Precariedad, poder y democracia Estado del poder 2016

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La naturaleza cada vez más precaria del trabajo y de la vida plantea una grave amenaza para la democracia, ya que socava nuestro tejido social, atomiza a los individuos y busca personalizar la culpa por la inseguridad económica. ¿Qué posibilidades existen de que ‘el precariado’ se convierta en un nuevo tipo de movimiento social con una visión colectiva para reconstruir la vida contemporánea?

Cover Precariedad, poder y democracia - Estado del poder 2016 - Capítulo 7

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State of Power 2016
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2405-7592

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Tom George

Con el desmantelamiento y la remodelación del Estado de bienestar de la posguerra y los derechos democráticos asociados al mismo, la globalización neoliberal ha desatado lo que se podría llamar la ley capitalista de la precariedad creciente. En este sentido, la precariedad describe “un estado generalizado de inseguridad, que trasciende las tradiciones habituales de la posición social”.1 La precariedad es sinónimo de las vulnerabilidades que surgen de la adopción de reformas económicas neoliberales, poniendo la vida en riesgo y sometiéndola a la inestabilidad.

Mientras la precariedad aumenta en el Norte Global, es la naturaleza expedita y sistemática de la amenaza a la protección social vigente la que convierte al Reino Unido en un caso paradigmático. Habiendo virado de un modelo institucionalizado basado en los derechos sociales a otro neoliberal basado en el mercado, la convergencia del Reino Unido con las políticas estadounidenses seguidoras del pensamiento de la ‘nueva derecha’ de los años de Reagan y Thatcher ha tenido consecuencias dramáticas en cuanto a las desigualdades y la pobreza. Los recortes sin precedentes a los servicios públicos y la educación, las medidas de austeridad y la gestión de la crisis de la deuda han llegado a ser la regla más que la excepción.

Esto no es una condición pasajera o puntual, un momento en que sea necesario ‘apretarse el cinturón’ o ‘hacer un esfuerzo’. Lo que es único de la producción y gestión de la precariedad es que ha llegado a ser parte fundamental de una gran maquinaria que caracteriza este ‘momento’ histórico, orientado a servir la acumulación y el control capitalistas. Como tal, la precariedad es esencial para entender la política y la economía contemporáneas.

El concepto de precariedad nació en los años noventa en la sociología europea entre temores explícitos de que la individualización generalizada, la promoción de las soluciones de mercado y la naturaleza de condiciones ‘flexibles’ y cada vez más precarias erosionarían cualquier posibilidad de acción colectiva. Sin embargo, y quizá lo que es más destacable, la precariedad ha demostrado ser un foco movilizador de organización política en Europa, que algunos teóricos ven como un nuevo sujeto político, el precariado. El libro de Guy Standing, muy leído y reseñado, El precariado: una nueva clase social ha conseguido popularizar el término. Para Standing, el precariado es “hijo de la globalización”, luchando por el “control sobre la vida, un resurgimiento de la solidaridad social y una autonomía sostenible, al tiempo que se rechazan las viejas formas obreras de seguridad y paternalismo estatal”.

Sobre el terreno, la precariedad se ha consolidado en los hábitos de la vida y el trabajo. Aunque el actual Gobierno del Reino Unido sigue alabando su ‘éxito’ en disminuir las tasas de desempleo y aumentar el (débil) crecimiento económico, este ha ido acompañado también de un incremento del trabajo temporal, inseguro y precario para los trabajadores británicos y migrantes, y recortes draconianos en los servicios públicos. La competencia resultante para procurarse seguridad y estatus estimula el oportunismo individualista y la falta de solidaridad, lo que hace que las personas precarias no solo estén aisladas y dispersas, sino también que compitan entre sí.

Los intentos por comprender este fenómeno han dado como resultado la división burda de la población en marcados tipos políticos como forma de delinear o determinar a las personas ‘más’ precarias. Quizá más significativo es el hecho de que los neologismos y las discrepancias sobre las demarcaciones entre los grupos o ‘clases’ sociales han restringido más que facilitado la organización política. El término ‘precariado’ ha traspasado los límites de las ciencias sociales2 y las redes activistas globales, y destaca en los medios de comunicación dominantes. A partir de la apropiación del término en la Great British Class Survey,3 —una encuesta de población sobre estructuras sociales en el Reino Unido— en la que el precariado se presentaba como la última categoría de una estructura de siete posibles clases, ha sido retratado, en especial en la prensa derechista, como la clase ‘condenada’ y ‘no respetable’ que hay que evitar. Esto se sintetiza en la encuesta en la que se mide la vulnerabilidad de los individuos con el titular Élite o precariado: ¿en qué clase te encuadras TÚ? ¿No tienes clara tu posición en la nueva jerarquía social? Entonces prueba suerte en nuestro atrevido concurso.

Si contestaste mayoritariamente la opción F, entonces estás al borde de la sociedad.

PRECARIADO es un término tan espantoso que solo lo podría haber inventado un miembro sabihondo de la Élite. El Precariado es lo contrario de la Clase Media Técnica; en vez de tener dinero y ningún interés, tienen muchas cosas que les gustaría hacer, pero sin dinero para hacerlas. Vidas inseguras y generalmente atrapadas en las viejas zonas industriales de Gran Bretaña”.4

Los efectos discriminadores de este tipo de clasificación socio-económica se convierten en un instrumento de poder, muy parecido al estigma asociado a términos como la ‘clase marginal’. En este sentido, el concepto del precariado se torna negativo y se atribuye al fracaso personal en vez de a las contradicciones del sistema. No hay ninguna mención de resistencia o rechazo, sino a un grupo de personas que se consideran irresponsables y sujetas al control creciente por parte del Estado, como si no se ‘dejaran’ gobernar por los neoliberales. Las distinciones burdas solo demonizan y enajenan a personas cada vez más vulnerables, enfrentando a los grupos entre sí y, lo que es peor, socavando la lectura de la precariedad como una condición que trasciende todos los estratos sociales.

Como argumentaré en este ensayo, la creación/producción de la precariedad se basa en nuevas formas de poder y explotación, centrales a la lógica neoliberal, según las cuales la organización de la ‘seguridad’ social y económica requiere que la precariedad sea un modo de vida, que socava la justicia social y erosiona la propia democracia. La primera parte del ensayo aborda la producción de la precariedad y cómo mina la democracia y la organización política. La segunda parte pone de relieve los espacios de esperanza, la posición política única del precariado y el uso de la precariedad como punto de partida para la movilización y las visiones alternativas colectivas.

Precariedad y democracia

El desafío al que se enfrentan los defensores del neoliberalismo de gestionar el umbral entre la precarización máxima (un ‘ideal’ amorfo e incalculable de optimizar la libertad del capital) y las garantías mínimas es un acto de equilibrio entre la precariedad y la estabilidad. Como explica el académico de estudios laborales David Neilson:

Las condiciones sociales óptimas para promocionar la seguridad ontológica tratan primordialmente de la solidaridad definida como una unidad cooperativa, mutualidad, codependencia y responsabilidad colectiva; inversamente, la división, la competencia y el individualismo se asocian a las condiciones que fomentan la ansiedad existencial.5

De hecho, para mantener nuevas formas de privación a un nivel ‘tolerable’, es decir sin riesgo de insurrección, los defensores del neoliberalismo necesitan las instituciones del Estado del bienestar para crear la apariencia de responsabilidad compartida. La precarización configura las luchas por la democracia al convertir el riesgo y la responsabilidad en asunto individual, socavando la responsabilidad colectiva y la solidaridad entre ciudadanos. Este ensayo se centra en dos temas que ponen de relieve cómo la precariedad es incompatible con la democracia: su relación con la precarización del trabajo y su relación con la ciudadanía (y su contrario, la ciudadanía cívica o denizenship).6

En este punto, hablo de la (re)organización del trabajo, la mano de obra y la vida social, y cómo se difuminan. El trabajo precario no afecta solo a la vida material (aunque sus efectos son graves), sino que incluye experiencias subjetivas y emocionales.

Claire recibe la llamada el martes: ¿puede trabajar el jueves por la noche? Tiene que vestir pantalón negro, camisa blanca y corbata negra. Sabe qué uniforme es: el que tuvo que comprar ella misma cuando firmó el contrato que no garantizaba ningún trabajo. Tendrá que recogerse el pelo en un moño para parecerse a los demás camareros, para que las personas a las que sirve no la vean. Serán tres horas al salario mínimo, aunque será algo menos porque le darán de comer al finalizar el turno. No dan bien de comer, así que seguramente comprará algo al volver a casa. Dice que sí porque le da tiempo a llegar al lugar después de terminar en la oficina. Dice que sí porque no hay otra manera de devolver el préstamo que pidió para estudiar.7

La evolución de un mercado laboral globalizado en las últimas décadas ha contribuido al predominio del empleo ocasional y cada vez más informal, al mismo tiempo que las prestaciones del Estado del bienestar se han recortado de manera importante. Se pueden trazar los inicios del trabajo precario en los orígenes sexistas de la industria estadounidense del trabajo temporal. En 1971, esto se personifica en la creación de la chica ‘Never-Never’ de Kelly Services, Inc. Con la aparición de anuncios en las publicaciones de recursos humanos y la creación de las agencias de trabajo temporal como parte legítima de la economía, la industria del trabajo temporal vendió la idea de que todas las personas empleadas podían ser sustituidas por trabajadores temporales. A su vez, y dentro del contexto de reducir costes, esto promovió la creencia de que las personas empleadas son una carga y un coste que podría minimizarse. Con esta visión, solo el producto de la mano de obra tiene valor y al desplazar los ‘riesgos’ económicos a las vidas y mentes de las personas trabajadoras, se fomenta un nuevo consenso cultural sobre el mundo del trabajo.

Nunca toma vacaciones. Nunca pide aumento de sueldo. Si no hay trabajo, no te cuesta nada. (Cuando el trabajo escasea, la despides.) Nunca se resfría ni tiene hernia de disco ni dolor de muelas. (¡Al menos en horario de trabajo!) Nunca genera impuestos por desempleo ni seguridad social. (¡Y tampoco el consiguiente papeleo!) Nunca hay que pagar prestaciones complementarias. (Suman hasta el 30% de cada dólar en nómina.) Siempre complace. (Si nuestra Kelly Girl no te funciona, no pagas. Estamos así de seguros de nuestras chicas.)8

En la actualidad, observamos que esta articulación del trabajo y la vida llega a nuevas cotas. Por ejemplo, la normalización del endeudamiento obliga a las personas a aceptar cualquier trabajo remunerado, un proceso motivado en gran parte por la manipulación de la culpa y el miedo que contribuye a cómo nos organizamos y percibimos. La escasez de empleos y la mayor competitividad incrementada han engendrado una cultura del ‘trabajo para producir’, además de trabajar sin recibir remuneración. Para esto, la desocialización del trabajo es requisito indispensable e incluye la división cada vez mayor de las relaciones laborales, tales como la de empresario y contratado, y gerente y empleado; pero también incluye centrar la atención sobre las metas, los rendimientos y los trabajos a destajo que fomentan la inseguridad laboral y la falta de control en el lugar de trabajo. Bajo la apariencia de dinamizar la economía y una supuesta ausencia de posibles alternativas, se ha domesticado a los sindicatos y permitido a los empresarios eliminar las ventajas asociadas al trabajo, tales como los planes de pensiones calculados de acuerdo con el salario final o las prestaciones sanitarias. La seguridad laboral y el número de horas de trabajo han mermado drásticamente.

Cada ejemplo de desregulación —como el contrato de cero horas— se articula y se vende como una ventaja a individuos flexibles que tienen libertad para ‘escoger libremente’ en la tienda de golosinas de las agencias de trabajo temporal. Los contratos de cero horas se refieren a que los empleados tienen contrato, pero solo trabajan cuando se les necesita. Esto libera al empresario de cualquier obligación de ofrecer trabajo y a los empleados se les paga justo lo que trabajan. En septiembre de 2015, la Oficina Nacional de Estadística informó de que el número de personas empleadas con este tipo de contrato en el Reino Unido ha llegado a 744.000, un aumento del 19% en un año.9 La proliferación de estos contratos ha conducido a nuevas cotas de explotación. Por ejemplo, algunos empleados de la hostelería10 tienen que pagar para trabajar, entregando las propinas al finalizar el turno (si tienen) y si no, teniendo que poner ellos un porcentaje de su trabajo. La multiplicación de contratos de cero horas, el trabajo por cuenta propia y las prácticas sin remunerar son ejemplos concretos de la normalización de la inseguridad.

Es evidente que, al situar en el individuo los riesgos y las responsabilidades que deben compartir todos los miembros de la sociedad —como el derecho al trabajo—, la precariedad niega la noción de la responsabilidad compartida que es consustancial a la democracia. Se hace evidente también en la reformulación de lo que significa ser un ciudadano. Los ciudadanos de países que han disfrutado hasta el momento del Estado del bienestar y prestaciones universales ya no pueden confiar en el derecho a la seguridad social. De hecho, el concepto de ciudadanía está sufriendo una nueva estratificación y la ‘ciudadanía cívica’ está ocupando su lugar.11

El sociólogo Zygmunt Bauman capta este nuevo mundo en el que se individualiza la culpa por la inseguridad social:

Si las personas caen enfermas, es porque no siguen un régimen de salud con suficiente resolución. Si siguen en paro, es porque no han adquirido las herramientas para pasar una entrevista, porque no se han esforzado en buscar empleo o simplemente porque no quieren trabajar. Si no confían en sus perspectivas de trabajo y se angustian por el futuro, es porque no cultivan la amistad y las influencias, y no han aprendido a ser elocuentes y causar buena impresión en las demás personas. Los riesgos y las contradicciones se siguen produciendo de manera social: lo que se individualiza es el deber y la necesidad para gestionarlos.12

Se puede observar el papel del neoliberalismo en la creación del contexto para este tipo de ciudadanía en la descripción de Foucault del homo oeconomicus; la economización de todo y todos en la imagen del homo oeconomicus.13 En este sentido, el individuo se convierte en ‘un emprendedor’ de sí mismo, una especie de ‘capital humano’ que se realiza mediante las inversiones, al mismo nivel del ser humano.14 El funcionamiento del poder y la obligación de escoger —como ya hemos visto— reside en la necesidad de elegir activamente diferentes formas de invertir en nosotros mismos. Para Foucault, el acto de gobernar y el poder estructuran cómo actuamos, lo que nos empuja hacia la competencia ‘natural’ para conseguir seguridad y estatus. El alardeo de la libertad de elección en tiempos neoliberales y las dinámicas de poder que producen la precariedad son los mismos que los que producen al homo oeconomicus, el sujeto gobernable y autónomo.

El mantra institucional de la ‘libertad de elección’ se refiere por tanto a hacer las elecciones ‘apropiadas’ frente a la inestabilidad. Junto con esto, procurarse el propio bienestar se convierte en un proceso competitivo de unas personas contra otras para conseguir estatus y posición, lo que hace al individuo personalmente responsable del fracaso, del éxito, del bienestar y de la felicidad.

Mientras el sufragio universal, los derechos humanos y las prestaciones sociales son compatibles con la democracia, la individualización institucionalizada no lo es. Las instituciones modernas proporcionan poca o ninguna protección contra la vulnerabilidad y la incertidumbre. Cuando el riesgo se convierte en una ‘necesidad diaria’ y la eliminación de las redes sociales de seguridad se produce junto con la promoción de una política perversa de responsabilidad —es decir, el deber de toda persona de trabajar, dentro de una noción reconceptualizada de ciudadanía, en la que las personas que solicitan prestaciones son ‘gorrones’ o el bienestar se rearticula al lado de imágenes de una cultura de ‘no trabajo’— se hace evidente por qué el resultado es un abandono extremo y brutal de las personas vulnerables.

Esto se ha podido constatar en las personas que por falta de apoyo y conciencia se les ha calificado ‘aptas para trabajar’ cuando no lo están, lo que causa angustia, sufrimiento y, en casos extremos, hasta la muerte.15 A las personas sometidas a estos procesos se les quitan sus derechos por medios coercitivos. En el Reino Unido, la normalización de la inseguridad —a través de las mismas instituciones diseñadas para proporcionar bienestar y apoyo— se evidencia también en las valoraciones punitivas que se realizan a personas vulnerables que reciben prestaciones sociales y las sanciones frecuentes que retiran dichas prestaciones. Se dio un caso perverso en el que el Departamento de Trabajo y Pensiones inventó casos prácticos y citas que sugerían que las sanciones han ayudado a personas receptoras de prestaciones a volver a trabajar.16 Las valoraciones mecanicistas de la capacidad para trabajar pueden ser restrictivas y obligar a las personas a aceptar los únicos empleos disponibles. Aquí, la distinción entre ‘empleo’ y ‘trabajo’ es clave porque el ‘derecho al trabajo’ solo tiene valor si todas las formas de trabajo se tratan con el mismo respeto.

Con las nuevas formas de individualización y el cierre de posibles espacios de organización y lucha colectivas, las formas convencionales de reunión se han constreñido y las personas se han organizado fuera de la política electoral, los sindicatos y las representaciones de interés tradicionales. No hay lobbies ni formas de representación para las personas precarias.17 La precariedad, por tanto, se ha convertido no solo en una forma de gobernanza, sino que también ha precarizado la propia resistencia, ya que limita la solidaridad y las visiones colectivas, lo que invalida la democracia.18

La precariedad y la resistencia

“La mejor manera de despolitizar a las personas es precarizarlas.19

Frente a la fragmentación y la dispersión, lo que se requiere es una perspectiva que empiece con la conexión de las personas entre sí. Esto solo será posible cuando la precarización no se entienda únicamente en términos de amenaza, carencia, coacción o temor; será posible cuando “se tenga en consideración al conjunto de las personas precarias y cuando las actuales funciones que buscan la dominación y las experiencias subjetivas de precarización sean el inicio de luchas políticas”.20 De esta manera, la precarización podría abrir nuevas posibilidades de resistencia y transformación. Si la precariedad se convierte en el establecimiento de una constitución política, entonces ya no se limita a la desesperación, el aislamiento y la carencia. Permitiría avanzar más allá de la demanda de una política de ‘desprecarización’, sin significado por sí sola, en particular porque los sistemas colectivos tradicionales de seguridad se han reconstruido para normalizar la inseguridad. Permitiría una política para las personas precarias capaz de desafiar y socavar la lógica neoliberal, poner de relieve el papel de la precariedad y la precarización como ‘instrumentos de dominación’, y demandar nuevas formas de terminar con la precariedad que van más allá de una reformulación de los sistemas tradicionales de protección social. Esto solo se puede conseguir reconociendo el “estado ineludible de la precariedad”.21

Son cruciales aquí las estrategias adoptadas por el movimiento EuroMayDay.22 En 2004, este movimiento declaraba:

Somos esas personas precarias. Somos las mujeres de Europa en una fuerza de trabajo y economía feminizadas, que sin embargo reserva para las personas xx las pagas y los roles más discriminatorios que para las personas xy dominantes. Somos la joven generación consumizada y olvidada en el diseño político y social realizado por una Europa gerontocrática y tecnocrática. Somos los europeos de primera generación que proceden de los cinco continentes, y lo que es más importante, de los siete mares. Somos las personas de mediana edad despedidas de empleos en otro momento estables de la industria y los servicios. Somos las personas que no tienen (ni quieren tener por regla general) empleos de larga duración, de manera que se nos priva de derechos sociales básicos como la baja por maternidad y enfermedad o del lujo de vacaciones pagadas. Se nos contrata cuando convenga, debemos estar disponibles en todo momento, se nos explota a voluntad y se nos despide a capricho. Somos el precariado.23

El término ‘precariado’ —en su uso inicial por parte de los activistas— conectó a las personas interesadas en organizarse contra la “precariedad social generalizada y la precariedad laboral en particular” (ibíd.), y lo hizo fuera de las formas organizativas tradicionales del movimiento obrero porque se les consideró a estas insuficientes para construir la resistencia y el contrapoder necesarios para establecer la acción política en el contexto neoliberal. A pesar de la larga historia de la naturaleza precaria del capitalismo, el movimiento del precariado ‘encontró sus alas’ en el Milan May Day de 2001 y ha ganado cada vez mayor impulso en las protestas posteriores del EuroMayDay desde 2005, en las que reúne ya a más de 100.000 personas, y muchas más en todo el mundo. Organizado en una red de colectivos laborales, estudiantes, grupos migrantes y otros procedentes de esferas sociales, políticas, económicas y culturales, el precariado heterogéneo de muchas ciudades europeas busca “organizar lo que no se puede organizar” en el MayDay y más allá, exigiendo derechos universales para las personas trabajadoras, políticas de migración abiertas y una renta básica universal, y expresando su solidaridad con las personas precarias en todo el mundo.

EuroMayDay ha tenido una orientación internacional desde sus inicios, buscando abordar la precarización como un problema transnacional. Las marchas del EuroMayDay no solo han revolucionado las tradiciones del 1º de mayo mediante la acción directa, sino que también se oponen a la privatización de la esfera pública con “cuerpos, imágenes, símbolos y declaraciones”.24 “Este tipo de reapropiación de la ciudad se interpreta sin escenarios ni podios en un intento de contrarrestar el paradigma de representación con el del acontecimiento.”

Antonio Negri afirma que el movimiento EuroMayDay es un proceso autónomo que se aglutina en torno a la demanda de un enfoque universal y prácticas alternativas radicales que trascienden su apariencia como serie de marchas. “Para mí, el precariado no se compone solo de seres egoístas, de meros individuos (…) Más bien al contrario, la recomposición revolucionaria de los sujetos está ocurriendo en todas partes en términos de la construcción del bien común.”25 Es esta construcción del bien común la que sigue siendo el centro de atención para activistas del EuroMayDay como el milanés Alex Foti: “Todos somos precarios o cognitarios, y todos debemos trabajar para llegar a fin de mes”; de lo que se trata es de “construir la autorrepresentación social mediante el activismo metropolitano al federar colectivos autonomistas y sindicales locales en torno a la organización social del precariado”.26

La noción del filósofo austríaco Gerald Raunig27 del movimiento social como ‘máquina’ es útil aquí porque nos ayuda a entender que la máquina EuroMayDay es un proceso constante, una lucha; no consiste solo en el acontecimiento, como en el caso de las manifestaciones del 1º de mayo, sino en las prácticas ‘instituyentes’ y ambientales que se unen y hacen posible dicho acontecimiento. Observamos de esta manera la conexión entre “la máquina como movimiento contra la estructuralización” y la “máquina como fuerza productiva social”, en otras palabras: el poder del movimiento para resistir y construir nuevos modos de ser y hacer. El significado de organizar el 1º de mayo no debe subestimarse, pero es solo una parte del proceso más amplio de microacciones y acontecimientos discursivos, comunicación digital y reuniones, además de la subversión diaria. Gracias al duro trabajo de activistas, se está forjando una red cada vez más densa que aborda el tema de la precarización, cruzando fronteras y confluyendo más allá de estas, no solo en Europa.

El espíritu del EuroMayDay ha viajado hasta Londres y tan lejos como Tokio, y los activistas implicados en la red siguen cuestionando su situación y experiencias mediante prácticas enfrentadas a la política representativa y de identidad tradicional. Este movimiento social ha desafiado las condiciones laborales y de vida precarias a través de repertorios relativos y simbólicos y, al hacerlo, ha cuestionado repetidamente los terrenos cultural y político. En un intento de organizar políticamente a las personas precarias con el objetivo de facilitar una nueva política, estos intercambios han tenido lugar con frecuencia en instituciones artísticas o centros sociales en vez de en contextos políticos o hasta universitarios. Este es solo un elemento de la búsqueda de visiones colectivas que han llegado a ser difíciles en su forma tradicional.28

Esto no debe entenderse en absoluto como un fracaso. Los movimientos del MayDay han buscado nuevas formas políticas que han prefigurado e influido en otros movimientos (como las ocupaciones universitarias del Reino Unido en los años 2008 y 2009 o el movimiento Occupy en 2011). Han actuado también como campañas informativas sobre el tema de la precarización, construyendo la producción colectiva de conocimientos sobre modos contemporáneos de vivir y trabajar.29 Esta tensión creativa entre el precariado como víctimas “penalizadas y demonizadas por las instituciones y políticas dominantes” y el precariado como héroes “que rechazan dichas instituciones en una acción concertada de resistencia intelectual y emocional” es importante, en particular porque el dualismo de víctima y héroe avanza en el camino de empoderar a las personas que de otra manera no tienen ningún poder. Como observa Guy Standing, para el año 2008 las manifestaciones del movimiento EuroMayDay “empequeñecían las marchas sindicales celebradas el mismo día”,30 lo que es muy importante teniendo en cuenta que lo único que ‘une’ e ‘integra’ a este ‘conjunto multicolor’ es la “condición compartida de desintegración extrema, pulverización y atomización”31 y un intento de encontrar terreno común en torno al término ‘precariado’.

Aunque el precariado como movimiento social sigue emergiendo, lo más prometedor de esta visión en evolución es que no hay intención de negar las diferencias entre las personas precarias; sin embargo se encuentran visiones comunes de estrategias y alianzas en medio de estas diferencias. Eso demuestra el potencial unificador de la precariedad, así como de proyectos específicos como la demanda de una renta básica universal. Debemos reconocer y adaptarnos a este potencial organizativo y, en el espíritu de los movimientos que buscan un mundo mejor para todas las personas, mantener más que suprimir su heterogeneidad. Espero que mediante un compromiso con las redes, las organizaciones y los colectivos que están propiciando y posibilitando la unidad, la precarización pueda ser el punto de partida de luchas políticas excepcionalmente posicionadas y fuertes para resistir y rechazar la división. Después de todo, serán la acción colectiva y una rearticulación de las condiciones en las que vivimos lo que representará la manifestación más honrosa de apoyo para estas ideas.

Notas

1. Bourdieu, P. (1997). La précarité est aujourd’hui partout: Intervention lors des Rencontres européennes contre la précarité. Grenoble, 12-13 September. http://natlex.ilo.ch/wcmsp5/groups/public/ – -ed_dialogue/ – -actrav/documents/meeting document/wcms_161352.pdf

2. Standing, G. (2011). The Precariat: The New Dangerous Class. Londres: Bloomsbury Academic.

3. Savage, M. et al. (2013). A New Model of Social Class? Findings from the BBC’s Great British Class Survey Experiment. Sociology, 47 (2), 219-250.

4. Daily Mail (2013). http://www.dailymail.co.uk/news/article-2305130/Elite-Precariat-So-clas…

5. Neilson, D. (2015). Class, precarity, and anxiety under neoliberal global capitalism: From denial to resistance. Theory & Psychology, 25 (2), 1-18.

6. Prestar atención a estos temas no supone ignorar las influencias económicas, políticas y culturales de la precarización. Estas también son importantes, pero exceden el alcance de este ensayo.

7. Wilson, A. (2015). Personal communication: this description depicts an example of the subjective and emotional experiences of precarity through an everyday account.

8. The Office Magazine (1971). Kelly Girl ad for ‘The Never-Never Girl’.

9. ONS (2015). http://www.ons.gov.uk/ons/rel/mro/news-release/zero-hours-contract-in-m…

10. The Guardian (2015). www.theguardian.com/lifeandstyle/2015/aug/23/ restaurant-tipping-policy-forces-waiters-to-pay-to-work

11. Standing, G. (2014). A Precariat Charter: From Denizens to Citizens. Londres: Bloomsbury Academic.

12. Bauman, Z. (2002). Foreword. In Beck, U. and Beck-Gernsheim, E. (2002). Individualization. Londres: Sage, p. xvi.

13. Foucault, M. (2008). The Birth of Biopolitics: Lectures at the Collège de France, 1978–79. Trans. G. Burchell. Basingstoke: Palgrave Macmillan. p. 282.

14. Ibid. p. 231

15. The Guardian(2015). http://www.theguardian.com/society/2015/aug/27/thousands-died-after-fit…

16. Véase: www.independent.co.uk/news/uk/politics/dwp-admits-making-up-quotes-by-b…

17. Lorey, I. (2015). State of Insecurity: Government of the Precarious. Londres: Verso Books.

18. Näsström, S. y Kalm, S. (2015). A Democratic Critique of Precarity. Global Discourse: An Interdisciplinary Journal of Current Affairs and Applied Contemporary Thought, 5 (4), 556-573.

19. Bidadanure, J. (2013). The Precariat, Intergenerational Justice and Universal Basic Income. Global Discourse: An Interdisciplinary Journal of Current Affairs and Applied Contemporary Thought, 3 (3/4): 559.

20. Lorey, I. (2015). State of Insecurity: Government of the Precarious. Londres: Verso Books, p. 6.

21. Ibid., p. 7.

22. Véase: http://euromayday.org/

23. Foti, A. (2004). Mayday, Mayday: Euro Flex Workers Time to Get a Move On. Greenpepper Magazine - Precarity Issue, 2, 21-27.

24. Raunig, G. (2005). A Few Fragments on Machines. Transversal. http://eipcp.net/transversal/1106/raunig/en/#_ftnref42

25. Negri, A. (2008). Goodbye Mister Socialism. París: Seuil. p. 221.

26. Foti, A. (2004). Mayday, Mayday: Euro Flex Workers Time to Get a Move On. Greenpepper Magazine - Precarity Issue, 2, 21-27.

27. Raunig, G. (2010). A Thousand Machines: A Concise Philosophy of the Machine as Social Movement. trad. Aileen Derieg. Los Angeles: Semiotext(e).

28. Lorey, I. (2015). State of Insecurity: Government of the Precarious. Londres: Verso Books.

29. Ibid.

30. Standing, G. (2011). The Precariat: The New Dangerous Class. Londres: Bloomsbury Academic, p. 2.

31. Bauman, Z. (2011). On the Unclass of Precarians. Social Europe, 14 de junio: http://www.socialeurope.eu/2011/06/on-the-unclass-of-precarians/

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