Bombardear hospitales forma parte de la cotidianidad El hospital de Médicos sin Fronteras en Kunduz destruido por un bombardeo estadounidense

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La destrucción del hospital de Médicos sin Fronteras (MSF) en Kunduz que ocasionó 22 muertes, incluyendo a médicos, otros trabajadores y pacientes, remató una semana en la que se había bombardeado otro hospital en Afganistán y una boda en Yemen —obra de Arabia Saudí con el apoyo de los Estados Unidos— que se celebraba en unas tiendas en medio del desierto, es decir lejos de cualquier objetivo remotamente militar.

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El Pentágono recurrió a su habitual expresión de “daños colaterales” para intentar, una vez más, distanciarse de cualquier responsabilidad por esta última atrocidad cometida en Afganistán. Sin embargo, no hay distancia posible. Es el resultado directo e inevitable de una guerra aérea librada por pilotos, aviones y bombas estadounidenses sobre un país empobrecido y devastado, todavía inmerso en una guerra que empezó hace 14 años. Desde entonces, los Estados Unidos han gastado 65.000 millones de dólares para entrenar y equipar a una fuerza militar y policial que persigue los objetivos estadounidenses y rinde cuentas al Gobierno instalado por los Estados Unidos. Pero no ha funcionado.

Kunduz es una gran ciudad al norte de Afganistán y aunque los habitantes y otras personas habían observado movimientos por parte de los talibanes para cercar la ciudad en los meses anteriores, los funcionarios afganos —designados por los Estados Unidos— no prestaron la suficiente atención hasta la toma de la ciudad a principios de octubre por parte de las fuerzas talibanes. El corrupto y desacreditado Gobierno afgano envió en ese momento a soldados entrenados por los Estados Unidos para retomar la ciudad, anunciando dos días más tarde que los talibanes habían sido derrotados. Pero los habitantes y observadores informaron de que los talibanes seguían manteniendo el control y los Estados Unidos enviaron sus aviones de guerra a bombardear la ciudad, con el fin de apoyar a sus socios.

Testigos de la organización humanitaria internacional informaron de que a pesar de haber facilitado las coordenadas precisas por GPS de su localización a las autoridades militares estadounidenses y afganas con el fin de impedir justamente este tipo de ataque, se bombardeó el hospital “repetidamente con gran precisión en cada ataque aéreo, mientras los edificios colindantes permanecieron intactos en su gran mayoría”. El Pentágono se negó a responsabilizarse del bombardeo, alegando que sus ataques aéreos “podrían haber resultado en daños colaterales”. El presidente Obama expresó sus condolencias a las víctimas pero se negó a disculparse por el ataque.

Según Heman Nagarathnam, jefe de Programas de MSF en el norte de Afganistán, “las bombas cayeron y entonces oímos el avión dando vueltas. Hubo una pausa y luego cayeron más bombas. Esto ocurrió una y otra vez. Cuando salí de la oficina, el edificio principal del hospital era pasto de las llamas. Las personas que podían andar se habían puesto a salvo en los dos refugios del hospital. Pero los pacientes que no podían moverse se quemaron en sus camas”. Los quemados incluían a tres niños y los pacientes de cuidados intensivos.

El ataque sobre el hospital, con sus espantosas víctimas civiles, es el resultado inevitable de una guerra aérea contra ciudades densamente pobladas. Pero a la vez es un ejemplo más de las consecuencias de una estrategia que intenta vencer el terrorismo con la guerra. En Afganistán, como en las guerras de Siria e Iraq, es verdad lo que tanto oímos en boca de los funcionarios estadounidenses: “no hay solución militar”. Pero las acciones —principalmente militares— del Gobierno estadounidense contradicen dicha afirmación.

Hay quizá alguna esperanza de negociación en Siria. A pesar de la dura retórica, tanto Obama como Putin hicieron sutiles pero importantes concesiones en sus discursos en las Naciones Unidas, con lo que los acontecimientos actuales por las dos partes podrían constituir el preludio de algún tipo de negociaciones. (El presidente Obama reiteró lo que había esbozado Kerry, que la destitución de Assad no es un prerrequisito o algo que deba suceder inmediatamente. El presidente Putin, aun apoyando a Assad, afirmó claramente que lo que hay que proteger en Siria porque combate el terrorismo es el ejército del país y no el ejército de Assad. Esto representa un cambio en la postura rusa, que retiraría su apoyo a Assad y lo prestaría más bien al Estado y ejército sirios, suponiendo que Moscú pueda seguir protegiendo sus diversos intereses en Siria y en la región.)

Pero los combates continúan. En Siria, los Estados Unidos y Rusia están realizando ataques aéreos principalmente contra ISIS, pero son los civiles los que sufren las bajas. A pesar de alegar que solo apoya a fuerzas opositoras “moderadas”, el Pentágono ha reconocido que una de las efímeras coaliciones de combatientes “moderados” armadas por los Estados Unidos está equipando al Frente Al-Nusra, afiliado sirio de Al Qaeda. Según el diario israelí Ha’aretz, “por desgracia, nos hemos enterado de que las Nuevas Fuerzas Sirias suministraron seis camionetas y municiones a un grupo sospechoso de pertenecer al Frente Al-Nusra, según el portavoz del Pentágono, el capitán Jeff Davis.

Es un momento muy sombrío; la situación en Kunduz sigue siendo muy inestable y, con la destrucción del hospital de MSF, las víctimas civiles de los combates en curso han perdido el proveedor más importante de urgencias médicas. Morirán más civiles afganos. En Siria, SI hay negociaciones, se intensificarán las operaciones militares antes e incluso durante dichas negociaciones, lo que significa que morirán aún más civiles sirios.

Las guerras todavía distan de llegar a su fin.

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