La cultura de los bienes comunes Entrevista con Mayo Fuster Morell
Mayo Fuster Morell, responsable de BarCola, un grupo que trabaja sobre políticas de economía colaborativa en Barcelona, comparte sus impresiones y experiencias acerca de cómo las formas de colaboración basadas en los bienes comunes pueden construir una sociedad más justa.
¿Qué son los bienes comunes?
Los bienes comunes son un conjunto de valores y un concepto general que abarca muchas prácticas y cambios transformadores. Los bienes comunes ponen el acento en los intereses y las necesidades comunes. Incluyen la producción colaborativa, los recursos abiertos y compartidos, la propiedad colectiva, así como formas de organización económica y política participativas y que empoderen a la ciudadanía.
Es, sin embargo, un concepto muy plural, con muchas y muy diversas ‘tradiciones’ y perspectivas. Algunos bienes comunes, por ejemplo, están conectados con recursos materiales (bienes pastoriles, prados, pesca, etc.) y, otros, con recursos inmateriales (conocimiento, etc.).
En el área de los bienes comunes del conocimiento, el énfasis se pone sobre las condiciones de acceso: que exista acceso libre y la posibilidad de acceder a esos recursos e intervenir en su producción sin que ello requiera el permiso de otros. Destaca el concepto de conocimiento como un bien público, una parte del patrimonio, y un derecho humano.
¿Por qué crees que necesitamos volver a la idea y las prácticas de los bienes comunes?
Los bienes comunes existían antes del capitalismo. Pero, de alguna manera, esta cuestión implica que los bienes comunes son algo del pasado, no del presente. ¿Es acaso la familia, el mercado o el espacio público algo del pasado? Los bienes comunes constituyen una parte integral de nuestra sociedad presente, no algo que haya que recuperar del pasado.
Buen apunte. Quizá la cuestión que debemos plantear es por qué este asunto está abriéndose paso en la agenda política.
Creo que, en parte, esto tiene relación con la democratización del conocimiento y la participación que surgió con la llegada de internet. Algunos académicos que llevan a cabo investigaciones sobre mundo digital, como Yochai Benkler (autor de La riqueza de las redes), arguyen que los bienes comunes se desplazaron desde los márgenes hacia el centro de muchos sistemas económicos por la reducción de costes que suponían, en términos de acción colectiva, dada la adopción generalizada de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Otros, como Carol Rose (autora de La comedia de los comunes), han mostrado cómo los recursos comunes de internet se volvieron más valiosos cuanto más gente los utilizaba, lo que ha terminado por desvirtuar antiguas críticas a los bienes comunes, que alegaban que eran insostenibles y que alentaban el oportunismo. ¡Con internet ocurre lo contrario!
Una vía que ha saltado a la palestra ha sido la relativa a la gobernanza colectiva de los recursos naturales, en cuyo centro se erige la gobernanza comunal de un recurso de propiedad común. Este es el marco propuesto por la escuela de la ganadora del premio Nobel Elinor Ostrom.
Otra vía se relaciona con la defensa de los servicios públicos y la resistencia al confinamiento neoliberal de las instituciones públicas, un ámbito sobre el cual el TNI trabaja mucho.
Sin embargo, a pesar de la diversidad de trayectorias, todas ellas apuntan claramente a partes integrales de nuestro sistema, y ofrecen soluciones.
¿Por qué la cultura digital ha recurrido ―y sigue recurriendo― tanto a planteamientos desde los bienes comunes?
Existen muchas razones. Yo señalaría dos. La primera se refiere al hecho de que la cultura digital surgió, en gran medida, de la contracultura. Esta historia aparece muy bien contada en un libro de Turner, De la contracultura a la cibercultura. Los hippies y las culturas psicodélicas estuvieron entre las primeras que se percataron de la utilidad de internet. De hecho, internet en sí era concebido, y todavía puede concebirse, como un bien común: incluso aunque haya sido cada vez más cercado por corporaciones aliadas con regímenes autoritarios.
La segunda razón es el carácter descentralizado de internet. Esto permitió la democratización del acceso a los medios de producción digital. Hoy, amplios sectores de la población tienen acceso a inmensos recursos de conocimiento, junto con programas que permiten crear y mezclar esos conocimientos. Internet también facilitó nuevas formas de distribución de ese conocimiento, que favorecieron la producción abierta y colaborativa. Creó una economía basada en una producción y una distribución abiertas y colaborativas, y en la eficiencia del intercambio frente a los modos de producción basados en la propiedad y en el producto, característicos de la época industrial anterior.
¿Qué proyectos destacarías concretamente como los más interesantes dentro de los bienes comunes digitales?
Wikipedia, sin duda, es uno. Desde su creación en 2001, se ha convertido en una de las mayores páginas web de referencia en el mundo, con la increíble cifra de 70 000 colaboradores activos trabajando sobre más de 41 millones de artículos en 294 idiomas. El proyecto de software libre y de código abierto (FLOSS, por sus siglas en inglés, Free, Libre and Open Source Software) que ha permitido a la gente utilizar, copiar, estudiar e intercambiar software de manera libre y gratuita, y que subyace a muchos programas reconocidos de software, sería otro.
El auge de plataformas colaborativas como Fairmondo y SMart también constituye un avance prometedor. Fairmondo es un mercado electrónico de bienes y servicios éticos que surgió en Alemania y se expandió al Reino Unido. Es una alternativa colaborativa a Amazon y eBay. SMart es una cooperativa que agrupa servicios y conocimientos para hacerlos asequibles a autónomos creativos.
Plataformas de micromecenazgo como Goteo, que están construyendo alternativas al sistema financiero actual son potencialmente muy significativas. Goteo ha creado una comunidad de más de 65 000 personas, que ofrece financiación colectiva cívica y colaboración en iniciativas ciudadanas y proyectos sociales, culturales, tecnológicos y educativos.
Parece que los movimientos de bienes comunes digitales están inevitablemente vinculados con la cultura, tanto en la forma en que trabajan como en los productos que están elaborando. ¿Qué lecciones pueden aprender los movimientos sociales en general?
Creo que es útil destacar dos grandes concepciones de la cultura: la cultura (con ‘c’ minúscula), y la Cultura (con ‘C’ mayúscula). La Cultura se refiere a una expresión artística, mientras que la cultura hace referencia a nuestra naturaleza antropológica. Cada actividad humana implica cultura y, entonces, con este significado, los bienes comunes están sin duda conectados con la cultura.
No es quizás una sorpresa que los bienes comunes emergieran como una forma predominante de organización para el ordenamiento de la gobernanza y la sostenibilidad de la producción artística. Estas formas de Cultura se basan, normalmente, en modalidades de autogobierno que favorecen el acceso abierto, la innovación, la mezcla, y la situación de las necesidades de la comunidad y la creatividad en primer lugar, frente a la rentabilidad, que iría en segundo lugar.
Como ya he mencionado, una de las primeras áreas digitales para favorecer una forma de producción de bienes comunes más institucionalizada fue la de producción de software, con la emergencia de proyectos de acceso libre y de código abierto, como Linux o Apache, que se convirtieron en el modelo dominante de producción (mayor que los sistemas exclusivos) en áreas determinadas de la industria del software. Desde ahí, fue sencillo trasladarlo a la música, a las películas, y también a las enciclopedias y otras áreas de contenidos, que podían beneficiarse de la producción colaborativa. El término ‘cultura libre’ hace referencia a esto.
Ahora vemos que la producción de los comunes se expande hacia casi cualquier área de la producción, desde monedas, paisajes urbanos (como jardines y huertos urbanos), arquitectura (FabLab), y el diseño abierto de automóviles (como Wikispeed car) y juguetes. Las primeras formas de los bienes comunes digitales han ayudado a orientar estas nuevas formas.
Con respecto a las lecciones para los movimientos sociales, creo que pueden ayudarnos a expandir la concepción y la práctica de la participación, desde formas de organización que requieren altos niveles de implicación por parte de unos pocos ‘superactivistas’, hacia modelos basados en las economías de la participación. La clave es integrar la participación basada en la diversidad: que no solo haya contribuyentes fuertes, sino que también se permita una participación débil y esporádica, y la colaboración de personas que solo pueden seguir el proceso, permitiendo que los diferentes tipos de participación se combinen. Tenemos que, de alguna manera, democratizar la participación en los movimientos sociales con el fin de alcanzar y adaptarnos a una base social más amplia.
¿Cuáles son los elementos clave que constituyen una cultura de los comunes?
Los bienes comunes son muy, muy diversos ―eso es algo que los define―, en la medida en que se adaptan a circunstancias locales y específicas, y se integran en una comunidad determinada a la que pertenecen.
Diría que estos son los principios básicos, pero no todos están necesariamente presentes en todas las familias de bienes comunes, o de bienes comunes específicos:
- Organización comunitaria (abierta a la participación).
- Autogobierno de la comunidad por parte de los creadores del valor común.
- Acceso libre a los recursos creados.
- Ética de mirar más allá de la rentabilidad para atender las necesidades sociales y medioambientales, y la inclusión.
La inclusión es, quizás, uno de los elementos más débiles, especialmente en el movimiento del Free/Libre/Open Source Software (FLOSS). Los estudios indican que solo el 1,5 % de los colaboradores en las comunidades FLOSS son mujeres, mientras que en la producción de software patentado cerrado, la proporción está más cerca del 30 %. ¿Cómo puede el FLOSS alzarse como modelo con una brecha de género tan grande en sus tasas de participación? Del mismo modo, las comunidades que gestionan los recursos naturales, como las instituciones de bienes comunes de pesca en Albufera, Valencia, restringieron la participación de las mujeres hasta hace muy poco. Además, la teoría de los bienes comunes tiende a ser muy dominada por autores masculinos, que establecen pocos vínculos con la teoría feminista.
Los enfoques de los bienes comunes deben trabajar más para tratar de abarcar estos temas, desarrollar metodologías, y resaltar y aprender de los casos que han dado buenos resultados en términos de inclusión de género. Barcelona en Comú, en su intento de recuperar las instituciones políticas para el bien común, constituye un ejemplo de proyecto en el que la sabiduría feminista está debidamente comprometida con los bienes comunes, y que busca lograr la igualdad de género.
Cuéntanos: ¿en qué has estado involucrada en Barcelona en Comú?
Estaba en la lista inicial de personas que promovieron el lanzamiento de Barcelona en Comú. Se trata de una plataforma ciudadana lanzada en 2014 a raíz de las protestas populares que tomaron las plazas de muchas ciudades españolas tras la crisis financiera. La plataforma para Barcelona en Comú se concibió de manera participativa y ha tratado de poner la democracia participativa y las metodologías comunes en el centro de la gobernanza.
Soy miembro de Barcelona en Comú, y soy responsable de BarCola, un grupo que trabaja en políticas de economía colaborativa dentro del Ayuntamiento de Barcelona. Nuestro grupo ha ayudado a organizar el proyecto y la conferencia de procomuns.net, que está tratando de sensibilizar sobre iniciativas económicas colaborativas basadas en los bienes comunes, proporcionando directrices técnicas a las comunidades para la construcción de tecnologías FLOSS, y formulando recomendaciones políticas específicas para el Ayuntamiento de Barcelona y para la Unión Europea y otras administraciones.
Nuestro primer evento internacional, en marzo de 2016, reunió a más de 400 participantes para desarrollar 120 recomendaciones de políticas para los gobiernos.
¿En qué se diferencia el llamado ‘consumo colaborativo’ de los bienes comunes digitales?
La economía compartida no difiere tanto de los bienes comunes digitales; solo pone un mayor acento en la dimensión económica de los bienes comunes. Sin embargo, ha tenido lugar un proceso de wikiwashing* del término, al que han contribuido los medios al usar incorrectamente el término ‘consumo colaborativo’ para referirse a la ‘economía a la carta’, dominada por compañías como Uber y Airbnb.
Se trata de economías basadas en la producción colaborativa, pero no incluyen la gobernanza de los bienes comunes, el acceso a ellos, o una agenda al servicio del interés público. Una verdadera economía de consumo colaborativo es aquella que está conectada con la comunidad y la sociedad, y busca servir al interés común, construyendo relaciones más igualitarias.
¿Cómo evitamos que las corporaciones ―u otras estructuras de poder, tales como el ejército― se apoderen de los bienes comunes digitales?¿Cómo evitamos que las corporaciones ―u otras estructuras de poder, tales como el ejército― se apoderen de los bienes comunes digitales?
En estos momentos hay, en mi opinión, tres estrategias y metas clave:
Crear alianzas públicas de bienes comunes. Impulsar que las instituciones políticas se orienten por los principios que rigen los bienes comunes y apoyar la producción económica basada en los bienes comunes (como, por ejemplo, reinventar los servicios públicos liderados por la participación de los ciudadanos, lo que yo llamo ‘comunificación’). Barcelona en Comú puede ser un gran ejemplo a este respecto.
Recuperar la economía y, en particular, desarrollar un sistema financiero alternativo.
Enfrentarse al patriarcado con los bienes comunes; en otras palabras, abrazar la libertad y la justicia para todos, no solo para un sujeto particular privilegiado (hombres, blancos, etc.) y ayudar a fomentar una mayor diversidad dentro de la sociedad.
Creo que el mayor posicionamiento de los bienes comunes como una matriz dentro de nuestros sistemas cuenta con un mayor potencial para erigirse como una alternativa al actual sistema capitalista.
*Wikiwashing es un concepto que se relaciona con prácticas poco éticas en el ámbito de los bienes comunes digitales, y hace referencia a la edición de hechos en Wikipedia para que sean congruentes con la desinformación que se ha proporcionado.
>> Traducción de Elena Pérez Lagüela