Al fallarle a la revolución sudanesa, le fallamos a Palestina Lecciones de los vínculos entre Sudán y Palestina en materia de política, medios de comunicación y organización
¿Por qué el apoyo popular a los derechos palestinos no suele generar una solidaridad impactante? Este artículo explora las luchas entrelazadas de Sudán con Palestina, examinando la metafisicalización, las tensiones de solidaridad entre negros y árabes y la división de la atención global para descubrir caminos efectivos hacia la liberación.
La metafisicalización de la lucha palestina
El golpe de Estado de 1989 en Sudán dio inicio a los 30 años del régimen presidido por Omar al Bashir. Aunque muchas de las características, lemas, alianzas y figuras clave de este régimen cambiaron a lo largo de los años, hay un aspecto que ha permanecido constante: el relato del régimen sobre sus relaciones con Occidente, aun cuando esas relaciones cambiaron. Los dirigentes golpistas presentaron su proyecto político como el de un islam revolucionario que libraba una batalla contra un Occidente cristiano, cuyo objetivo era limitar la expansión del islam.4 El régimen utilizó esta narrativa para cultivar el apoyo popular y justificar tanto las decisiones tomadas por el régimen como los problemas a los que se enfrentaba. Según este relato, las protestas y los disturbios civiles —armados o no— no constituían una reacción frente al desarrollo desigual e injusto y al sufrimiento económico, sino que eran una oposición al proyecto islámico por parte de movimientos respaldados por Occidente.
Este enfoque no es ajeno a Sudán ni a la región; de hecho, se originó en la época nacionalista poscolonial, que priorizó conceptos abstractos, como el orgullo nacional y la soberanía estatal, frente a las metas enfocadas en las personas, como el autogobierno y la distribución equitativa de los recursos. Estos conceptos se utilizaron con frecuencia para enmascarar el fracaso de los Gobiernos poscoloniales a la hora de mejorar la vida de la mayoría de la población. Los proyectos políticos de base religiosa adoptaron la misma estrategia tras el declive de los proyectos políticos panárabes.
La postura del régimen sudanés con respecto a Palestina formaba parte de esta estrategia general. El Gobierno de Al Bashir declaró desde el principio su oposición a toda normalización de las relaciones con la ocupación sionista, criticó duramente los Acuerdos de Oslo y acusó a Arafat de apartarse de los principios de la Organización de Liberación de Palestina (OLP).5 Al mismo tiempo, el Gobierno sudanés siguió reconociendo a la OLP como representante oficial del pueblo palestino, que mantuvo una embajada en Sudán, y albergó oficinas de varias organizaciones y facciones de la resistencia palestina. Esta relación continuó durante las décadas siguientes, con algunas fluctuaciones. En este lapso, Israel calificó a Sudán de ‘Estado terrorista’ en sus declaraciones oficiales, debido a su acogida de la resistencia palestina, así como el papel del país en el suministro de armas a los grupos de la resistencia. Estas acusaciones fueron utilizadas por Israel para justificar una serie de bombardeos israelíes dentro de Sudán, entre ellos los ataques en 2009 y 2011 contra convoyes de camiones que presuntamente transportaban armas a Hamás, así como el bombardeo en 2012 de la fábrica de armas de Al Yarmouk, propiedad de las SAF. En respuesta a este último, el embajador de Sudán ante las Naciones Unidas (ONU) se quejó de que “Israel era el principal factor detrás del conflicto en Darfur”.6
Presentar a los sionistas, y a Occidente en general, como los protagonistas ocultos detrás de cada problema de Sudán fue una táctica que el Gobierno de Al Bashir utilizó con frecuencia. El régimen solía acusar a los partidos opositores de recibir apoyo de Occidente e Israel con el fin de desacreditarlos. Por otra parte, las marchas en apoyo de Palestina que terminaban con un discurso del presidente eran el modus operandi utilizado para avivar el apoyo al Gobierno. Estos discursos equiparaban la animadversión hacia el régimen gobernante, fuera interna o extranjera, con la animadversión hacia el islam. Cabe destacar que el relato expuesto en dichos discursos no incluía una presentación seria del proyecto islámico de construcción del Estado, ni de sus diferencias con los proyectos occidentales —y con los proyectos de la oposición sudanesa—, que permitiría a los ciudadanos evaluar las ventajas y desventajas relativas de estos enfoques contrapuestos y deducir los fundamentos materiales de la animadversión entre ambos. De este modo, el régimen trasladó el debate sobre la lucha palestina al terreno de lo metafísico/religioso o, en el mejor de los casos, de la política identitaria.
En el escenario político sudanés de los últimos 30 años no hubo un relato de peso que sirviera de alternativa al que presentaron los islamistas en apoyo de la lucha palestina. La izquierda, en gran medida, abandonó el tema. En el caso del Partido Comunista de Sudán, este abandono formaba parte de la decadencia teórica y material generalizada que sufrió el partido tras las severas medidas que el Gobierno militar tomó contra la agrupación en 1971. El grado de decadencia de los esfuerzos propalestinos del partido en las décadas siguientes fue tal que cuando el GtS llevó a cabo sus gestiones de normalización en 2020, el partido, en el intento de mostrar su oposición a ese proceso, tuvo que remontarse a la década de 1960 para encontrar párrafos en su literatura que comprobaran tal posición, anterior a sus años de decadencia. En términos más generales, el abandono de la causa palestina por parte de la izquierda y otros grupos significó que en 2020 solo los islamistas recientemente derrocados tenían la capacidad de crear un movimiento limitado de protesta contra la normalización. Esto permitió al GtS calificar de dogmática a toda oposición a su política exterior —de una forma que recordaba a la táctica del régimen anterior analizada anteriormente— y contraponer esa oposición dogmática a “la valentía y el compromiso del nuevo Gobierno del GtS para combatir el terrorismo, construir sus instituciones democráticas y mejorar las relaciones con sus vecinos”.7 De este modo, los argumentos de los islamistas y de la GtS se retroalimentaban.
La metafisicalización de la lucha palestina, es decir, el proceso de trasladar la cuestión palestina al ámbito de lo metafísico/religioso, es una herramienta que utilizan diferentes sistemas y Gobiernos con el fin de alejar a la gente de un debate material sobre la liberación y la libertad. Limita la capacidad de los movimientos de solidaridad con Palestina en los países de mayoría musulmana para emprender esfuerzos genuinamente emancipadores. Tales esfuerzos abordarían la causa palestina como una cuestión del derecho de la población a su tierra y sus recursos. Esto, a su vez, permitiría una solidaridad real y, también, formar vínculos materiales con las luchas de otras poblaciones oprimidas.
Cabe mencionar que la metafisicalización es también una herramienta útil para el proyecto sionista con el fin de aprovechar el compromiso interno impulsado por la religión, así como el apoyo externo. Es absolutamente lógico que una herramienta de este tipo, que tiende a distorsionar la realidad de la lucha palestina, pueda ser de gran beneficio para los sionistas, ya que disfraza hechos importantes. Es igualmente lógico que esta herramienta tenga consecuencias negativas para los oprimidos, ya que desconecta a la solidaridad y a las alianzas de la realidad material de su sufrimiento y sus luchas.
El movimiento popular propalestino que surgió en el Norte global a partir de octubre de 2023 se basa en gran medida en el rechazo de la gente a los crímenes que se infligen contra los palestinos como seres humanos y que son transmitidos en directo. Sobre esta base, no sorprende que se hayan popularizado y promovido discursos que exploran las conexiones entre Palestina y otras injusticias y luchas en curso, como las del Congo y Sudán. Esto, a su vez, provocó el rechazo de muchas personas del Norte global a las actuales estructuras políticas y económicas imperiales, y reavivó los debates sobre las políticas coloniales y neocoloniales de sus Gobiernos. Cabe señalar que no se producen narrativas y conexiones similares con la misma frecuencia o coherencia en zonas que históricamente han mostrado un fuerte apoyo a Palestina, como los países de mayoría musulmana. Dentro de estas zonas, entre las que se incluye Sudán, la solidaridad con Palestina está, por el contrario, generalmente vinculada a la retórica metafísica existente sobre el conflicto entre musulmanes e infieles. Este enfoque se ve favorecido por los discursos de los medios de comunicación, políticos e intelectuales prosionistas del Norte global, que hacen hincapié en una alianza del Norte global e Israel contra una alianza del Sur global y Palestina, y que se presentan como un enfrentamiento entre la democracia y el terrorismo. Este marco reitera la dicotomía entre naciones civilizadas e incivilizadas que se planteó durante la época de la colonización directa hasta mediados del siglo XX. Este apoya la comprensión culturalista de la lucha palestina: se mezcla con sentimientos de islamofobia y desconecta esa lucha de la realidad de los intereses políticos y económicos en juego. De conformidad con esta metafisicalización, la opinión pública de los Estados de mayoría musulmana quita prioridad a las posturas que no se alinean con las agrupaciones culturales de las naciones, como la falta de apoyo real a los palestinos por parte de los Gobiernos de Estados de mayoría musulmana, las protestas multitudinarias en apoyo a Palestina en los países del Norte global, así como el apoyo oficial a Palestina por parte de los Gobiernos del Sur global fuera del mundo musulmán.
Esta ausencia de prioridad puede atribuirse a la falta de un marco alternativo y coherente que explore críticamente los intereses políticos y económicos de, por ejemplo, los Gobiernos de los países de mayoría musulmana, y cómo se relacionan con o contradicen a los intereses de las poblaciones de estos países. La ausencia de un marco de este tipo en el discurso público lleva a que no se identifiquen los intereses en común con las poblaciones oprimidas que están por fuera del grupo cultural.8
La izquierda sudanesa tiene la tarea esencial de subsanar esta deficiencia con un análisis progresista y emancipador de la lucha palestina. Lamentablemente, esta tarea crucial en gran medida se ha abandonado en Sudán, quizá debido a la presunción de que el público ya está ubicado del lado correcto de la cuestión. Sin embargo, la historia reciente revela que incluso las posturas más justas, cuando no se basan en un análisis material sólido, son vulnerables a la manipulación por parte de la propaganda oportunista e interesada. Esto es evidente en la historia reciente de Sudán. Tras decenios de un régimen dictatorial que dependía en gran medida de la propaganda islamista, después de que la revolución de 2018 la derrocara bajo el lema “libertad, paz y justicia”, diferentes fuerzas contrarrevolucionarias utilizaron el asunto de la solidaridad con Palestina en su propio beneficio, como ya se comentó. Así, las fuerzas del régimen anterior presentaron a la causa palestina como una lucha islámica (metafisicalizando esa causa), y al nuevo Gobierno como un régimen antiislámico debido a su política de normalización de la ocupación sionista. En el marco simplificado de musulmanes contra infieles, esto justificaba el llamamiento al retorno del ‘Gobierno islámico’. Al mismo tiempo, las fuerzas contrarrevolucionarias del nuevo Gobierno de transición intentaron controlar y limitar los sentimientos revolucionarios y los debates críticos sobre su política, por lo que pintaron la solidaridad con Palestina como un vestigio dogmático del régimen derrocado. Aunque ambos discursos contrarrevolucionarios se retroalimentaban, lo que faltaba era un discurso de solidaridad progresista y revolucionario. Los partidos de izquierda establecidos no lograron presentar y defender una posición revolucionaria, por diversas razones, entre ellas su participación en la alianza contrarrevolucionaria del Gobierno de transición y su abandono de la cuestión de Palestina en manos de los islamistas. Las nuevas fuerzas de la revolución, ya fueran los comités de resistencia o el público en general, sufrieron el fuerte impacto de la propaganda del GtS, que se equiparaba a sí mismo con la revolución, lo que les dificultaba criticar las políticas del GtS, la normalización incluida. Así, aunque hubo algunos gestos retóricos e iniciativas menores en apoyo de Palestina entre las fuerzas de la revolución, estas no lograron adoptar un discurso revolucionario que fuera sólido y coherente sobre la cuestión.
Controlar el marco metafísico de la lucha palestina fue beneficioso para las fuerzas contrarrevolucionarias, ya sea que estuvieran a favor o en contra de Palestina. Esto ofrece un claro ejemplo de cómo la falta de un análisis revolucionario y materialista priva a las personas y comunidades de la oportunidad de desarrollar una comprensión más profunda y matizada de los sistemas interconectados de opresión, por no hablar de la capacidad de superar y reemplazar esos sistemas.
La solidaridad negra frente a la solidaridad árabe
Mientras el genocidio de Israel contra los palestinos continuó tras octubre de 2023, también se intensificaron los conflictos en la República Democrática del Congo (RDC), lo que llevó a activistas tanto de África como de las comunidades de la diáspora africana a pedir que se priorizaran y abordaran las luchas de la población de la RDC.9 Estos reclamos hacían hincapié en que la difícil situación del pueblo congoleño, al igual que la de los palestinos, requiere la atención y la solidaridad inmediatas de la comunidad internacional. Aunque la mayoría de los activistas pretendían establecer paralelismos entre ambas luchas, con énfasis en las experiencias comunes de opresión —e incluso la implicación del régimen sionista en la RDC—,10 algunas voces pedían que se abandonara a la causa palestina, para centrarse en cambio en las luchas negras. Se han realizado llamamientos similares en el escenario político sudanés desde hace años.
La dicotomía de las poblaciones árabe y negra ha sido utilizada por diversos actores políticos dentro y fuera de Sudán para simplificar los conflictos de Darfur desde principios de la década de 2000. Esta narrativa amplía la dicotomía de musulmanes e infieles promovida por Gobiernos sudaneses anteriores, incluido el régimen de Al Bashir, durante la guerra de Sudán del Sur. Al no poder explotar la religión en Darfur, donde la población era mayoritariamente musulmana, el régimen de Al Bashir optó por hacer hincapié en la identidad étnica. Este discurso se basó en la historia de origen que adoptaron las poblaciones del centro privilegiado, que se ven a sí mismas como descendientes de inmigrantes árabes en África.
Históricamente, el Estado sudanés ha esto muy centralizado, y desde la independencia del país se sucedieron Gobiernos elitistas que impulsaron un desarrollo mínimo y una violenta búsqueda de rentas para la mayor parte del territorio, mientras preservaban unos niveles de desarrollo relativamente superiores en la capital, Jartum, y las zonas aledañas. Esta estrategia contribuyó a crear una minoría privilegiada empeñada en mantener las estructuras de opresión. Esa configuración fue el resultado esperado de la construcción del Estado colonial y condujo a la evolución del relato supremacista árabe a partir de la historia de origen adoptada por el centro privilegiado del país. Este fue el relato que utilizó el régimen para deshumanizar a las víctimas darfuríes e influir en la opinión pública del centro, incluso al concentrar su propaganda en incidentes que reforzaban esta ‘otredad’ de la población darfurí.
Así, cuando organizaciones internacionales lo acusaron de haber cometido crímenes de guerra en Darfur, el régimen optó por recurrir a argumentos identitarios. En respuesta a las acusaciones de la Save Darfur Coalition, por ejemplo, el ministro de Información declaró en una entrevista en 2007 que “la cuestión de Darfur está siendo alimentada por 24 organizaciones judías”,11 en referencia a las organizaciones judías estadounidenses entre los 190 miembros de la coalición. La coalición fue muy criticada por activistas y académicos por simplificar el conflicto de Darfur, entre otras cosas al adoptar el relato que opone a la población negra y árabe,12 pero esas críticas no convenían al régimen, ya que concentraban la atención en factores como los recursos y el acaparamiento de tierras.
Por otro lado, la oposición darfurí también utilizó en ocasiones el mismo relato (de la población negra contra la árabe), tanto para aprovechar a su base como para justificar algunas de sus decisiones políticas. Por ejemplo, en 2008, el grupo rebelde darfurí Movimiento de Liberación de Sudán abrió una oficina en Israel. Esta decisión estuvo relacionada con el hecho de que los refugiados darfuríes huían con frecuencia a la Palestina ocupada en camino hacia Europa. Aunque la apertura de la oficina fue polémica e impopular, sus partidarios la justificaron al enmarcar a Palestina como una lucha árabe, y al conflicto de Darfur como un conflicto de la población árabe contra la población negra. Esto dio lugar a argumentos a favor de priorizar los intereses de la población negra y justificar la animadversión hacia los árabes. Paradójicamente, esas justificaciones ignoraban la historia de los movimientos de liberación y los Gobiernos independentistas de África en las décadas de 1960 y 1970, que se oponían firmemente al régimen sionista, al que equiparaban con el régimen del apartheid en Sudáfrica.13
La narrativa de la población negra contra la árabe ofrece un terreno fértil para la propaganda de diversas fuerzas reaccionarias, incluido el régimen sudanés. Por ejemplo, permitió al régimen de Al Bashir cultivar el apoyo público con respecto a la idea de que el conflicto estaba relacionado principalmente con divisiones étnicas heredadas y, por tanto, que era de esperar que cada una de las partes de esta división étnica intentara dominar a la otra. Un proyecto político muy diferente habría surgido de un análisis material y de clase de los intereses y la distribución de recursos que configuran y son configurados por la agresión contra la población de Darfur. Estos análisis estaban presentes en la investigación académica,14 e incluso en las posiciones oficiales de algunos partidos políticos. Por ejemplo, el Partido Comunista de Sudán se refiere con frecuencia a los problemas derivados de la distribución de los recursos y la política de utilización de la tierra como factores importantes en la guerra de Darfur. Sin embargo, las principales coaliciones de la oposición no le dieron prioridad a este tipo de análisis. Estas coaliciones incluían partidos que abarcan desde los representantes de los capitalistas agrarios y comerciales hasta el partido comunista, cosa que este último justificaba por su compromiso con un “frente nacional” que incluía a los “capitalistas nacionales”. La participación en esas coaliciones contribuyó a limitar la capacidad del partido comunista para impulsar proyectos de justicia económica y presentar análisis que captaran la imaginación y el apoyo de la opinión pública. A falta de un análisis materialista revolucionario, la mayoría de la opinión pública suscribió —o al menos aceptó tácitamente— el relato de la población negra contra la árabe. Los resultados fueron destructivos, no solo en lo que respecta a la posición de los sudaneses comprometidos políticamente con la lucha darfurí, sino también para la capacidad de Sudán de avanzar hacia la justicia y la paz.
Los relatos étnicos también ofrecieron una base sólida para la política de representación que adoptó posteriormente el GtS, como la de destacar las identidades raciales de los miembros del gabinete y del consejo soberano para evitar abordar las causas profundas de las injusticias que afectan a Darfur y otras zonas marginadas. Los relatos étnicos se siguen promoviendo en las movilizaciones militares y la propaganda que emplean ambos bandos de la actual guerra entre las SAF y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF).
Por el contrario, los revolucionarios sudaneses han cuestionado en reiteradas ocasiones la propaganda identitaria. Cuando el régimen de Al Bashir intentó utilizar las tensiones étnicas en su beneficio, acusando a “células darfuríes” de ser las responsables de las protestas de 2018, los manifestantes respondieron coreando “todo el país es Darfur”. A medida que el frente revolucionario evolucionó, esos cánticos cargados de emoción se tradujeron en proyectos y cartas políticas específicas y documentadas. La Carta Revolucionaria para el Establecimiento de los Poderes del Pueblo, emitida en febrero de 2023 por más de 8.000 comités vecinales de resistencia de todo Sudán, conceptualiza los conflictos del país como la herramienta de una élite que pretende beneficiarse del desplazamiento y dedicarse al acaparamiento de recursos, y como un producto de la propia industria bélica. La carta explica que las élites utilizan las tensiones étnicas para fomentar las diferencias identitarias y justificar sus guerras por los recursos, y establece un vínculo directo entre la especulación nacional con las guerras y la participación de las fuerzas sudanesas en los conflictos regionales de Yemen y Libia, también con fines lucrativos. Al adoptar este relato, los revolucionarios sudaneses cuestionaron los marcos históricos contrarrevolucionarios que perpetúan las injusticias.
Sin embargo, el reciente conflicto en Sudán y el resurgimiento de la propaganda identitaria han perturbado estos esfuerzos revolucionarios. Algunos activistas sudaneses y de la diáspora están resucitando narrativas identitarias como reacción a la guerra actual en Sudán y a la indiferencia mundial hacia ella, que atribuyen a la negritud sudanesa, haciéndose eco de sentimientos de afropesimismo originados en Estados Unidos. Se puede argumentar que la normalización del sufrimiento africano en el último siglo contribuyó a la falta de atención que se le presta a la guerra actual de Sudán, así como a sus conflictos, pobreza y hambrunas del pasado. También se normalizó el conflicto en Oriente Medio, y hasta el 7 de octubre de 2023 esto había generado apatía hacia la situación de Palestina bajo la ocupación sionista. Sin embargo, tanto en el caso de Sudán como en el de Palestina, estos no son los factores principales que motivan la atención mundial, ni las causas profundas del sufrimiento que allí se padece. Más bien, los factores geopolíticos determinan en gran medida la atención que los medios de comunicación dominantes y la opinión pública prestan a las diferentes luchas del Sur global. Los principales medios de comunicación internacionales celebraron las protestas en Sudán contra las políticas económicas neoliberales generadoras de pobreza, cuando esas políticas fueron impuestas por el régimen de Al Bashir, que es considerado un enemigo del Norte global. Pero los mismos medios ignoraron protestas similares cuando las políticas fueron impuestas por el GtS, que es un títere del Norte global. En consecuencia, la atención que activistas y aliados prestan a Sudán menguó, ya que los medios de comunicación dominantes controlan considerablemente los relatos y el acceso a la información.
Las narrativas que normalizan las atrocidades son herramientas de la contrarrevolución empleadas por quienes se benefician y lucran con esas atrocidades, para minimizar el potencial de la solidaridad revolucionaria mundial. Confundir estas herramientas contrarrevolucionarias con un marco de análisis revolucionario es más perjudicial que beneficioso para la consecución de las metas revolucionarias y la erradicación del sufrimiento de la población. La historia reciente de Sudán revela, por tanto, que recurrir a los relatos étnicos deja a los movimientos políticos y a la opinión pública vulnerables ante los análisis reaccionarios de los Gobiernos opresores, en lugar de fomentar enfoques y principios emancipadores a nivel local, por no hablar de las luchas que superan las fronteras políticas.
Las injusticias compiten por la cobertura mediática
En abril de 2023 estalló la guerra entre dos viejos socios, las SAF y las RSF, que hasta entonces y en conjunto constituían la mitad militar del Gobierno de transición de Sudán. En los meses siguientes, el conflicto devastó las ciudades sudanesas, empezando por la capital, y provocó miles de muertes y el desplazamiento de millones de personas. En los meses siguientes, las cadenas de noticias de la región de lengua árabe hicieron una fuerte cobertura de los combates, por la cual las y los espectadores pudieron ver a Sudán a un nivel sin precedentes, y la falta de familiaridad con el país quedó patente en la repetida pronunciación errónea de los nombres de las ciudades y calles sudanesas por parte de los presentadores de las noticias regionales.
Sudán se convirtió en la noticia principal, lo que significó que nueva información sobre el conflicto se repetía con mayor frecuencia, acaparando la mayor parte del tiempo de transmisión, y los principales canales mostraban infografías y mapas de las ciudades. Los fragmentos de entrevistas con políticos sudaneses eran recurrentes en los programas de mucha audiencia.15 Durante meses, el público sudanés se vio abrumado por productos informativos que reflejaban el espíritu y los métodos de sistemas y organizaciones de información que, frente al contenido informativo real, priorizan el alcance y la interacción.
Sin embargo, menos de seis meses después de que estallara la guerra entre las SAF y las RSF, el régimen sionista lanzó su brutal ataque contra Gaza en una campaña de castigo colectivo tras la operación Inundación de Al Aqsa de la resistencia palestina. Al instante, Gaza se convirtió en la principal noticia de las cadenas regionales, la mayor de las cuales (Al Jazeera) le dedicó al tema una cobertura de 24 horas al día, 7 días a la semana, en su principal canal árabe. En un modelo de noticias que procura maximizar el alcance, la única posibilidad de reflejar la importancia y el peso de la campaña de asesinatos masivos en Gaza fue la cobertura durante todo el día de reiteradas y constantes actualizaciones, infografías y análisis del campo de batalla a cargo de militares retirados.
Aunque esta cobertura constante brindó un contrapeso a la propaganda sionista que aparecía en los medios de comunicación occidentales, y su negación de los crímenes de la ocupación, este modelo de noticias que busca maximizar el alcance tiene fallas peligrosas que se deben abordar. Y aunque no se puede esperar que los canales dominantes ofrezcan el tipo de periodismo necesario para un proyecto político revolucionario popular, es importante analizar las deficiencias de este modelo dominante, con el fin de imaginar y desarrollar lo que podríamos llamar un ‘periodismo revolucionario’. El modelo de noticias dominante, que busca el máximo alcance, no es capaz de brindar información sobre aquellas injusticias que no encajan en el molde de las noticias de último momento, como es el caso de la realidad de la vida bajo la ocupación, ni de abordar en gran medida la forma en que la ocupación sionista aprovechó su control de los pasos fronterizos entre las diferentes zonas del territorio palestino ocupado, antes y después de octubre de 2023. Además, revelar los detalles de esta realidad implicaría exponer la complicidad de los regímenes regionales a la hora de permitir y facilitar el sufrimiento de la población palestina. Por otra parte, el modelo de noticias de máximo alcance no ofrece espacio para el análisis informativo y la investigación de los instrumentos a nivel internacional para responsabilizar a la ocupación sionista, ni de qué países y empresas comercian productos esenciales con Israel, lo que sería de gran utilidad para el movimiento popular de boicot en la región de lengua árabe. Del mismo modo, este modelo no muestra ningún interés por documentar y destacar los esfuerzos populares organizados de los palestinos y sus aliados para mitigar su sufrimiento bajo la ocupación a través de métodos creativos de financiación, el empleo innovador de las telecomunicaciones y las iniciativas populares para poner fin al asedio a Gaza. Una vez más, la descripción de este tipo de esfuerzos populares eficaces desarrollaría una sensación de poder popular en la audiencia y despertaría ideas sobre lo que pueden hacer para apoyar la lucha palestina. En cambio, para obtener este tipo de información los espectadores deben recurrir a cuentas particulares en las redes sociales, y no a los grandes canales de noticias, bien financiados y con cientos de periodistas en su nómina. De hecho, el modelo de noticias de último momento y máximo alcance capitaliza el sentimiento de desesperación y tristeza de la gente, en lugar de fomentar movimientos populares informados, organizados y eficaces en apoyo de Palestina.
La cobertura informativa regional de Gaza a partir de octubre de 2023 no es muy diferente de la cobertura que recibió Sudán en meses anteriores, aunque a una escala mucho mayor. Dado que este modelo de noticias dominante no puede (ni tiene interés en) brindar una cobertura informativa matizada que otorgue el peso adecuado a múltiples acontecimientos simultáneos que merecen la atención de las masas, enfrenta a diferentes luchas de todo el mundo en una competencia por el tiempo de transmisión y la atención de las salas de redacciones. Así, de la noche a la mañana, el público sudanés fue testigo de un drástico descenso en la calidad y cantidad de la nueva información sobre su país, hasta el punto de que los escasos programas dedicados a noticias sobre Sudán empezaron a anunciarse como la cobertura de una guerra olvidada. Una de las consecuencias de este descenso en el tiempo de emisión y en la calidad es que permitió que floreciera la propaganda tanto de las SAF como de las RSF: para cada incidente y acontecimiento, desde tomas de ciudades y asesinatos en masa hasta negociaciones y cumbres, se presentan ahora dos relatos, si no más. Incluso se debate la cuestión de qué partido controla cada lugar geográfico, cuando esto podría investigarse e informarse fácilmente si se hiciera un mínimo esfuerzo periodístico serio.
El periodismo profesional, revolucionario y centrado en las personas es una base necesaria para los debates y las acciones que pueden promover significativamente los proyectos revolucionarios. Esto es válido tanto para la liberación de Palestina como para la búsqueda de una paz justa en Sudán. Estos esfuerzos periodísticos procurarían presentar y priorizar los hechos que repercuten profundamente en la vida de las personas, y brindarían al público una comprensión adecuada de estos hechos. En lugar de recurrir a las anécdotas y repeticiones concebidas sencillamente con el fin de generar tendencia y aumentar las interacciones, el periodismo revolucionario ofrecería una visión profunda y significativa y destacaría los esfuerzos de base que sostienen vidas: por ejemplo, el desarrollo de la prestación de servicios comunales en Sudán a través de cocinas, instalaciones sanitarias, refugios y programas educativos gestionados de forma colectiva. No se haría hincapié en relatos de heroísmo individual, sino en experiencias destacadas de organización popular. El periodismo revolucionario, centrado en las personas, es esencial para informar y documentar con precisión los esfuerzos de organización revolucionaria. Ofrecería una representación fiel de la realidad y se centraría en las prioridades del público, y no en los ofuscamientos promovidos por los medios elitistas. Además, este tipo de periodismo facilitaría el intercambio de lecciones y análisis entre los esfuerzos revolucionarios internacionales, lo que permitiría su evolución hacia un frente revolucionario internacional cohesionado y necesario, que no solo informe al público, sino que fomente un sentido de solidaridad, poder popular y propósito común entre los movimientos revolucionarios globales.
En la situación actual, en la que escasea el periodismo revolucionario, la lógica de capitalizar las tendencias se extiende, por desgracia, a las actividades de defensa y solidaridad a escala mundial. En el caso de Sudán, esto es evidente en el activismo de la diáspora sudanesa. Los grupos desesperados por llamar la atención sobre las luchas de su pueblo y que desean con urgencia poner fin a su sufrimiento consideran que hacer que Sudán sea el “tema del momento” es el camino más corto para lograr esos objetivos. Esto incluye intentos de encajar la lucha sudanesa en la forma de la lucha palestina, presentando a Sudán como ocupado por las RSF (que tiene el apoyo de Emiratos Árabes Unidos (EAU) de manera similar a la ocupación sionista. Este enfoque prioriza a los crímenes cometidos por las RSF e ignora los cometidos por las SAF, lo que genera reclamos de que cese el apoyo a las RSF, en lugar de deslegitimar a todas las partes que pretenden obtener y conservar el poder mediante la agresión y la violencia.
Este énfasis en los crímenes de las RSF no está desvinculado de los marcos históricos que sirvieron de base para el éxito y la viralidad de estos relatos entre la opinión pública sudanesa. Entre estos marcos se incluyen la marginación y discriminación histórica que padece la población de las zonas occidentales del país, como se comentó anteriormente. Dado que la mayoría de las fuerzas de las RSF, incluido su núcleo, proceden de Sudán occidental, es posible calificarlas no solo de criminales o rebeldes, sino también de invasoras y ocupantes, al igual que los sionistas. Pero esta es, como mínimo, una definición inexacta. Otro marco fundamental para que estas narrativas prosperen es el de la protección del Estado, que se equipara con la protección del ejército oficial del Estado (que se dedica a enfrentarse a las RSF), en lugar de proteger al pueblo frente a ambas partes beligerantes criminales y otras fuerzas contrarrevolucionarias. Este marco se basa en una larga historia de propaganda estatal y explotación de las consignas de patriotismo con el fin de conseguir apoyo para la clase dominante que controla el Estado. (Sudán no es un caso raro: casi todos los Estados modernos tienen marcos similares).
Este atajo para llamar la atención sobre Sudán conduce a la dirección equivocada, tanto a corto como a largo plazo. Incluso en el escenario más positivo, el resultado que se lograría sería cortar todo apoyo a las RSF, allanando así el camino a un Gobierno militar autoritario que exigirá una responsabilidad ínfima a quienes ejercen la violencia en nombre del Estado.
Así, a pesar de lo importante que es estudiar el papel depredador que desempeña el Gobierno de EAU en la región, la tendencia a presentarlo en el contexto sudanés como partidario de una fuerza de ocupación similar al proyecto sionista conduce a errores fatales para el proyecto revolucionario. Por ejemplo, lleva a ignorar los importantes factores internos que dieron lugar a la creación de la RSF y otras milicias: la capacidad de reclutar miembros de esas milicias es consecuencia de las históricas y constantes apropiaciones de tierras y de recursos que han victimizado a las comunidades marginadas dentro de Sudán.
El camino corto y de moda para llamar la atención sobre Sudán causará, por tanto, un daño duradero y considerable al potencial de organización revolucionaria dentro del país, que solo podrá construirse sobre la base sólida de la representación exacta de todas las injusticias que padecen las diferentes comunidades del país y más allá. Del mismo modo, la estrategia de limitar la información sobre la lucha sudanesa o palestina al formato de noticias de último momento, a pesar de su reducido éxito a corto plazo, perjudica de hecho las posibilidades de desarrollar formas de solidaridad matizadas y empíricas, incluso entre públicos simpatizantes y aliados de principios. Esa solidaridad revolucionaria solo puede apoyarse en un periodismo revolucionario.
Solidaridad revolucionaria
Al subrayar la importancia de una estrategia revolucionaria de solidaridad con Palestina, la investigadora y escritora socialista sudanesa Khadija Safwat señaló de manera brillante: “Le fallamos a Palestina cuando no comprendemos las consecuencias del aislamiento al que nos obliga el capitalismo financiero sionista tribal internacional, que a la vez es el resultado de haber asimilado su lenguaje sin crear ni desarrollar un lenguaje propio con el que podamos enfrentar a nuestros enemigos internacionales y locales”.16 Entre las experiencias sudanesas recientes se incluyen pruebas abundantes sobre las nefastas consecuencias de la adopción de un lenguaje y unas herramientas contrarrevolucionarias, aunque puedan ser útiles a corto plazo. Desde el lenguaje de la política identitaria hasta las herramientas de capitalización de tendencias, las estrategias pragmáticas que carecen de un análisis material revolucionario han debilitado internamente el proyecto de resistencia sudanés, así como su capacidad de apoyo a la lucha palestina.
La tarea de aclarar el lenguaje revolucionario y las herramientas de solidaridad es urgente y esencial, y no debe abandonarse en el intento de obtener resultados rápidos. Es una tarea constante que requiere el uso de una visión crítica en todos nuestros análisis de las injusticias y en el desarrollo de estrategias de resistencia. En las intersecciones de la lucha sudanesa por la justicia y de la lucha palestina por la liberación, el uso de una visión de este tipo habría elevado los debates en torno a la normalización del GtS con la ocupación sionista por encima de las políticas identitarias y las definiciones confusas de modernización y progreso, y en su lugar se promoverían debates sobre lo que el marxista egipcio Samir Amin17 denominó las dos patas (una económica y otra política) del proyecto imperial. En el caso de la normalización sudanesa con la entidad sionista estas dos patas funcionaron en armonía, a plena luz del día, siendo casi una caricatura por la vulgaridad de su naturaleza transaccional: al vincular el uso de instrumentos monetarios internacionales (la pata económica) para ayudar a la pata política de las intervenciones coloniales en Palestina. En el caso de definir las luchas comunes de las poblaciones sudanesa y palestina, y los acontecimientos que llevaron al recrudecimiento simultáneo de su sufrimiento en 2023, una visión y un lenguaje revolucionarios críticos también destacarían cuestiones como el impacto que tiene la legitimación por parte de la comunidad internacional de fuerzas criminales (el Estado colonial de Israel en Palestina y el Gobierno militar en Sudán), y su papel en el debilitamiento de las acciones de resistencia popular. Se trataría de una estrategia coherente que podría ayudar a unir a varios grupos oprimidos de todo el mundo en torno a la cuestión de la rendición de cuentas de la diplomacia internacional y a un cambio radical de sus estructuras.
Un ejemplo pequeño pero significativo de este tipo de estrategia se produjo tras el golpe del consejo militar en Sudán en octubre de 2021. En ese momento, la misión de las Naciones Unidas en Sudán inició gestiones para relegitimar a los golpistas al propiciar negociaciones para la formación de una nueva estructura de Gobierno en el país, con la participación del consejo militar y los socios civiles del GtS, mientras se producían protestas diarias contra el golpe y cualquier forma de régimen militar. La misión de las Naciones Unidas intentó persuadir a los comités de resistencia de que se sumaran a las reuniones de negociación, dada la legitimidad popular de que gozaban los comités, que estaba de manifiesto en el tamaño y la organización de las protestas que encabezaban. Tras reiteradas solicitudes, que rechazaron, los comités de resistencia aceptaron finalmente asistir a una reunión, con la condición de que se transmitiera en directo por Facebook. Los comités comprendieron claramente que el secretismo fomenta la corrupción y reduce la participación pública, por lo que trataron de garantizar la transparencia. La misión de las Naciones Unidas rechazó la propuesta de los comités de resistencia y canceló la reunión propuesta, admitiendo que su enfoque no era transparente ni acorde con los intereses del público en general, al que pretendía ocultar la realidad política. Esta propuesta de los comités de resistencia, y su éxito a la hora de desenmascarar la naturaleza de la misión de las Naciones Unidas y el proceso que promovía, fue el producto de un compromiso responsable con los derechos de las personas a la información y la participación política, que se basaba en la comprensión del impacto de la participación pública en el equilibrio de poder frente a la élite, y reflejaba un uso creativo de los recursos tecnológicos disponibles.
La historia de la lucha palestina también ofrece un ejemplo de cómo la transparencia y el acceso a la información pueden apoyar un proyecto revolucionario. Se suele olvidar que la intervención de las potencias coloniales occidentales en la creación del proyecto colonial en Palestina solo se supo cuando, tras la revolución rusa de octubre de 1917, los revolucionarios rusos revelaron el texto del secreto acuerdo Sykes-Picot. A la fecha, la publicación de este importante documento proporciona pruebas contundentes que respaldan los argumentos revolucionarios contra las prácticas coloniales del Norte global.
Ambos ejemplos revelan que la transparencia y la rendición de cuentas son armas válidas y eficaces contra el uso contrarrevolucionario del secretismo en la diplomacia mundial, que normalmente se justifica bajo lemas vagos de seguridad nacional y protección del secreto de Estado. También revelan que las manifestaciones prácticas de la transparencia y la rendición de cuentas dependen de lo que es posible en cada momento, y que los esfuerzos por lograr la transparencia y la rendición de cuentas varían según el contexto. En algunos países, pueden consistir en presionar para que se divulguen los detalles de la financiación y las comunicaciones diplomáticas, mientras que en otros pueden centrarse en destacar información pública que se ha pasado por alto. Para comprender estos límites se necesitan debates informados y comprometidos, basados en un análisis de principios y en la solidaridad revolucionaria global. En este sentido, es importante recordar que estos intentos tienen más posibilidades de éxito cuando se llevan a cabo en el seno de organizaciones políticas revolucionarias, y no por individuos sin vínculos institucionales.
En Sudán es necesario y sería beneficioso un proyecto revolucionario comprometido con un análisis material de los problemas dentro y fuera de las fronteras políticas del país. Y aunque algunos argumentan que debería renunciarse al proyecto revolucionario a cambio de la prioridad a corto plazo de acabar con la guerra actual, solo un proyecto revolucionario puede lograr ese objetivo y construir en el país una paz sostenible impulsada por la justicia. Un proyecto de este tipo supondría, por ejemplo, que los esfuerzos actuales para prestar servicios comunales, que en la actualidad ayudan a la población sudanesa a sobrevivir a la guerra, se conviertan en nuevos sistemas sostenibles de control comunal sobre los recursos y la adopción de decisiones. Esto mejorará la vida a corto plazo y generará las condiciones para el crecimiento desde la base del poder popular y la distribución justa de los recursos, y eliminará los espacios disponibles para fuerzas armadas elitistas, así como las causas profundas de la guerra a largo plazo. Los aliados progresistas internacionales de Sudán deberían aplicar un enfoque similar para revolucionar sus métodos y análisis, utilizando los espacios de activismo político que tienen a su disposición para aumentar la probabilidad de progreso revolucionario en las comunidades que sufren. Las propuestas aquí mencionadas sobre la promoción del periodismo revolucionario y la transparencia y rendición de cuentas de la diplomacia internacional son ejemplos de otras acciones solidarias que pueden beneficiar tanto al movimiento de resistencia sudanés como al palestino, entre muchos más en todo el mundo.
Las y los revolucionarios deben encarar las luchas de Sudán, Palestina y otras poblaciones oprimidas mediante herramientas y un lenguaje acordes con los principios revolucionarios, no con aquellos impuestos por los opresores. Los marcos revolucionarios rechazan las jerarquías de las luchas y la competencia por la atención mundial, y subrayan que la libertad y la dignidad son derechos universales, y que la existencia de cualquier régimen opresor amenaza el éxito de todos los movimientos revolucionarios. Todos los regímenes opresores utilizan herramientas similares contra la resistencia popular a la que se enfrentan, y emplean el poder que acumulan en un lugar geográfico para cimentar en otras zonas del mundo sistemas de opresión que les benefician. Sin embargo, esto no significa que los sistemas opresivos sean siempre idénticos entre sí, ni que tengan conexiones directas, por lo que nuestra comprensión revolucionaria no debe limitarse a la búsqueda de vínculos jerárquicos o conspirativos entre las luchas. De hecho, un análisis material revolucionario se debe basar en principios revolucionarios y en la comprensión contextualizada de cada lucha, y procurar el desarrollo de herramientas adecuadas para mejorar la realidad material de las comunidades oprimidas en el presente, al tiempo que sienta las bases de sistemas nuevos para el futuro.
Por lo tanto, la solidaridad revolucionaria no debe renunciar a los resultados rápidos, sino que debe ser capaz de sopesar el impacto de los cambios a corto plazo ante el éxito del proyecto revolucionario a largo plazo: es una solidaridad comprometida con acciones que sirven a ambos de forma dialéctica. Y la solidaridad revolucionaria entiende que fallarle a uno supondrá fallarles a los dos, además de socavar el potencial de liberación y revolución en el plano internacional.