El auge de plataformas colaborativas como Fairmondo y SMart también constituye un avance prometedor. Fairmondo es un mercado electrónico de bienes y servicios éticos que surgió en Alemania y se expandió al Reino Unido. Es una alternativa colaborativa a Amazon y eBay. SMart es una cooperativa que agrupa servicios y conocimientos para hacerlos asequibles a autónomos creativos.
Plataformas de micromecenazgo como Goteo, que están construyendo alternativas al sistema financiero actual son potencialmente muy significativas. Goteo ha creado una comunidad de más de 65 000 personas, que ofrece financiación colectiva cívica y colaboración en iniciativas ciudadanas y proyectos sociales, culturales, tecnológicos y educativos.
Parece que los movimientos de bienes comunes digitales están inevitablemente vinculados con la cultura, tanto en la forma en que trabajan como en los productos que están elaborando. ¿Qué lecciones pueden aprender los movimientos sociales en general?
Creo que es útil destacar dos grandes concepciones de la cultura: la cultura (con ‘c’ minúscula), y la Cultura (con ‘C’ mayúscula). La Cultura se refiere a una expresión artística, mientras que la cultura hace referencia a nuestra naturaleza antropológica. Cada actividad humana implica cultura y, entonces, con este significado, los bienes comunes están sin duda conectados con la cultura.
No es quizás una sorpresa que los bienes comunes emergieran como una forma predominante de organización para el ordenamiento de la gobernanza y la sostenibilidad de la producción artística. Estas formas de Cultura se basan, normalmente, en modalidades de autogobierno que favorecen el acceso abierto, la innovación, la mezcla, y la situación de las necesidades de la comunidad y la creatividad en primer lugar, frente a la rentabilidad, que iría en segundo lugar.
Como ya he mencionado, una de las primeras áreas digitales para favorecer una forma de producción de bienes comunes más institucionalizada fue la de producción de software, con la emergencia de proyectos de acceso libre y de código abierto, como Linux o Apache, que se convirtieron en el modelo dominante de producción (mayor que los sistemas exclusivos) en áreas determinadas de la industria del software. Desde ahí, fue sencillo trasladarlo a la música, a las películas, y también a las enciclopedias y otras áreas de contenidos, que podían beneficiarse de la producción colaborativa. El término ‘cultura libre’ hace referencia a esto.
Ahora vemos que la producción de los comunes se expande hacia casi cualquier área de la producción, desde monedas, paisajes urbanos (como jardines y huertos urbanos), arquitectura (FabLab), y el diseño abierto de automóviles (como Wikispeed car) y juguetes. Las primeras formas de los bienes comunes digitales han ayudado a orientar estas nuevas formas.
Con respecto a las lecciones para los movimientos sociales, creo que pueden ayudarnos a expandir la concepción y la práctica de la participación, desde formas de organización que requieren altos niveles de implicación por parte de unos pocos ‘superactivistas’, hacia modelos basados en las economías de la participación. La clave es integrar la participación basada en la diversidad: que no solo haya contribuyentes fuertes, sino que también se permita una participación débil y esporádica, y la colaboración de personas que solo pueden seguir el proceso, permitiendo que los diferentes tipos de participación se combinen. Tenemos que, de alguna manera, democratizar la participación en los movimientos sociales con el fin de alcanzar y adaptarnos a una base social más amplia.
¿Cuáles son los elementos clave que constituyen una cultura de los comunes?
Los bienes comunes son muy, muy diversos ―eso es algo que los define―, en la medida en que se adaptan a circunstancias locales y específicas, y se integran en una comunidad determinada a la que pertenecen.
Diría que estos son los principios básicos, pero no todos están necesariamente presentes en todas las familias de bienes comunes, o de bienes comunes específicos:
- Organización comunitaria (abierta a la participación).
- Autogobierno de la comunidad por parte de los creadores del valor común.
- Acceso libre a los recursos creados.
- Ética de mirar más allá de la rentabilidad para atender las necesidades sociales y medioambientales, y la inclusión.
La inclusión es, quizás, uno de los elementos más débiles, especialmente en el movimiento del Free/Libre/Open Source Software (FLOSS). Los estudios indican que solo el 1,5 % de los colaboradores en las comunidades FLOSS son mujeres, mientras que en la producción de software patentado cerrado, la proporción está más cerca del 30 %. ¿Cómo puede el FLOSS alzarse como modelo con una brecha de género tan grande en sus tasas de participación? Del mismo modo, las comunidades que gestionan los recursos naturales, como las instituciones de bienes comunes de pesca en Albufera, Valencia, restringieron la participación de las mujeres hasta hace muy poco. Además, la teoría de los bienes comunes tiende a ser muy dominada por autores masculinos, que establecen pocos vínculos con la teoría feminista.
Los enfoques de los bienes comunes deben trabajar más para tratar de abarcar estos temas, desarrollar metodologías, y resaltar y aprender de los casos que han dado buenos resultados en términos de inclusión de género. Barcelona en Comú, en su intento de recuperar las instituciones políticas para el bien común, constituye un ejemplo de proyecto en el que la sabiduría feminista está debidamente comprometida con los bienes comunes, y que busca lograr la igualdad de género.
Cuéntanos: ¿en qué has estado involucrada en Barcelona en Comú?
Estaba en la lista inicial de personas que promovieron el lanzamiento de Barcelona en Comú. Se trata de una plataforma ciudadana lanzada en 2014 a raíz de las protestas populares que tomaron las plazas de muchas ciudades españolas tras la crisis financiera. La plataforma para Barcelona en Comú se concibió de manera participativa y ha tratado de poner la democracia participativa y las metodologías comunes en el centro de la gobernanza.
Soy miembro de Barcelona en Comú, y soy responsable de BarCola, un grupo que trabaja en políticas de economía colaborativa dentro del Ayuntamiento de Barcelona. Nuestro grupo ha ayudado a organizar el proyecto y la conferencia de procomuns.net, que está tratando de sensibilizar sobre iniciativas económicas colaborativas basadas en los bienes comunes, proporcionando directrices técnicas a las comunidades para la construcción de tecnologías FLOSS, y formulando recomendaciones políticas específicas para el Ayuntamiento de Barcelona y para la Unión Europea y otras administraciones.
Nuestro primer evento internacional, en marzo de 2016, reunió a más de 400 participantes para desarrollar 120 recomendaciones de políticas para los gobiernos.
¿En qué se diferencia el llamado ‘consumo colaborativo’ de los bienes comunes digitales?
La economía compartida no difiere tanto de los bienes comunes digitales; solo pone un mayor acento en la dimensión económica de los bienes comunes. Sin embargo, ha tenido lugar un proceso de wikiwashing* del término, al que han contribuido los medios al usar incorrectamente el término ‘consumo colaborativo’ para referirse a la ‘economía a la carta’, dominada por compañías como Uber y Airbnb.
Se trata de economías basadas en la producción colaborativa, pero no incluyen la gobernanza de los bienes comunes, el acceso a ellos, o una agenda al servicio del interés público. Una verdadera economía de consumo colaborativo es aquella que está conectada con la comunidad y la sociedad, y busca servir al interés común, construyendo relaciones más igualitarias.
¿Cómo evitamos que las corporaciones ―u otras estructuras de poder, tales como el ejército― se apoderen de los bienes comunes digitales?¿Cómo evitamos que las corporaciones ―u otras estructuras de poder, tales como el ejército― se apoderen de los bienes comunes digitales?
En estos momentos hay, en mi opinión, tres estrategias y metas clave:
Crear alianzas públicas de bienes comunes. Impulsar que las instituciones políticas se orienten por los principios que rigen los bienes comunes y apoyar la producción económica basada en los bienes comunes (como, por ejemplo, reinventar los servicios públicos liderados por la participación de los ciudadanos, lo que yo llamo ‘comunificación’). Barcelona en Comú puede ser un gran ejemplo a este respecto.
Recuperar la economía y, en particular, desarrollar un sistema financiero alternativo.
Enfrentarse al patriarcado con los bienes comunes; en otras palabras, abrazar la libertad y la justicia para todos, no solo para un sujeto particular privilegiado (hombres, blancos, etc.) y ayudar a fomentar una mayor diversidad dentro de la sociedad.
Creo que el mayor posicionamiento de los bienes comunes como una matriz dentro de nuestros sistemas cuenta con un mayor potencial para erigirse como una alternativa al actual sistema capitalista.
*Wikiwashing es un concepto que se relaciona con prácticas poco éticas en el ámbito de los bienes comunes digitales, y hace referencia a la edición de hechos en Wikipedia para que sean congruentes con la desinformación que se ha proporcionado.
>> Traducción de Elena Pérez Lagüela