pleno desarrollo de ambos experimentos fue abortado por el impacto en los partidos obreros de la fuerza global del neoliberalismo que ilustraron en la práctica la respuesta directa de la política impulsada por el mercado. Esta respuesta empezó a desarrollar una alternativa no de mercado que abordaba los fallos democráticos de la administración pública sin dejar de reconocer la importancia del Estado en la redistribución de la riqueza y la provisión de servicios esenciales e infraestructura. Mientras la conversión de la socialdemocracia al paradigma neoliberal implicaba el desencadenamiento del mercado capitalista como fuente de la nueva energía necesaria para reformar los organismos estatales adormecidos por la rutina y faltos de reacción, el PT primitivo y la izquierda radical de Londres (y en otros lugares) persiguieron formas democráticas que liberaron la creatividad popular latente como fuente de energía para la gestión de recursos públicos para el bien común.

El PT primitivo y la izquierda radical de Londres (y en otros lugares) persiguieron formas democráticas que liberaron la creatividad popular latente como fuente de energía para la gestión de recursos públicos para el bien común.


La tentativa de anular esta opción, mediante la persistente imposición ideológica de la dicotomía de una vieja izquierda controlada por el Estado contra el dinamismo e iniciativa empresarial del mercado capitalista, fue en realidad la continuación hasta el siglo XXI de las mentalidades de la Guerra Fría. Las alternativas de la izquierda, por tanto, no llegan a desarrollarse en su totalidad precisamente a causa de los éxitos de esta anulación

Pero cuando analizamos las fuentes de las que puede emanar ahora una política transformadora es importante recordar que la alternativa transformadora no desapareció del todo. Esto se vio en Brasil, si no dentro del propio PT, y posteriormente en los movimientos y las redes altamente politizados como el MST. Incluso en el Reino Unido su espíritu pervivió en varias campañas, desde la que derrotó al poll tax [impuesto de capitación] a la más reciente contra la evasión fiscal corporativa que combinan las formas creativas de acción directa con la intervención de académicos y periodistas comprometidos, asesores sindicales y el apoyo de diputados.


Las luchas para transformar el Estado

En este apartado quiero reflexionar sobre los múltiples movimientos e iniciativas que emprendieron las luchas contra la privatización desde mediados de los años 90. Muchas de estas luchas se llevaban a cabo también para transformar el Estado. Hay suficientes ejemplos a nivel mundial para sugerir que estas luchas indican cierto desarrollo de los sindicatos del sector público y alianzas más amplias, sobre todo a nivel local pero con apoyo nacional e internacional.

Estas experiencias indican una respuesta positiva ante la ruptura que representaba la división de la fuerza de trabajo característica de los movimientos laborales socialdemócratas señalados anteriormente entre el sindicalismo que se ocupaba de las relaciones industriales y la contratación y los partidos que se comprometen con los temas políticos más amplios, lo que incluye el Estado de bienestar.

Ante el rechazo de los sindicatos a aceptar la comercialización de los servicios públicos y al mismo tiempo su defensa de la reafirmación y renovación del objetivo de maximizar el bien público en vez del beneficio privado, éstos se responsabilizan como ciudadanos de lo que era antes dominio de la política representativa.

De alguna manera están defendiendo la función primitiva del Estado de redistribuir y revertir la mercantilización; pero inician también una dinámica de renovación y transformación de dichas relaciones no comerciales. ¿Qué es lo que hace que estas luchas sean transformadoras y vayan más allá de defender las relaciones existentes para iniciar una nueva dinámica que libera las capacidades y poderes creativos de los trabajadores?

El desarrollo clave aquí es que las organizaciones sindicales enraizadas en lugares de trabajo específicos y que cooperan con las asociaciones de consumidores y comunitarias han empezado a luchar en torno a los valores de uso producidos por sus miembros en vez de sólo replicar las relaciones de producción de mercancías y regatear el coste y condiciones de la fuerza de trabajo.

De hecho para ganar la lucha por los servicios públicos han transformado su organización de un medio de representación y movilización a uno que socializa democráticamente el conocimiento que los trabajadores y consumidores ya tienen del servicio que producen o utilizan y de esta manera prevén cómo dicho servicio puede desarrollarse y mejorarse. En la práctica incorporan la superación de la naturaleza alienada de la fuerza de trabajo como parte de su lucha para defender y desarrollar todo el potencial de la esfera pública de la provisión no mercantil.


La organización política en transición

Todos los ejemplos indicados en este ensayo ilustran una transición del cambio socialista centrado en el Estado a la valoración del poder transformador organizado dentro de la sociedad. El gobierno -en este caso el gobierno local- sigue siendo importante pero no como el principal impulsor del cambio, sino como el elemento que ejerce los poderes específicos de redistribución y socialización del suelo y las finanzas y la defensa de los servicios públicos.

Estos poderes apoyan las capacidades de los ciudadanos organizados con el fin de resistir y transformar, tanto en contra del capital como para facilitar la organización y apoyar la gestión democrática y descentralizada de los recursos políticos, lo que incluye los ‘bienes comunes’. ¿Qué es lo que podemos concluir sobre las implicaciones de esta transición para la naturaleza de la organización política?

Hemos vislumbrado, mediante estos ejemplos del GLC, Porto Alegre y la resistencia transformadora a la privatización, la multiplicidad de maneras de la organización e iniciativa políticas en las que el objetivo de la representación política y/o el gobierno es sólo un elemento del proceso de cambio.

El concepto de ‘lo político’ ha adquirido en las últimas cuatro décadas el significado más amplio de la pertinencia de las relaciones del poder transformador dentro de la sociedad. Muchas de las iniciativas políticas se centran a menudo en las relaciones sociales en el sentido más amplio y tienen en cuenta un abanico de valores.

Un elemento de esta interpretación más amplia de la política es cómo estas actividades crean cada vez más alternativas en el presente que no sólo ilustran el futuro que buscan sino que además abren una mayor dinámica de cambio. A este respecto hicimos una comparación con el pensamiento estratégico innovador de André Gorz a mediados de los años 60; pero al considerar cómo es la organización política ahora, un ejercicio de contraste nos ayudará a identificar otro elemento de la transición actual. La dimensión organizativa de la lucha ha cambiado considerablemente desde el tiempo de Gorz.

Por muchas razones, entre ellas las derrotas políticas de organizaciones sindicales tradicionales, el impacto socialmente devastador de la economía neoliberal y también los cambios radicales en la tecnología y la organización productiva, nos enfrentamos a modos extremos de fragmentación y dispersión.

De hecho el problema de crear el cambio en el presente con la idea del cambio futuro implica tanto la creación de nuevas formas de autogestión como las reformas del Estado. Podemos comprobar esto a través de las campañas en torno a la resistencia y alternativas a la privatización.

Hemos descubierto cómo estas campañas pretenden conseguir los cambios en el presente y un futuro alternativo al defender o recuperar los servicios públicos absorbidos por el mercado, pero también a hacerlos realmente públicos en el sentido organizativo y mediante la propiedad. Estas campañas no podrían depender sólo de las organizaciones existentes del movimiento obrero. Ha sido necesaria una innovación organizativa considerable que implicaba a las comunidades en las que el sindicato es sólo un actor entre muchos y los partidos obreros tradicionales sólo han estado presentes de forma testimonial. Tales campañas han señalado la necesidad de convertir el sindicato de un medio de negociación defensiva en uno que recoja todo el conocimiento de los trabajadores con el fin de actuar de forma comprometida para transformar los servicios en respuesta a las necesidades de los usuarios.


Nuevas formas de comunicación y la comprensión del conocimiento

Estas formas organizativas híbridas de lo viejo y lo nuevo, desarrolladas y unidas para un objetivo común, representan un patrón extendido que produce a su vez nuevas formas organizativas. Cualquier mapeo útil de los elementos característicos de la transición hacia nuevas formas organizativas debería incluir otros dos elementos de esta multiplicidad en la organización política.

El primer elemento se refiere a la importancia del vehículo de comunicación. La organización trata siempre, principalmente, de la comunicación, además de la toma de decisiones y la disciplina. Las nuevas tecnologías de comunicación permiten ahora una diversidad cualitativamente mayor de medios de colaboración. Posibilitan que haya medios de coordinación en red basados en objetivos comunes y valores compartidos al tiempo que reconocen la pluralidad de tácticas y formas organizativas que, por lo tanto, no requieren un solo origen. Tales enfoques de la política transformadora existieron antes de las nuevas tecnologías, pero al incrementar las posibilidades se ha generalizado a su vez nuestra imaginación organizativa, además de crear un nuevo problema.

El segundo elemento se refiere al conocimiento. La extensión de formas de organización dispersas pero a menudo conectadas y en colaboración crea también las condiciones favorables de materializar el potencial político de las comprensiones plurales del conocimiento desarrolladas en la práctica por los movimientos de los años 70, especialmente el movimiento feminista, las organizaciones sindicales radicales y también, de origen distinta, la educación popular y las organizaciones políticas de base en muchas partes del Sur.

El giro desde una comprensión del cambio centrado en el Estado a uno centrado en desarrollar el poder transformador dentro de la sociedad se asocia con estos cambios radicales en nuestro entendimiento del conocimiento. Los movimientos de los años 70 incorporaron en su práctica la capacidad consciente y creativa de la llamada gente ‘común’, tanto frente a la ‘gestión científica’ de la producción fordista como al conocimiento centralizado, exclusivamente profesional, del Estado socialdemócrata de la Sociedad Fabiana. Su comprensión de la importancia del conocimiento tanto práctico como teórico, tácito además de codificado, respaldó la primera fase de la democracia participativa en aquellas primeras décadas de rebelión que se llegó a tachar de ‘exceso de democracia’.

Esto alteró también el contenido de los programas políticos que condujo a un proceso participativo mayor de desarrollo de ideas que lo que tradicionalmente ha acontecido en los partidos políticos, lo que subraya la importancia de las alternativas como práctica y base de las reformas exigibles al Estado.

De alguna manera las funciones asociadas a un partido político las llevan a cabo ahora muchos actores autónomos que comparten valores comunes. Para considerar estas implicaciones complejas de la organización política es importante identificar los distintos tipos o niveles de actividad política. Por ejemplo, el tipo de unidad necesaria para una campaña electoral no es el que se requiere para construir una red de centros sociales o las alianzas de grupos comunitarios y sindicatos, donde la difusión de información y diversidad de acuerdo con las condiciones locales será más apropiada. Tiene sentido relacionar el tipo de organización con la actividad.


Nuevas formas de política y organización

Asimismo no es necesario que actividades y organizaciones distintas que comparten valores comunes formen parte de un solo marco político. Estos valores comunes pueden comunicarse y compartirse de muchas maneras.

Sin embargo quedan muchos temas sin resolver. Uno de ellos es el problema con el que empezamos: la representación dentro del sistema político, redistribuir los recursos públicos y reubicar el poder del Estado. Este objetivo requiere, una vez más, formas organizativas específicas. Para desarrollar estas formas necesitamos recuperar nuestro esbozo teórico de una aproximación crítica a la representación basada en los ciudadanos, no como individuos que disfrutan de una igualdad política abstracta y formal, sino como ciudadanos inmersos en relaciones sociales desiguales y específicas, como trabajadores, desposeídos, mujeres, minorías étnicas, impedidos, etc. ¿Qué estrategias y formas organizativas podrían posibilitar los recursos políticos necesarios para las luchas que superen estas desigualdades y fuentes de explotación?

La democracia parlamentaria en realidad tiende a bloquear y reforzar las desigualdades de riqueza y poder si no se ejerce oposición contra ella. Este proceso se intensifica cuando se permite que organismos nacionales e internacionales opacos y que no rinden cuentas tomen decisiones claves y en consecuencia se despolitizan la mayoría de las decisiones centrales que afectan el futuro de la sociedad.

Esta tendencia se asocia a menudo con la globalización neoliberal, pero sólo es la continuación de un proceso endémico de democracia liberal: deja los temas claves del futuro de los pobres en manos del mercado capitalista; como vimos en la historia pasada de Porto Alegre el futuro de los residentes de las favelas queda en manos de la elite de las familias terratenientes, el de las comunidades del centro de Londres en manos de las constructoras especulativas y el de los servicios públicos en manos de las corporaciones depredadoras.

El elemento común de las “contraestrategias” ensayadas en Londres y Porto Alegre se basó en la colaboración municipal con los colectivos que luchaban directamente contra estas desigualdades: las organizaciones de los pobres en las favelas mediante el presupuesto participativo, las comunidades del centro de Londres mediante la implicación directa en la formulación e implantación de la planificación municipal y el apoyo de sus propuestas frente a las presiones de los terratenientes y las constructoras respectivamente.

En cuanto a la organización, estas estrategias implicaron una forma de representación política basada en un mandato electoral que requería la rendición de cuentas a los ciudadanos que disponían de las necesarias fuentes específicas de poder, conocimiento y organización, pero no del apoyo político suficiente para llevar a cabo el cambio.

He argumentado en este texto que la representación política en dichos contextos implica un conflicto entre dos interpretaciones y formas organizativas completamente distintas de poder político. Se necesitan por tanto las formas organizativas para hacer visibles las luchas sociales dentro del sistema político. Estas luchas refuerzan el mandato electoral al reclamar y elaborar activamente los compromisos adquiridos. Dichas formas de representación luchan contra instituciones atrincheradas que consideran las desigualdades y problemas, objetivo de las luchas y el mandato electoral, inevitables y más allá de su responsabilidad.

La clase de organización cuyo propósito es llevar a cabo esta forma de representación social e inevitablemente conflictiva ha de hacerse para servir a las luchas y los movimientos cuyas demandas y necesidades se persiguen a través del proceso político. Esto es mucho más complejo y duro que ser ‘la voz’ de algo. Si se entiende que los partidos son las organizaciones que buscan la representación política y el gobierno, entonces hablamos de un partido político. Pero es un partido -o partidos- de índole muy distinta a los que estamos acostumbrados.

Para empezar, y si tenemos en cuenta la antes mencionada multiplicidad de formas de organización política para el cambio social, el partido formaría parte de una constelación de organizaciones, fuera de las instituciones políticas, que comparten de forma más o menos explícita valores y objetivos comunes.

Por otra parte estas nuevas formas de partido funcionarían dentro de un marco de compromiso fijado por el mandato electoral y desarrollado con la participación de esta red mayor o constelación. Sería esencial para el carácter organizativo del partido la rendición de cuentas y transparencia del trabajo de los representantes al implantar este compromiso.

En tercer lugar la organización de partido tendría en 2013 miembros que trabajarían en las tareas de representación y otros en la construcción de las organizaciones extraparlamentarias del poder transformador. Como en el caso de Syriza y otros, estos miembros no se incorporarían como líderes, sino como compañeros activistas que contribuyen a sus fuentes particulares de poder y conocimiento y las comparten. Este tipo de partido requeriría formas específicas de organización con el fin de contrarrestar las presiones que atraen a los representantes a la política parlamentaria y sus tendencias hacia una clase política separada.

Vimos tanto en Londres como en Brasil que la incapacidad de los dos partidos de desarrollar la presencia de movimientos sociales y abrir recursos estatales para las luchas sociales se debía a la debilidad de los vínculos organizados de los partidos con la sociedad. Syriza podría aprender de estas lecciones. Los partidos políticos fueron modulados en parte por los movimientos que fueron decisivos en sus orígenes: para el PT fueron los movimientos por la democracia y la igualdad contra la dictadura y el gobierno oligárquico y para el Partido Laborista de los primeros años 80, fue la maduración de los movimientos de los años 60 y 70.

El sistema constriñe a los partidos que trabajan en su seno. Con Syriza quizá tengamos uno de los primeros partidos formados, aunque no exclusivamente, por los movimientos que resisten el capitalismo neoliberal frente a una clase política completamente desconectada del pueblo. Una de las 29 diputadas, que sumaron un tercio del grupo parlamentario, Theano Fotiou, describió el propósito predominante de la estructura del nuevo partido: “Estar siempre conectada a las personas, aunque éstas no sean miembros del partido, y que lo critiquen y le aporten nueva experiencia”.

Se había creado una coalición a la que casi dos millones de personas se sintieron conectadas a pesar de una tentativa intencionada de infundir el miedo, o quizá por eso. Syriza aprendió esta lección de sus compatriotas y de experiencias políticas que habían tenido lugar en toda Europa. Está claro que a medida que fortalezcamos en todo el continente nuestras capacidades para rechazar las medidas de austeridad y organizar la reforma no reformista de una Europa democrática e igualitaria aprenderemos mucho de ellos.

 

 

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Agradezco la colaboración de Greg Albo, Roy Bhaskar, Leo Panitch, Steve Platt, Vishwas Satgar y Jane Shallice. Nuestras discusiones y sus sugerencias han sido útiles para mis primeros borradores. Agradezco también a los compañeros de Red Pepper y Transnational Institute su colaboración y estímulos y a Marco Berlinguer nuestras múltiples conversaciones que han influido en los argumentos de este ensayo.

Este ensayo se publicó por primera vez en el libro Question of Strategy de la editorial Socialist Register 2013, www.merlinpress.co.uk

Hilary Wainwright es editora fundadora de Red Pepper y miembro del Transnational Institute

Fuente: http://www.redpepper.org.uk/essay-political-organisation-in-transition/