La gran brecha de la desigualdad económica global La “clase de Davos” al descubierto

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Dos años después de que Occupy Wall Street diera voz al descontento popular por las crecientes desigualdades en todo el mundo, la cuestión del 1% frente al 99% se mantiene como asunto número uno de la agenda política.

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State of Power

* Este artículo se publica en el marco del informe 'Estado del poder 2014' (publicado en español con la colaboración de Fuhem-Ecosocial)

Introducción

Dos años después de que Occupy Wall Street diera voz al descontento popular por las crecientes desigualdades en todo el mundo, la cuestión del 1% frente al 99% se mantiene como asunto número uno de la agenda política. En ocasiones, sin embargo, aparecen expresiones incongruentes, como ocurrió en enero de 2014, cuando los multimillonarios reunidos en la lujosa estación de ski de Davos, Suiza, declararon que la desigualdad era su mayor preocupación. El World Economic Forum (WEF) parecía incluso agradecer la reprimenda del Papa y de Oxfam, y su presidente ejecutivo, Klaus Schwab, declaró que “tenemos demasiada disparidad en el mundo”.

Sin embargo, había un mea culpa que los asistentes al WEF no estaban dispuestos a expresar: admitir que la existencia de reuniones exclusivas –y las motivaciones ocultas que conllevan– de los económicamente ricos y políticamente poderosos es una de las razones clave de esta profunda brecha en la riqueza. La desigualdad económica es fundamentalmente un reflejo de la desigualdad política: los ricos y los pobres tienen una participación y control de nuestros sistemas políticos muy diferente, y el ejercicio de este poder se aprecia claramente si se observa quién se beneficia de la economía global.

“La clase de Davos”

Davos, quizá más que cualquier otra reunión, encarna la forma en que el poder político y la gobernanza global se han atrincherado en una pequeña élite corporativa en las últimas décadas. Esta élite ha logrado no solo capturar nuestra economía, sino también nuestra política y, también cada vez más, nuestra cultura y nuestra sociedad. Davos es la conferencia por excelencia para hacer contactos. En ella se promueve que los puntales de la economía, la política y la cultura se mezclen en igualdad de condiciones. Entre cocktails y mousse de espárragos, los directivos de las corporaciones pueden relacionarse con presidentes de Gobierno, académicos de renombre y alguna que otra celebridad del rock, al tiempo que hilvanan acuerdos que mantendrán saneados sus beneficios. El tuit más probable en Davos, como satiriza acertadamente Daniel Gross, del Daily Beast, es: “A punto de entrar en una reunión secreta con una persona poderosa. Te contaré todo cuando vuelva a ny/dc #wef”.

La politóloga Susan George ha bautizado a esta élite “la clase de Davos”, señalando que son “nómadas, poderosos e intercambiables. Algunos tienen poder económico y normalmente una fortuna personal considerable. Otros tienen poder administrativo y político, mayormente empleado a favor de aquellos con poder económico, quienes se lo recompensan a su manera”. George argumenta que les une un programa “habitualmente llamado ‘neoliberalismo’, basado en la libertad para la innovación financiera –no importa a dónde lleve–, en la privatización, la desregulación y el crecimiento ilimitado; en el mercado, supuestamente libre y autorregulado, y en el libre comercio, que engendró la economía de casino”.

Un informe de 2014 del Transnational Institute (TNI), titulado State of Power – Exposing the Davos Class, examina hasta qué punto el neoliberalismo ha tenido éxito a la hora de enriquecer a esta pequeña élite corporativa, además de amplificar su poder. El informe pone de manifiesto hasta qué punto está concentrada esta riqueza más allá de lo que generalmente se cree, no en el 1%, sino en el 0,001%: 111.000 personas controlan 16,3 billones de dólares, equivalente a una quinta parte del PIB mundial. A los millonarios del mundo les ha ido bien incluso durante la crisis. En 2012 su riqueza aumentó un 11%, mientras que los ingresos de los hogares en la UE y EEUU se estancaron o en algunos casos descendieron.

Esta riqueza económica va de la mano de un creciente dominio de las corporaciones transnacionales en la economía global. Actualmente, 37 de las mayores economías mundiales son corporaciones. Walmart, Shell, Volkswagen y otras se han convertido en los imperios contemporáneos, económicamente más grandes que Dinamarca, Israel o Singapur. Un estudio histórico realizado por matemáticos del Zurich Polytechnic Institute pone de manifiesto una concentración del poder económico todavía mayor cuando se examina la propiedad de estas compañías. En un estudio de 43.000 corporaciones hallaron que tan solo 147 compañías controlaban el 40% del valor económico de toda la muestra. La mayoría son bancos, hedge funds y otras empresas de servicios financieros. Un asesor del Deutsche Bank, George Sugihara, de Scripps Institution of Oceanography de La Jolla, California, admitió incluso que “es desconcertante ver cuán conectadas están realmente las cosas”.

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