El nuevo activismo modelo en el Reino Unido: llevar al Partido Laborista al Gobierno y dar el poder al pueblo

La ‘nueva política’ se refiere tanto al poder electoral como a la construcción de un poder transformador.

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Anti-austerity protest

Flickr - By D B Young

“Nuestro objetivo es profundizar en la democracia, la solidaridad y el poder de base participativos, y ayudar al laborismo a convertirse en el partido gobernante transformador del siglo XXI”, declararon los tres miembros fundadores de Momentum (Adam Klug, Emma Rees y James Schneider en Renewal [revista del Partido Laborista] en 2016. Reconocieron que se trataba de un “proyecto muy ambicioso” y explicitaron el alcance de esta ambición: “El objetivo no es solo cualquier Gobierno laborista, sino un Gobierno laborista que saque la riqueza y el poder de las manos de una pequeña élite para entregarlos a la gran mayoría”.

Esto requiere, insistieron, “no solo que Corbyn sea líder” (y primer ministro, podríamos añadir ahora). “Necesitamos construir el poder de base ahora: la capacidad de las personas corrientes para influir en el mundo y cambiarlo de acuerdo con sus intereses a través de sus propias instituciones. Esto significa desarrollar procesos de organización colectiva dirigidos y controlados por las personas directamente afectadas por las decisiones. Debemos optimizar la participación, la capacidad de actuar y el empoderamiento del pueblo en los sistemas que afectan a su vida.”

Condición necesaria

La tensión entre estos dos objetivos de elegir a un primer ministro de izquierdas y construir el poder de base está en el centro de cualquier debate sobre el futuro de Momentum, del Partido Laborista y de la izquierda transformadora en general. Es por esta razón por la que deseo analizar por qué la construcción de ‘la base’ es una condición necesaria —no un plus opcional— si la izquierda gobernante quiere convertirse en el Gobierno transformador al que aspiran los fundadores y partidarios actuales de Momentum.

¿Cómo podemos profundizar en el significado del ‘poder de base’? ¿Cuáles son sus elementos diferenciadores? ¿Cómo es una fuente de poder distinta a la de Gobierno? ¿Y cómo se puede —en qué condiciones— combinar estas distintas fuentes de poder para hacer realidad el potencial de ambas?

Aclararé la distinción mediante los términos más precisos de poder como capacidad transformadora (o ‘poder de base’) y poder como dominación (poder gubernamental). Luego analizaré qué tipos de organización y cultura política son necesarios para construir el poder de base, y cómo estos pueden estar en tensión con los tipos implicados en ganar las elecciones.

Así que, primero, esbocemos las herramientas conceptuales que pueden ayudar a identificar las causas de la división y el bloqueo de lo que en la práctica necesitan ser aspectos combinados de una estrategia para un Gobierno de izquierda transformador.

Fuentes de poder

Las fuentes de poder necesarias para la transformación radical son más plurales y complejas que simplemente ‘ganar el Gobierno para la izquierda’. Históricamente, los partidos socialdemócratas y comunistas se han construido, en el mejor de los casos, en torno a una visión benévola de la comprensión del ‘poder como dominación’. Sus estrategias, ilustradas por el Gobierno de Attlee en 1945, se han basado en la idea de gobernar con el fin de guiar al aparato del Estado de forma que cumpla las propuestas del manifiesto del partido y satisfacer las necesidades de las personas trabajadoras.

Esta es una metodología política paternalista. Además, corre el riesgo de verse socavada por el poder del capital privado porque carece de cualquier poder productivo y material propio. Este poder material para un partido que pretende gobernar para las personas desposeídas solo puede conseguirse mediante el reconocimiento del ‘poder como capacidad transformadora’, es decir, el poder de las personas desposeídas como actores económicos y sociales informados, y mediante una estrategia que desarrolle y haga efectivo este poder.

El poder como capacidad transformadora fue ‘descubierto’ —o más bien practicado imaginativamente— por los movimientos sociales en distintos momentos: por ejemplo en 1968, los años setenta y finales de los años noventa del siglo pasado y desde 2011. Los movimientos sociales de estudiantes, feministas, trabajadores y trabajadoras radicales (incluidas personas trabajadoras precarias), activistas comunitarios, y diseñadores y científicos con un compromiso ambiental y moral han pasado de la protesta a la propuesta y la creación práctica de soluciones prefigurativas en la vida cotidiana y como parte de la lucha política.

El plan alternativo para la producción socialmente útil elaborado por las personas trabajadoras de Lucas Aerospace en los años setenta del siglo pasado con el fin de luchar contra los despidos es un ejemplo clásico del ejercicio del poder como capacidad transformadora. Al mismo tiempo que luchaban por sus puestos de trabajo, dejaban de fabricar los componentes de las aeronaves militares y creaban una alternativa prefigurativa como parte de una lucha industrial politizada. Finalmente, a pesar del amplio apoyo, esta alternativa fue bloqueada por el ejercicio del poder como dominación, es decir, por un equipo directivo que defendía sus prerrogativas, por un Gobierno laborista que defendía su monopolio sobre la política y por una dirección sindical amenazada por la unidad de varios sindicatos y la conciencia política de sus activistas a pie de fábrica.

Los últimos diez años —años en los que una nueva generación se ha enfrentado a una confluencia contradictoria y cada vez más intensa de austeridad, destrucción ambiental, difusión de una nueva tecnología distribuida y crecimiento de muestras diarias de solidaridad (junto con la amenaza de muestras cotidianas de hostilidad, xenofobia, homofobia y misoginia)— han sido testigo del crecimiento de una rica variedad de nuevas formas colaborativas sociales y ecológicas de producción.

Estas formas abarcan un amplio abanico: software de código abierto; plataformas cooperativas y consumo colaborativo (por ejemplo, el préstamo sin coste de herramientas); nuevas formas de cultivar y comer alimentos, y producir y utilizar energía; iniciativas que exploran modos productivos de emitir menos carbono; nuevos modos de comercio y finanzas, producción cultural y salud pública; campañas comprometidas con la calidad de la enseñanza; y todos aquellos otros aspectos de una vida digna. (Véase mi homenaje a Robin Murray, analista y defensor de la economía civil). Es un modelo centrado en el conocimiento práctico y el compromiso ciudadano, y hogar de una nueva política de la izquierda.

Desarrollar el contrapoder

¿Cómo influye esta distinción entre las fuentes de poder en el pensamiento estratégico de la izquierda una vez en el Gobierno?

En primer lugar, nos permite comprender por qué el poder gubernamental es necesario pero no suficiente. En este caso, la experiencia de Chile bajo Salvador Allende y, más recientemente, de Grecia bajo Syriza basta para recordarnos los poderes hostiles concertados a los que se enfrenta cualquier Gobierno radical cuyas políticas amenacen los intereses internacionales del capital. Está claro que estos Gobiernos serán mutilados o destruidos si dependen solo del poder electoral y dejan de desarrollar —a la vez que se ganan las elecciones— las fuentes necesarias de contrapoder material y cultural, es decir, el poder como capacidad transformadora, idealmente a escala internacional.

Este contrapoder requiere una capacidad productiva, al menos para producir los medios necesarios para sostener la vida cotidiana, independientes del orden político y económico dominante. Requiere una capacidad que perturbe y prive a las grandes empresas de su poder para sabotear a los Gobiernos electos. Y requiere un elemento de movilización amplia y transnacional para desenmascarar y combatir la ilegitimidad de cualquier intervención hostil contra un Gobierno electo.

Comparemos, por ejemplo, la movilización internacional en torno a Vietnam —y cómo contuvo y ayudó finalmente a parar la guerra— con la debilidad de la movilización contra la intervención estadounidense en Chile en los años setenta o la invalidación por parte de la Troika del mandato del Gobierno de Syriza en Grecia. Cada situación tenía unas circunstancias muy diferentes, pero cada una implicaba, en esencia, la misma movilización reaccionaria que solo puede derrocarse mediante una combinación de contramovilización internacional y formas autónomas de sostenibilidad económica en el plano nacional.

Hay una cita, seguramente apócrifa, atribuida al presidente estadounidense, F. D. Roosevelt, dirigente en tiempos de guerra y el hombre responsable del New Deal en la década de 1930. Se alega que dijo a un líder de los derechos civiles que quería que abordara la discriminación: “Estoy de acuerdo contigo; ahora, oblígame a hacerlo”.

En el Reino Unido, fue la clase obrera la que obligó a los arquitectos del ‘new deal’ de la postguerra —el Estado de bienestar, el Servicio Nacional de Salud y las industrias nacionalizadas— a que ‘lo hicieran’. Aunque estas cosas se consiguieron de la mano de instituciones muy paternalistas, fueron producto tanto de la autoconfianza militante de las personas trabajadoras generada por su experiencia de la guerra como del paternalismo benévolo de Attlee y Beveridge o la brillantez económica de Keynes. Después de haber derrotado al fascismo, estaban resueltas a derrocar a los elementos que habían sido sus enemigos antes de la guerra: el desempleo, la pobreza y una clase gobernante que reprimía los derechos laborales. De ahí el voto abrumador contra el dirigente en tiempos de guerra, Winston Churchill y su partido.

La presión de un movimiento laboral politizado y seguro de sí mismo forzó al Gobierno de Attlee a cumplir y a no rendirse ante los especuladores y los intereses particulares que deseaban una vuelta al capitalismo del laissez-faire de los años treinta del siglo pasado. Pero el Gobierno cumplió su impresionante programa de reformas sin consolidar el cambio radical, al no transformar las relaciones sociales de la vida cotidiana, las relaciones laborales, familiares y comunitarias, y la contratación pública.

La legislación ejecutada por el Gobierno con respecto a la nacionalización, la vivienda pública en gran escala y la seguridad social no proporcionó en sí misma las condiciones suficientes para transformar las relaciones de poder a las que se enfrentaban las personas trabajadoras. Las minas se nacionalizaron, pero al mismo tiempo que se izaba la bandera de la Junta Nacional del Carbón, en medio de una gran celebración, en las minas de toda la nación, los hombres que ocupaban los asientos de la dirección eran los antiguos jefes de las compañías privadas de carbón.

La vieja y nueva política

Esta es la práctica de la vieja política. La ‘nueva política’ de un Gobierno de Jeremy Corbyn —si ha de ser verdaderamente transformador y capaz de soportar las múltiples presiones del capital— no puede limitarse a volver al pacto de 1945. Es verdad que un Gobierno de este tipo —decidido a detener, e idealmente revertir, las últimas dos décadas de austeridad— sería en sí mismo extremadamente radical. Sin embargo, para ser de verdad transformador y evitar acuerdos fatídicos, tendría que ser radical de una manera muy diferente a la vieja política de la intervención del Estado.

Sin duda sería necesaria una intervención firme por parte del Estado. Pero también se requeriría una transformación directa de la producción, no solo formas más radicales de redistribución. Una transformación del modo de producción implica el ejercicio del poder dentro de la producción apoyada por la intervención del Estado, pero involucrando el ejercicio del poder desde abajo; es decir, el poder como capacidad transformadora implica los conocimientos prácticos y la autogestión de las personas trabajadoras. Esto apunta claramente a la visión de un Gobierno de izquierda transformador como uno que posibilite que la capacidad transformadora y la creatividad colaborativa de las personas trabajadoras y consumidoras se hagan efectivas en vez de sustituirlas.

¿Podría el Partido Laborista llegar a ser una organización que conecte a los diversos e híbridos agentes de esta economía transformadora de base? Estos actores incluyen no solo a las personas ya relacionadas con el movimiento del trabajo —los sindicatos más innovadores y sus delegaciones locales, los consejos laborales y las corporaciones municipales—, sino también a las nuevas cooperativas, iniciativas sociales y comunitarias e individuos interconectados que están iniciando a escala local formas de producción basadas en valores.

Bloqueo estructural

El profundo bloqueo estructural de la dinámica radical que surge periódicamente en la base del movimiento del trabajo —que expresa radicalidades sociales más extendidas— es la división profundamente arraigada entre la política y la economía. Sus raíces residen en la división entre el Estado y el mercado. Este eje de la economía política liberal y su expresión institucional es el vicio que ha retenido a las organizaciones laborales: la división entre la política (entendida exclusivamente como parlamentaria y legislativa), el sindicalismo (entendido de manera igualmente estrecha como las relaciones entre empleador y persona empleada) y las inquietudes específicas de algunos movimientos sociales (cooperativas restringidas a la esfera del comercio, la organización de las mujeres a la esfera de la familia, etcétera).

Los movimientos sociales y sindicales han delegado históricamente la política en el partido [laborista]. Al mismo tiempo, ha existido un tabú en torno a las personas activistas del partido o de las delegaciones sindicales locales que se involucraban en las disputas industriales. Esta división protegía al poder como dominación e inhibía incluso el reconocimiento como legítimo del poder como capacidad transformadora, ya que se rechazaba la ‘actividad extraparlamentaria’ por ‘comunista’ o, más recientemente, por ‘terrorista’ y una ‘amenaza a la democracia’.

De alguna manera, la hostilidad hacia Corbyn por parte del grupo parlamentario del Partido Laborista y sus aliados de los grandes medios de comunicación no surge por sus políticas legislativas de izquierda, sino más bien porque Corbyn difumina las divisiones entre la política y la economía, entre la lucha partidista y la extraparlamentaria; es decir, la manera en que valora positivamente el poder como capacidad transformadora.

Fue precisamente esta división —cuestionada por Tony Benn y un joven Corbyn, entre otras personas— que hizo fracasar el plan corporativo alternativo de los representantes sindicales en Lucas Aerospace durante los años setenta. Es estimulante constatar que hay indicios de que hoy esta división se pueda superar en la práctica gracias a la inspiración de Corbyn.

Tomemos un ejemplo local: en Hackney, donde vivo, los trabajadores y las trabajadoras del cine Picturehouse de la cadena Cineworld han estado en huelga para que se les reconozca sus derechos como parte de una lucha más amplia por un sueldo digno y el fin de los contratos de cero horas, que se ha convertido ya en una campaña nacional. Momentum Hackney ha estado —y sigue estando— muy activo en la construcción del apoyo de los espectadores mediante ‘piquetes comunitarios’ y la promoción de la causa de los huelguistas en las delegaciones locales del Partido Laborista. Ahora que la izquierda ha ganado el control del comité ejecutivo del Partido Laborista del sur de Hackney, el mismo partido local ha estado reuniendo apoyo para los huelguistas. La corporación municipal, controlada por el Partido Laborista, apoya también la huelga, y el alcalde de elección directa, Philip Glanville, participa en los piquetes.

Mientras tanto, Momentum está utilizando sus energías organizativas independientes y flexibles para apoyar el cine comunitario independiente de Hackney, el Rio. Ha organizado el pase de la película Dennis Skinner: Nature of the Beast con el apoyo del Partido Laborista del sur de Hackney y está promocionando el Rio y la campaña de financiación para mejorar sus instalaciones como alternativa al cine corporativo Picturehouse. ¿Se puede generalizar este tipo de actividad prefigurativa de los movimientos, que colaboran en la política local del partido, con el fin de producir una política de izquierda realmente nueva y sin peleas organizativas, y dar apoyo político a la economía transformadora emergente?

Practicantes de la nueva política

Robin Murray se inspiró en una metáfora asombrosa de la ‘revolución’ inglesa del siglo XVI, cuando las nuevas formas económicas capitalistas estaban surgiendo, pero no contaban con un Estado que las apoyara: “De la misma manera que Oliver Cromwell desarrollaba el Nuevo Ejército Modelo para impulsar los incipientes intereses burgueses de los propietarios locales y los comerciantes, la nueva política debía tener su propia fuerza económica de practicantes para impulsar los intereses de los innovadores de la economía social”.

Esto abre un debate importante, alimentado además por la experimentación y la práctica, sobre qué tipo de organización y activismo políticos pueden tanto prefigurar como preparar un Gobierno de izquierda transformador. En este momento, lo importante es no liarse con fronteras organizativas, qué pertenece a quién o identidades diferenciadoras, sino centrarse en el contenido, establecer conexiones, compartir los conocimientos prácticos y la construcción de complementariedades, desde el lugar donde cada persona se organice y sin tener en cuenta la transitoriedad.

The World Transformed [espacio de debate de Momentum] ilustra las posibilidades en el importante campo del intercambio cultural, el debate y el aprendizaje. Necesitamos experimentar con las formas apropiadas de innovación, intercambio, solidaridad y consolidación en el entorno de alternativas económicas, todo con una mentalidad abierta.

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