Yalla, Yalla, Abya Yala América Latina al encuentro de Palestina en tiempos de genocidio

En el contexto del genocidio, este extenso artículo analiza cómo la complicidad estatal con el proyecto colonial de asentamiento de Israel ha persistido bajo el paradigma del “sentido común” de los dos Estados, poniendo en primer plano la organización de base, el BDS y la solidaridad Sur-Sur, e instando a transitar de la indignación simbólica hacia la acción efectiva.

Autores

Longread de

María Landi
Illustration by Fourate Chahal El Rekaby

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Entre la ambigüedad y las contradicciones

La complejidad de las relaciones de Abya Yala con la causa palestina exigen ir más allá de las miradas idealizadoras o complacientes y analizarlas con una mirada crítica que permita identificar los desafíos y, sobre todo, pensar colectivamente cómo abordarlos.

Esa mirada crítica puede tener como punto de partida el papel que desempeñaron los países latinoamericanos en la Comisión Especial de Palestina de las Naciones Unidas (UNSCOP), que en 1947 discutió y recomendó la partición para entregar más de la mitad del territorio a un movimiento de colonos europeos que llevaban pocas décadas en el país, constituían menos de la tercera parte de la población y poseían el 6% de la tierra. Alineados tras el liderazgo de Estados Unidos y los respectivos lobbies sionistas, los representantes de Uruguay, Guatemala y Perú, como miembros del UNSCOP, y de Brasil, desde la presidencia de la Asamblea General de la ONU, lograron persuadir a sus pares latinoamericanos de apoyar la partición de Palestina.

Los países latinoamericanos constituían la tercera parte de la flamante ONU (que solo tenía dos años de vida y apenas medio centenar de miembros); 13 de ellos votaron a favor de la partición3, 6 se abstuvieron4 y solo Cuba votó en contra.5 En un período en que en el mundo se iniciaban los procesos de descolonización, y la mayoría de los países de África y Asia se negaban a reconocer a Israel, América Latina dio su apoyo para la materialización del proyecto colonial sionista.6 Como señala el historiador argentino Miguel Ibarlucía, el carácter dividido de la votación deja en evidencia que no fue un consenso mundial, sino una imposición de los Estados occidentales –con apoyo de los latinoamericanos– sobre el mundo árabe, que lo rechazó en bloque.

Este apoyo a la partición se explica por múltiples razones. Por un lado, la mayoría de los países de Abya Yala ya llevaban más de un siglo de independencia formal; por ende, no tenían el mismo interés en la descolonización que el resto del Sur Global8 y tenían un gran desconocimiento de la cuestión palestina, del mundo árabe y la región.9 Además, el lobby de la Agencia Judía fue muy efectivo en un Occidente conmovido por los horrores del nazismo.

Quienes se preguntan cómo es posible que una región que sufrió cinco siglos de colonialismo europeo en sus formas más brutales no haya tenido una visión clara sobre el carácter colonial y racista del Estado que se quería implantar en Palestina, deberían recordar que los nuevos Estados nacionales fueron forjados por las élites criollas descendientes de los colonos europeos; y que, como bien ha planteado el pensamiento decolonial en Abya Yala10, la colonialidad del poder y del saber sigue dominando en la política, la sociedad y el conocimiento. ¿Cómo podían los diplomáticos latinoamericanos de la UNSCOP tener en cuenta los intereses de la población palestina originaria si pertenecían a la élite blanca incapaz de sentir empatía hacia los pueblos indígenas de sus propios países? Tal vez por eso, 78 años después, la autocrítica por esa votación sigue pendiente. Como sigue pendiente –a más de dos años de genocidio en Gaza– que la mayoría de los Estados latinoamericanos revisen sus vínculos estrechos de siete decenios con el Estado de Israel.

Otro factor a tener en cuenta son las características que ha tenido la diáspora palestina en Abya Yala.11 Los estudios sobre este tema son numerosos y no es mi propósito abordarlo aquí.12 Si bien esa diáspora es diversa, la mayor parte de la inmigración palestina llegó a Abya Yala a fines del siglo XIX y principios del XX y era de origen cristiano13. En los países donde se asentó (Chile, Honduras, El Salvador, Venezuela, Guatemala, Colombia) se integró exitosamente a la sociedad local, prosperó y logró una influencia significativa en la economía, la cultura y la política. Así, su inserción en los estratos burgueses14 hizo que a menudo tomara distancia de la causa palestina –asociada a la izquierda y a la lucha armada– y se identificara con opciones políticas de derecha, desde el Chile de Pinochet hasta El Salvador de A. Saca o N. Bukele (sin olvidar, por contraste, a revolucionarios como Shafik Handal).15

En esos migrantes que salieron de Palestina antes de la Nakba y nunca vivieron bajo la ocupación israelí, el vínculo con la patria era más afectivo y cultural que político. Sin embargo, y como ocurre con otras diásporas, la politización se dio en la tercera o cuarta generación, que ha buscado conectarse con sus orígenes a través de la recuperación de la lengua, la identidad y la memoria colectiva, la militancia política, el trabajo académico y la literatura. Este proceso también está ligado a la legitimidad internacional que adquirió la causa palestina debido a la exitosa diplomacia de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) liderada por Yasir Arafat a partir de la década del setenta. En el caso de Chile, por ejemplo, algunos sectores de esas generaciones impulsan el movimiento BDS –especialmente en el ámbito universitario, a través de la Unión General de Estudiantes Palestinxs (UGEP)– y articulan su activismo con otros movimientos sociales. Ese compromiso se ha potenciado significativamente en la lucha contra el genocidio en curso. Aun así, Cecilia Baeza señala el contraste entre la unidad de propósito que guía a los lobbies sionistas en torno a la agenda de Israel y la disparidad de intereses de clase e ideológicos que existen en la diáspora palestina de Abya Yala.

Illustration by Fourate Chahal El Rekaby

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El fantasma israelí rondando entre guerrillas, dictaduras y transiciones

Baeza considera que entre los Estados latinoamericanos no ha habido una orientación general coherente sobre la cuestión palestina, por lo cual extraer tendencias regionales implica hacer simplificaciones.16 Más allá de su voto en 1947, los sucesivos Gobiernos buscaron en las décadas siguientes mantener una equidistancia pragmática –que ha favorecido a Israel– para balancear los intereses de las comunidades judías y árabes nacionales, así como sus relaciones comerciales con Israel y los países árabes. Por eso, ante cada crisis los discursos de los Gobiernos han optado por condenar la violencia de “ambas partes” y llamar a respetar el Derecho Internacional. Con excepciones como Cuba, la Nicaragua sandinista17 y la Venezuela bolivariana18, las relaciones de los países latinoamericanos con Palestina e Israel estuvieron determinadas por sus intereses cambiantes y por el signo ideológico de los Gobiernos de turno; aunque con excepciones, las relaciones estrechas con Israel han sido en general una política de Estado. 

Entre 1947 y 1974, en el marco de la Guerra Fría y el alineamiento con Estados Unidos, predominó el acercamiento de los Gobiernos latinoamericanos a Israel, aunque con matices significativos según el país y la orientación del Gobierno. No obstante, la incorporación de nuevos países descolonizados de África y Asia a la ONU, el surgimiento del Movimiento de Países No Alineados en 1961, la ocupación israelí de los territorios árabes en 1967 y el embargo de la OPEP a los países que apoyaron a Israel en la guerra árabe-israelí de 1973, llevó a los Gobiernos latinoamericanos a buscar mejorar sus relaciones con los países árabes y a mostrar mayor apoyo a la causa palestina. En 1974, la aceptación de la OLP como representante legítimo del pueblo palestino con estatus observador en la ONU también contribuyó a un mayor acercamiento. La mayoría de los países latinoamericanos reconoció a la OLP; ello se reflejó en la apertura de oficinas de la organización en varios países de Abya Yala entre los años setenta y ochenta: Cuba, Nicaragua, Brasil, México, Perú y Chile. 

Paradójicamente, a partir de 1974, dado que la mayoría de los Estados africanos habían roto relaciones con Israel, América Latina, con Gobiernos autoritarios y dictatoriales en varios países, se convirtió en la principal beneficiaria de los programas de cooperación israelí, tanto en materia de modernización agrícola como militar. Desde 1970 hasta mediados de los ochenta, las armas fueron el principal producto de exportación de Israel a la región.19 

Cabe recordar que una cosa son los Estados y sus Gobiernos y otra los pueblos. De hecho, esta diferencia se ha vuelto abismal durante el genocidio en curso en Gaza. En los años sesenta y setenta, la solidaridad directa entre Palestina y Abya Yala se materializó –por fuera y a pesar de los Gobiernos– entre las organizaciones guerrilleras de ambas regiones.20 El papel de Cuba fue clave en ese período, con iniciativas como la Conferencia Tricontinental (1966), que reunió en La Habana a movimientos revolucionarios de los tres continentes del Sur. De allí surgiría la Organización de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAL), cuya revista Tricontinental fue un referente de la visión tercermundista en esa época. Además de desempeñar un papel importante a nivel diplomático y político, Cuba facilitó intercambios de información estratégica y entrenamiento militar entre organizaciones guerrilleras del Cono Sur21, Colombia, Centroamérica y Palestina22. En esos círculos, se veía a la resistencia palestina liderada por la OLP como una lucha de liberación nacional y antiimperialista.23 

No obstante, la derrota de los movimientos guerrilleros en Abya Yala en las décadas de 1970 y 198024 coincidió con el fin de un ciclo de la lucha armada palestina, tras el traslado forzado de la OLP del Líbano a Túnez y el proceso que llevaría a Arafat y Fatah a cambiar las armas por la diplomacia: la declaración de independencia en 1988, la Conferencia de Madrid en 1991 y los Acuerdos de Oslo en 1993-1995.25 En Abya Yala, el advenimiento de dictaduras y regímenes autoritarios y brutalmente represivos que ejercieron el terrorismo de Estado desarticuló no solo militantes y organizaciones, sino también vínculos y memorias comunes. El destino de gran parte de sus protagonistas fue el asesinato, la desaparición forzada, el exilio o la prisión política prolongada. Estas derrotas dieron origen a largos y complejos debates, incluyendo un fuerte cuestionamiento a la viabilidad de la lucha armada entre intelectuales, dirigentes y cuadros de importantes sectores de las izquierdas del continente.26

Israel actuó como proxy de Estados Unidos para armar, asesorar y entrenar en contrainsurgencia a regímenes autoritarios y escuadrones de la muerte, tanto en el Cono Sur como en Centroamérica.27 Esta alianza estratégica con las dictaduras y sus fuerzas armadas tenía para Israel un interés tanto político como económico: en los años ochenta, la región era el destino de la tercera parte de las exportaciones de armas israelíes.28 Y como señala el historiador Gerardo Leibner, la colaboración israelí aportaba también cobertura político diplomática y muy probablemente inteligencia.29

No importaba que los regímenes dictatoriales fueran explícitamente antisemitas. Por ejemplo, la Junta militar argentina creía en una conspiración para crear un Estado judío en la Patagonia, el llamado Plan Andinia. El periodista Jacobo Timmerman y otras personas judías fueron torturadas porque tendrían información sobre una supuesta invasión del ejército israelí con ese fin.30 Esto no detuvo el apoyo que los israelíes ofrecían a la dictadura militar argentina, incluso vendiéndole armas durante la guerra de las Malvinas.31

Los vínculos militares con Israel fueron fundamentales en la creación de las Autodefensas Unidas de Colombia y otros grupos paramilitares de ultraderecha, responsables de 45% de las 400.000 víctimas del conflicto interno colombiano.32 Carlos Castaño, quien fuera el máximo líder de las AUC, fue uno de los jóvenes colombianos que en 1983 viajaron a Israel para recibir entrenamiento militar.33 Paraguay, Guatemala y Honduras mantuvieron estrechas relaciones militares y de inteligencia con Israel durante los regímenes autoritarios de los ochenta y en las décadas siguientes. No por casualidad, en 2018 fueron los primeros países en anunciar su decisión de trasladar sus embajadas a Jerusalén, siguiendo los pasos de Trump.34

Hacia mediados y fines de los ochenta, los pueblos de Abya Yala estaban demasiado concentrados en los desafíos de la transición democrática y la lucha contra la impunidad del terrorismo de Estado. El interés por la causa palestina se reavivaría tras el estallido de la primera intifada a fines de 1987 y la creciente simpatía internacional que despertó. La Declaración de Independencia Palestina (Argel, 1988) fue otro momento en el cual pudieron expresar su apoyo. La resolución 43/177 de la Asamblea General de la ONU (1988) que reconoció dicha Declaración fue votada por 10 países de Abya Yala35, aunque solo Nicaragua y Cuba reconocieron formalmente al Estado palestino.

Tras la salida de las dictaduras o los regímenes autoritarios, casi todos los Gobiernos de la región, tanto conservadores como progresistas (excepto Cuba y Nicaragua), desarrollaron vínculos militares y de seguridad con Israel en cinco áreas: armamento, sistemas de seguridad, ciberseguridad e inteligencia y entrenamiento de fuerzas de seguridad para la “lucha contra el terrorismo” o “contrainsurgencia”. Israel ha participado en las ferias de armas que se realizan en Brasil, Chile y Colombia. Piñera fue el presidente chileno que más tratados firmó con Israel después de Pinochet, en el marco de sus estrategias de control y militarización de la Araucanía o Wallmapu. En 2011, un informe de la organización palestina Stop the Wall reveló que Brasil, bajo el Gobierno del progresista Partido de los Trabajadores (PT), había firmado contratos militares con Israel por valor de unos 1.000 millones de dólares. Eso se ha reflejado en los métodos, prácticas y equipamiento utilizados por la policía y el ejército brasileños en el supuesto combate al crimen organizado en las favelas de Río de Janeiro, cuya violencia ha tenido un altísimo costo social para la población negra, joven y favelada36. Es por eso que el movimiento BDS impulsa la campaña de embargo militar a Israel buscando conectar la causa palestina con las luchas anticoloniales, antirracistas y antimilitaristas en Abya Yala.37

Illustration by Fourate Chahal El Rekaby

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Los desastres de Oslo y el otro mundo ¿posible?

El levantamiento popular y masivo de la primera intifada se vería desarticulado por el llamado “proceso de Oslo”, una trampa en la que cayó gran parte del pueblo palestino en el territorio ocupado y en la diáspora, así como sus simpatizantes en el mundo. Ese entusiasmo popular e internacional era inevitable, dada la legitimidad que le otorgaba el liderazgo de Arafat.

Las voces críticas y sus advertencias no fueron escuchadas (desde Edward Said, que calificó a los Acuerdos de Oslo de “Versalles palestino”, hasta 10 partidos islamistas y marxistas). No se vio al “proceso de paz” como lo que realmente era: una artimaña38 para desarticular la intifada y sentar a los oprimidos a negociar su libertad con sus opresores bajo los auspicios de una potencia imperial (Estados Unidos) que podía ser cualquier cosa menos un mediador honesto, dado su apoyo histórico e incondicional a Israel39.

Las consecuencias del proceso de Oslo fueron múltiples y trágicas para el pueblo palestino. Es cierto que los Acuerdos permitieron el regreso de mucha gente exiliada (incluido Arafat), que la Autoridad Palestina (AP) asumiera la gestión autónoma de la educación y otros asuntos públicos (aunque liberando a Israel de sus responsabilidades como potencia ocupante) e impulsara el trabajo diplomático en la ONU; pero generaron una percepción engañosa, ya que la dominación israelí quedó camuflada tras una fachada de autogobierno palestino. Además, el principal mandato que recibió la AP fue garantizar la seguridad de los colonos israelíes en el territorio ocupado, colaborando con Israel para reprimir la resistencia de su propio pueblo40. La firma de los Acuerdos también generó una ola de legitimidad y de reconocimientos a Israel por parte de muchos países árabes, musulmanes y del Sur global.41

No menos perniciosa fue la trampa epistémica que produjo Oslo en buena parte de la política, la opinión pública, la academia y el campo de la solidaridad en todo el mundo. No solo por la creencia falaz de que el proceso llevaría a crear un Estado palestino, sino también porque instaló un paradigma engañoso que perdura hasta hoy: el de “las dos partes” que deben negociar una solución pacífica al “conflicto”, ocultando así la asimetría de poder y de responsabilidad entre ambas. En el Cono Sur conocemos esta distorsión que pone en pie de igualdad al opresor y al oprimido –en este caso, al colonizador/ocupante y al colonizado/ocupado– como ‘teoría de los dos demonios’42. 

Con la instalación de este falso paradigma, la conceptualización de la lucha de liberación nacional y anticolonial quedó en el olvido o relegada a los márgenes. A su vez, la renuncia a las armas de Arafat y su partido Fatah trajo como consecuencia la deslegitimación de la lucha armada. A ello contribuyó que, en respuesta a la masacre de 29 palestinos mientras rezaban un viernes de Ramadán en la mezquita Ibrahimi de Al Jalil (Hebrón), en febrero de 1994, Hamás y la Yihad Islámica comenzaron una ola de atentados suicidas en territorio israelí que duró varios años y dañó la imagen de la causa palestina en Occidente. Tras los ataques a las Torres Gemelas en 2001 y la Guerra contra el Terrorismo lanzada por Estados Unidos y sus aliados, y con la segunda intifada en curso, fue muy fácil convertir a la resistencia palestina en “terroristas”.

Esta satanización se dio no solo en la opinión pública, los medios hegemónicos y los Gobiernos, sino también en buena parte de las izquierdas –también en Abya Yala. El islamismo no es fácilmente aceptado en un continente donde las masas populares son cristianas43 y las izquierdas seculares desconfían de cualquier expresión religiosa. A su vez, la mera existencia de la AP y su dócil presidente que reivindica la representación de la OLP determina quiénes son los palestinos ‘buenos’ y quiénes los ‘malos’. Hoy parece que no se puede hablar del genocidio sin antes condenar “el terrorismo de Hamás”; de lo contrario se afronta la descalificación o la amenaza de criminalización por “apoyar a terroristas”. Sobra decir que esas condenas provienen de quienes nunca condenaron el terrorismo del Estado israelí y repiten clichés sin saber nada sobre la resistencia palestina ni sobre Hamás; pero también de amplios sectores de las izquierdas.

Oslo tuvo otra consecuencia: las embajadas palestinas que se abrieron en muchas capitales de la región pasaron a ser el principal referente –o el único– para los grupos de solidaridad, los Gobiernos y la sociedad en general. La aparición de este nuevo actor político distorsionó la trayectoria de solidaridad latinoamericana con la lucha de liberación palestina, y ha tenido más impacto en una región donde las oportunidades de encuentro e intercambio directo con activistas de Palestina son mucho menores que en el hemisferio Norte, debido a limitaciones económicas y geográficas. Junto a la barrera del idioma, ello reduce las posibilidades de conocer otras voces y visiones palestinas –en particular de las nuevas generaciones– distintas del discurso oficial de la AP. 

Los Acuerdos de Oslo –que resultarían en 30 años de retroceso para la causa palestina– se firmaron en el contexto de la desaparición del bloque soviético, el fin de la Guerra Fría y la crisis de las utopías socialistas en sentido amplio. En Abya Yala coincidieron con la “década perdida” de la era neoliberal (sin olvidar la derrota del sandinismo en las elecciones de 1990 y la deriva de crisis y fractura que le seguiría). Pese a la sorprendente excepción que significó el alzamiento zapatista en Chiapas (1994),44 el avance de las fuerzas retrógradas y del capitalismo neoliberal con sus programas privatizadores parecía imposible de frenar. En la era de la hegemonía estadounidense y del “fin de la Historia”, la tiranía del pensamiento único servía para imponer “un colonialismo global (…) neoliberal y posmoderno (…) una recolonización.”45

El comienzo del siglo XXI estuvo marcado por el estallido de la “segunda intifada” en Palestina; lo que empezó como una revuelta popular derivó rápidamente en una confrontación militar sangrienta debido a la desmesurada violencia con que respondieron las fuerzas israelíes, y concluyó en una derrota aplastante de la resistencia palestina. Paradójicamente, en Abya Yala fue la década del renacer de la esperanza; su expresión concreta fue el Foro Social Mundial (FSM), realizado por primera vez en Porto Alegre (Brasil) en enero de 2001 –en contrapartida al Foro Económico de Davos– y durante los años siguientes. Esos encuentros cada vez más multitudinarios y globales bajo la consigna “Otro mundo es posible” –inspirada sin duda en la del movimiento zapatista: “Un mundo donde quepan muchos mundos”46– rompían con la tiranía del pensamiento único neoliberal y convocaban a los movimientos populares a construir nuevas utopías de cambio. A partir de 2004 el FSM se celebró en distintos continentes, y también se organizaron foros regionales o temáticos en todo el mundo47 

La causa palestina estuvo presente desde el primer FSM, aunque no exenta de tensiones, debido a que –mientras Palestina estaba inmersa en la segunda intifada– el FSM se definía en su Carta de Principios como un espacio no violento que rechazaba la lucha armada. Y aunque la participación palestina en el FSM era muy diversa, quedó claro que el debate sobre la legitimidad de la lucha armada no era fácil en Abya Yala, donde muchos movimientos sociales tenían (y tienen) una valoración crítica sobre algunas experiencias guerrilleras de las décadas anteriores (véase la nota al pie 26). A eso se sumaba que, como ya vimos, las operaciones suicidas y el estigma del terrorismo instalado desde el ataque a las Torres Gemelas proyectaron una imagen internacional negativa de la resistencia palestina; y Abya Yala no fue la excepción.

La primera década del siglo XXI en la región estuvo marcada por el ascenso de Gobiernos considerados de izquierda, progresistas o de centro: Hugo Chávez en Venezuela (2000), Lula da Silva en Brasil (2003), Néstor Kirchner en Argentina (2003), Tabaré Vázquez en Uruguay (2005), Evo Morales en Bolivia (2006), Oscar Arias en Costa Rica (2006), Cristina Fernández en Argentina (2007), Daniel Ortega en Nicaragua (2007), Fernando Lugo en Paraguay (2008), Mauricio Funes en El Salvador (2009), José Mujica en Uruguay (2010) y Dilma Roussef en Brasil (2011). 

En este período, y sobre todo bajo el liderazgo de Lula da Silva, los Gobiernos sudamericanos buscaron articular una política regional más independiente de la influencia estadounidense. Eso se tradujo en iniciativas como la UNASUR (2008) y la CELAC (2010)48 como alternativas a la OEA, un organismo históricamente controlado por Estados Unidos y por eso desprestigiado49. Brasil impulsó un mayor acercamiento a los países árabes, musulmanes y del Sur global en general. Un ejemplo de estos esfuerzos fue la primera cumbre América del Sur-Países Árabes (ASPA) convocada en Brasilia en 2005 para promover el intercambio comercial y político, así como la cooperación técnica y científica entre los países de la UNASUR y de la Liga Árabe50.

Los Gobiernos progresistas expresaron su apoyo a la causa palestina en distinto grado. En la segunda década del siglo, 16 países latinoamericanos habían reconocido al Estado palestino,51 y varios de ellos abrieron embajadas u oficinas diplomáticas en Ramala. Sin embargo, estos acercamientos a Palestina se dieron con un cuidado por expandir también las relaciones con Israel, buscando siempre la ‘equidistancia’. Por ejemplo, en 2007 los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), tres de ellos con Gobiernos progresistas, firmaron un tratado de libre comercio con Israel. Dieciocho años después y con el genocidio en curso, ni Gobiernos ni movimientos sociales de la región han impulsado la suspensión del acuerdo. 

Brasil es un ejemplo elocuente: los Gobiernos del PT, mientras intensificaban la diplomacia y la cooperación económica con Palestina (unos 30 millones de dólares entre 2006 y 2012), también aumentaron la compra de armas a Israel. Desde 2000, las empresas militares israelíes comenzaron a convertirse en proveedoras fundamentales de la policía y las fuerzas armadas brasileñas, con Elbit Systems a la cabeza. A partir de 2010, la compra de drones israelíes se utilizó para la militarización de las favelas brasileñas y durante la Copa Mundial de Fútbol de 201652. Eso no impidió que en 2015 la presidenta Dilma Rousseff rechazara a Dani Dayan (líder del movimiento de colonos en Cisjordania) como embajador en Brasil. 

Estas contradicciones se vieron en las anteriores ofensivas israelíes sobre Gaza: en 2009, durante la operación Plomo Fundido, solo la Bolivia de Morales y la Venezuela de Chávez rompieron relaciones con Israel. En 2014, durante la más cruenta operación Margen Protector, si bien algunos Gobiernos de Abya Yala alzaron sus voces de condena un poco más fuertes que los europeos, y cinco de ellos retiraron temporalmente a sus embajadores de Tel Aviv (Brasil, Chile, Perú, Ecuador y El Salvador), ninguno rompió relaciones con Israel. 

Entre las décadas de 2010 y 2020, los sectores conservadores volvieron al poder en varios países de Abya Yala. Esto frenó o hizo retroceder el compromiso con la causa palestina. La era de Bolsonaro en Brasil es el mejor ejemplo de ese retroceso: tras llegar al poder con el apoyo de los sectores evangélicos sionistas nucleados en la “bancada de la Biblia” del Congreso, Bolsonaro se alineó con Estados Unidos y ratificó el reconocimiento de Trump a Jerusalén como capital de Israel (aunque por presiones de los países árabes, que son importantes socios comerciales de Brasil, no concretó el anunciado traslado de la embajada). En los primeros meses de su Gobierno firmó seis acuerdos con Israel sobre seguridad pública, defensa, ciencia y tecnología. En 2017, Netanyahu se convirtió en el primer jefe de Gobierno israelí en visitar la región: Argentina  Colombia y México (bajo los Gobiernos derechistas de M. Macri, J.M. Santos y E. Peña Nieto respectivamente); y en 2019 fue el primero en visitar el Brasil de Bolsonaro.53  

Paradójicamente, la segunda década del siglo también estuvo marcada por el desarrollo del movimiento BDS en Abya Yala. Se logró impulsar campañas exitosas de boicot deportivo y cultural para evitar el viaje de futbolistas y artistas a Israel (en Argentina, Brasil y Uruguay), campañas de boicot académico (en Argentina, Brasil y Colombia), contra la penetración de la empresa Mekorot (Argentina, Brasil), contra la multinacional mexicana CEMEX (Colombia, México), contra ISDS y Elbit (Brasil). La campaña Espacios Libres de Apartheid y la celebración anual de la Semana contra el Apartheid Israelí crecieron en varios países de la región. El movimiento realizó dos encuentros regionales (Santiago de Chile, 2017 y Rio de Janeiro, 2018), una gira política de Roger Waters por varios países (2018), el informe sobre el militarismo israelí en Abya Yala (2018), y siguió buscando articular las campañas de BDS con las luchas de movimientos  antirracistas, sindicales, ambientalistas e indígenas del continente54   

No obstante, en la segunda década del siglo el campo pro Palestina no tuvo capacidad de resistir los avances del lobby sionista ni de responder con contundencia a otras calamidades de esos años, como los reiterados asaltos a las Flotillas de la Libertad a partir de 2010, la escalada mortífera de 2015 en Cisjordania y Al Quds (durante la llamada Intifada de los cuchillos), las masacres de la Gran Marcha del Retorno en Gaza (2018-2019), los anuncios de anexión y los Acuerdos de Abrahán (2020), y tampoco la agresión de 2021 a Gaza en respuesta a la Intifada de la Unidad.

Tampoco se avanzó en la legitimidad de la causa palestina y la deslegitimación de Israel tras los informes sobre el apartheid israelí que se sucedieron a partir de 2021: los de B’Tselem, Human Rights Watch, Amnistía Internacional y muchos más. De hecho, en Abya Yala –como en el resto del mundo– la visibilidad y el interés por la lucha palestina estaban en un punto muy bajo antes del 7 de octubre de 2023. Una vez más, el mensaje que el mundo le da al pueblo palestino es que solo lo toma en serio cuando empuña las armas o cuando el régimen israelí lo asesina de a miles.

Illustration by Fourate Chahal El Rekaby

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¿Cuánto nos cambió el genocidio?

A más de dos años de genocidio televisado, solo los Gobiernos de Bolivia, Colombia, Nicaragua y Belice cortaron relaciones diplomáticas con Israel55; Chile cortó relaciones militares y Colombia suspendió la venta de carbón.56 El resto no pasa del plano declarativo, igual que los Gobiernos occidentales; y como ellos, siguen repitiendo el mantra de “los dos Estados”, como si se tratara de una fórmula mágica que pondrá fin a todos los problemas. Parecen ignorar que 145 países de la ONU ya han reconocido al Estado palestino sin que nada cambie; y que solo el aislamiento internacional y las sanciones pueden obligar a Israel a poner fin a la ocupación colonial y hacer posible la verdadera autodeterminación de Palestina. 

No obstante, es indiscutible que desde el 7 de octubre de 2023 algunos Gobiernos latinoamericanos han dado pasos en la dirección correcta –aunque insuficientes–. Seis países de la región ya se sumaron formalmente a la demanda por genocidio presentada por Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ): Nicaragua, Cuba, Colombia, México, Chile y Brasil. Además, de los ocho países que conforman el Grupo de La Haya, la mitad son latinoamericanos: Cuba, Honduras, Bolivia y Colombia.57 Impulsado por la Internacional Progresista, el Grupo fue creado en enero de 2025 para trabajar por el cumplimiento de los mandatos de la Corte Penal Internacional, de la CIJ (en particular la Opinión Consultiva del 19.7.24) y de la AGNU (A/RES/ES-10/24, 18.9.24), que ordenan a los Estados miembros tomar medidas efectivas para acabar con la impunidad de Israel. 

En julio de 2025 el Grupo reunió a 30 países en una Conferencia Ministerial de Emergencia auspiciada por sus copresidentes Sudáfrica y Colombia. El encuentro culminó con la Declaración de Bogotá, mediante la cual 13 países (5 de ellos de Abya Yala58) se comprometieron a adoptar seis medidas para impedir el suministro y transporte de armas, iniciar una revisión urgente de los contratos públicos con Israel e impulsar su rendición de cuentas aplicando la jurisdicción universal y el derecho internacional59. 

En Abya Yala, igual que en el resto del mundo, el interés y la simpatía popular por la causa palestina crecieron enormemente desde el 7 de octubre de 2023. Las marchas, movilizaciones, performances, charlas informativas y campañas se multiplicaron en todas partes. En todos los territorios la solidaridad histórica se enriqueció con la aparición de nuevos colectivos, redes e iniciativas encabezadas sobre todo por jóvenes.60 Un ejemplo significativo es el surgimiento de nuevos colectivos judíos antisionistas.61 También los movimientos indígenas de Abya Yala abrazaron la causa palestina y la denuncia del genocidio.62

Una iniciativa potente fue la Acción Global Feminista por Palestina, por la cual organizaciones y colectivas feministas –respondiendo al llamado de sus pares palestinas– acordaron poner el genocidio y la resistencia de las palestinas en el centro de las movilizaciones del 25 de noviembre (Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres) de 2023 bajo la consigna: “Desde Abya Yala a Palestina: resistencia feminista”. Articulándose a través de redes y grupos virtuales se acordó un Manifiesto que se leyó en las marchas multitudinarias de toda la región. Si bien fue difícil sostener esa articulación, la lucha contra el genocidio y por Palestina llegó al espacio feminista y de disidencias sexuales para quedarse. Eso pudo verse en las marchas y actividades del 8 de Marzo, así como del Orgullo63. 

En efecto, los intentos de la propaganda sionista de penetrar los espacios feministas y de diversidad sexual con el discurso sobre la amenaza del islamismo patriarcal y homofóbico, o las falacias sobre la violencia sexual usada como arma de guerra el 7 de octubre de 2023, no tuvieron éxito. Más aún, estos intentos de cooptación permitieron iniciar reflexiones sobre la incompatibilidad entre feminismo y sionismo, o entre quienes dicen defender los derechos de las disidencias sexuales mientras cometen, justifican o niegan el apartheid y el genocidio. 

Por contraste con la movilización de base creativa y constante, las respuestas más orgánicas e institucionales no han estado a la altura de la situación; los gremios de la salud, de la educación y del periodismo se pronunciaron poco y tarde contra la masacre de sus colegas gazatíes. Las centrales sindicales de los países del Mercosur, por ejemplo, condenaron el genocidio, pero sus respuestas han sido tibias y no fueron acompañadas de iniciativas para suspender el tratado de libre comercio del bloque regional con Israel y cortar los lazos de complicidad de Gobiernos, empresas e instituciones, ni han estrechado relaciones de solidaridad con los sindicatos palestinos. Como señaló el activista español Santiago González Vallejo, la tónica ha sido la abundancia de expresiones de solidaridad y la ausencia de acciones efectivas contra Israel.

Aun así, tras más de dos años de movilización, la exigencia de ruptura de relaciones diplomáticas, comerciales y militares con Israel sigue ganando consenso y es un clamor creciente en la región. Esto coincide con un crecimiento significativo del movimiento palestino y global de BDS, que en julio cumplió 20 años. Sus reclamos históricos han ganado legitimidad gracias a las resoluciones de la CIJ, la AGNU, los mecanismos especiales del Consejo de Derechos Humanos (bajo el liderazgo de la Relatora Especial Francesca Albanese) y los informes sobre el genocidio de la Comisión Internacional Independiente de Investigación y de organizaciones como Amnistía Internacional, Human Rights Watch y B’Tselem, entre otras.

En una docena de países de Abya Yala existen grupos de BDS articulados en torno a distintas campañas e iniciativas. En Colombia, el colectivo Tadamun Antimili ha logrado avances significativos que se vieron potenciados por la Asamblea de BDS realizada cuando el Grupo de La Haya se reunió en Bogotá y el llamado amplio de los movimientos sociales colombianos a sumarse al BDS. En Brasil han sabido vincular la causa palestina con movimientos campesinos, antirracistas y favelados que luchan contra la violencia estatal, y juntos ejercer presión para que el Gobierno de Lula corte relaciones diplomáticas, comerciales y militares con Israel. En 2024, BDS Brasil y sus aliados lograron que el Gobierno cancelara la compra de obuses Atmos 2000 a la empresa militar israelí Elbit Systems.

La respuesta del mundo académico en rechazo al academicidio de Gaza ha sido despareja en los distintos territorios. En Bolivia, Chile, Brasil, Colombia, Puerto Rico y México hubo acampadas estudiantiles para terminar con la complicidad de las universidades con Israel; el colectivo mexicano Académicxs con Palestina ha impulsado iniciativas en la línea del boicot académico; el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y El Colegio de México cortaron vínculos con las universidades israelíes64. En Brasil, la Universidad Estatal de Campinas (UNICAMP), la Universidad Federal Fluminense (UFF), la Universidad Federal de Ceará (UFC) y la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS) cancelaron todos sus acuerdos con universidades israelíes65En Uruguay, la Universidad de la República (UdelaR) pidió al Gobierno que clausure una Oficina de Innovación en la Universidad Hebrea de Jerusalén y anunció que no participará en ningún proyecto vinculado a ella. Y la central única de trabajadores/as respaldó la resolución de la UdelaR66. 

El Grupo de Trabajo Palestina-América Latina del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) se creó en 2019 “para dar mayor visibilidad a la cuestión palestina y a las formas de resistencia en común con otros pueblos a través de la investigación y los aportes conceptuales”. Ha publicado la revista Al Zeytun y algunos dossiers especializados, además de incluir la cuestión palestina en algunos de sus cursos regulares, como el de Epistemologías del Sur. En estos dos años ha funcionado más como un espacio de intercambio de información sobre las actividades y publicaciones de sus integrantes, pero no tanto como un ámbito de articulación estratégica para impulsar el boicot académico en la región. En el marco de la X Conferencia de CLACSO (junio 2025, Bogotá), el Grupo organizó el foro “Palestina, la causa del Sur Global” que incluyó tres paneles temáticos.

Por último, si bien desde Abya Yala se acompañó la peripecia de la Flotilla Global Sumud, la participación en la iniciativa fue limitada por razones económicas y de distancia geográfica. Solo algunos países pudieron enviar delegaciones significativas (México, Brasil, Argentina); otros (Uruguay, Chile, Colombia) estuvieron representados por activistas que viven o estaban en Europa.

Illustration by Fourate Chahal El Rekaby

Illustration by Fourate Chahal El Rekaby

Desafíos pendientes (y urgentes)

Hasta el 6 de octubre de 2023, la causa palestina parecía relegada a los márgenes e incluso al olvido en Abya Yala y en el mundo. Un ejemplo de ello es que el 15 de mayo la conmemoración de los 75 años de la Nakba pasó casi desapercibida. Pero todo cambió unos meses después, cuando la resistencia palestina rompió el cerco de la prisión de Gaza para recordarnos que la falsa pacificación que el imperio propone para la región de Asia Occidental nunca será viable ignorando al pueblo palestino. La indómita Gaza, que siempre ha sido la cuna de la rebelión palestina, está pagando un precio demasiado alto para escribir el capítulo más dramático pero quizás decisivo de su lucha de liberación. 

El proyecto sionista de exterminio nunca estuvo tan cerca de realizarse.67 Pero a la vez, en más de un siglo de resistencia la causa palestina nunca recibió un apoyo mundial de tal magnitud, sostenido durante dos años por la indignación colectiva ante la complicidad de los poderosos con el genocidio. También en Abya Yala; aunque este impulso de solidaridad popular coincide con una época de fragmentación y desunión en la región (en comparación con la era de la UNASUR), donde la lucha antiimperialista y pro Palestina se ve afectada por los avatares y vaivenes electorales, el avance de las derechas y el nuevo intervencionismo de la segunda era Trump.

Los pueblos, y especialmente los del Sur global, tenemos el desafío de ir más allá del “consenso de la ONU” que es producto del sistema mundial creado en 1945 y hoy está sumido en su peor crisis de legitimidad por el genocidio de Gaza. Esto no significa de modo alguno desestimar la arquitectura del Derecho Internacional, sino al contrario: defenderla porque es fuente de legitimidad moral y legal para reivindicar los derechos del pueblo palestino y de todos los pueblos oprimidos.68 Pero implica reconocer que ese “consenso de la ONU” es un corsé que impide ver la realidad tal cual es y ser capaz de imaginar opciones más justas, realistas y creativas, incluso más allá del modelo occidental del Estado-Nación. 

En Abya Yala, esto implica abordar una serie de desafíos; intentaré esbozar algunos, reconociendo la diversidad de sujetos y responsabilidades en juego.


Salir de la trampa epistémica

Las resoluciones 181 (1947) y 242 (1967) de la ONU, así como el paradigma de Oslo, interpretan la cuestión palestina como un conflicto entre dos pueblos. No obstante, como señala el historiador Jorge Ramos Tolosa,69 hay una tendencia cada vez más extendida a analizar la cuestión palestina como un típico caso de colonialismo de asentamiento o de poblamiento (settler colonialism), cuya premisa es la eliminación de la población nativa. Ello es clave para entender que el origen del problema está en el sionismo como ideología y proyecto político colonialista, racista y supremacista, surgido en Europa a fines del siglo XIX al calor de los proyectos nacionalistas de la época plasmados en los modernos Estados-nación. 

¿En qué proceso de descolonización o liberación del último siglo (Argelia, Vietnam, Angola, Mozambique, Sudáfrica) se planteó la división del territorio para darle una parte –la mayor parte– a los colonizadores y otra a los nativos colonizados? Si los Estados no pueden o no quieren ir más allá del modelo de la partición y sus injustas e ilegítimas “fronteras del ‘67”70, los pueblos del Sur estamos llamados a luchar junto al pueblo palestino por la liberación de toda Palestina y del conjunto de su población, no solo los cinco millones y medio que viven en los territorios ocupados en 1967 (Cisjordania, Gaza, Jerusalén), sino también los casi dos millones que viven bajo el apartheid en los “territorios del ‘48”, y en especial los seis o siete millones de personas que constituyen la mitad del pueblo palestino y viven miserablemente y sin derechos en los campos de refugiados de los países vecinos o exiliadas en todo el mundo. Se trata de cuatro generaciones palestinas cuyo derecho al retorno está siendo violado desde 1948 y ha sido soslayado en todas las negociaciones basadas en el esquema de Oslo, hasta hoy. 

Esto supone también entender que el reconocimiento del Estado palestino sin la liberación de su pueblo es una ilusión. Supone, en definitiva, recuperar el paradigma que nunca debimos perder de vista: el de la descolonización de Palestina y el desmantelamiento del régimen de apartheid; o, como dice Hamza Hamouchene, “pasar la antorcha de la lucha anticolonial”. Superar el paradigma de Oslo supone reafirmar que la causa palestina es una lucha de liberación nacional, antiimperialista y antifascista; y supone conectar su lucha con las luchas indígenas, antirracistas y anticoloniales de Abya Yala, como es el caso de la lucha del pueblo haitiano. 

Palestina en la educación formal y popular 

La enorme avidez que ha surgido en Abya Yala por conocer la cuestión palestina plantea nuevos desafíos no solo para producir sino –sobre todo– para socializar y democratizar el conocimiento. Es necesario aprovechar el interés y ampliar los espacios que se han abierto en la sociedad civil y en la enseñanza formal. También a nivel universitario, donde existe una realidad muy diversa respecto a los estudios sobre Palestina y la región del Levante o Asia Occidental71 

Una experiencia que podría servir de modelo es la de las cátedras libres de Estudios Palestinos Edward Said que existen en varias universidades de Argentina.72 Al depender de la Secretaría de Extensión de una facultad (en general la de Filosofía y Letras), estas cátedras combinan la investigación y la docencia académicas con la divulgación hacia la comunidad, mediante cursos presenciales o virtuales en centros de formación docente y organizaciones sociales. La larga experiencia de estas cátedras podría ser aprovechada para capacitar a docentes e instituciones secundarias y terciarias de otros lugares que carecen de esa formación especializada. 

Otro desafío siempre presente es poner en diálogo los estudios sobre Palestina con los estudios decoloniales, los estudios indígenas y los estudios críticos sobre racismo. Como señaló Gabriel Sivinian, coordinador de la Cátedra Edward Said de la Universidad de Buenos Aires (UBA), los estudios poscoloniales y decoloniales deberían tomar la cuestión de Palestina con carácter central, dado que ese campo de estudio se inspira en gran parte en el trabajo de Edward Said: «Es una operación epistémica un tanto peculiar tomar a Said y no tomar la cuestión de Palestina. Sin embargo, aunque algunos intelectuales decoloniales han escrito sobre ello, en términos generales no es la regla.»73

Superar la maldición de Babel

La barrera del idioma nos separa tanto como la geografía, pues Abya Yala no es una región anglófona ni arabohablante. Debemos reconocer que la mayor parte del trabajo palestino de incidencia y construcción de redes fuera del mundo árabe se ha enfocado en Europa, América del Norte y el Sur anglófono, pero no ha priorizado desarrollar relaciones con Abya Yala (con excepciones como Stop the Wall, el movimiento BDS o recientemente el Palestine Institute for Public Diplomacy). Por eso sería importante realizar inversiones y esfuerzos sostenidos de traducción (con apoyo financiero del Norte), tanto desde Abya Yala como desde Palestina. 

Esta barrera es también de conocimiento y tiene muchas facetas; superarla permitiría, entre otras cosas:

- mantener un diálogo directo y fluido entre activistas de Abya Yala y de Palestina mediante intercambios virtuales o presenciales, tanto para conocer las respectivas realidades como las experiencias comunes74;

- acceder a abundantes recursos de información y análisis de calidad sobre la cuestión palestina que solo están disponibles en inglés (o árabe)75; y también poder conocer las voces críticas e interpelantes de la nueva generación palestina, que suele escribir en inglés, pero muy poco se traduce al castellano o el portugués76
- ampliar el horizonte hacia redes de solidaridad e interconexión global que permitan un verdadero intercambio y aprendizaje mutuo de saberes, prácticas, experiencias y reflexiones para construir una solidaridad Sur-Sur que no esté mediada por el Norte77.

Poner los pies en la tierra (palestina)

Quienes hemos vivido la experiencia tenemos la convicción de que el conocimiento de primera mano de la realidad palestina, y el encuentro con su gente en su propia tierra, no se sustituye con lecturas, estudio, documentales y otras fuentes de información. Sabemos lo que este desafío supone en esta parte del mundo, donde no existen subvenciones ni mucha capacidad de ahorro, y las personas activistas –a diferencia del hemisferio Norte– trabajamos por distintas causas en forma enteramente voluntaria, a menudo enfrentando la precariedad y el multiempleo78. 

Por eso es necesario buscar formas colectivas y solidarias de viajar a Palestina. Una prueba de que es posible es la larga tradición que existe en Abya Yala de brigadas de solidaridad a Cuba, Nicaragua, Chiapas y otros lugares para apoyar en la cosecha de caña, café o naranjas, o para ofrecer acompañamiento internacional en comunidades amenazadas por la militarización. Activistas de Abya Yala podrían sumarse a las brigadas solidarias que cada año llegan de todas partes a Palestina para apoyar en la cosecha de olivo, dado que se trata de un período crítico para el sustento de las familias y comunidades, y por eso los colonos intensifican todas las formas de violencia sobre ellas.

Los encuentros con la realidad palestina pueden darse de distintas formas: 
- delegaciones para conocer y apoyar proyectos en las comunidades, incluida la cosecha o plantación de olivos (como han hecho el MST de Brasil o Amigos de la Tierra);
- estadías prolongadas, participando en programas de acompañamiento internacional en las comunidades más amenazadas por la violencia de soldados y colonos israelíes;
- diversas modalidades de intercambio y aprendizaje mutuo, como residencias artísticas o pasantías en instituciones culturales, académicas o de derechos humanos, cooperación técnica en comunidades vulneradas, voluntariado en campos de refugiados, etc. 

Conocer más para entender mejor la política palestina

En una coyuntura como la actual, en que la cuestión de la representatividad y la legitimidad están más cuestionadas que nunca en Palestina79, es imprescindible analizar críticamente las relaciones con los distintos actores políticos palestinos, más allá de las embajadas de la AP. Es necesario informarse sobre la historia del proceso político palestino, sus diferentes períodos, actores y posicionamientos, especialmente antes y después de Oslo y la creación de la AP. Igualmente importante es analizar las encuestas de opinión de la sociedad palestina para conocer la evolución de sus preferencias políticas y la legitimidad de cada actor, en una sociedad que lleva 20 años sin celebrar elecciones. Y no debemos olvidar que la representatividad oficial otorgada por la comunidad internacional a la AP de Abbas es resultado de que las potencias occidentales se negaron a reconocer la victoria electoral de Hamás en 2006.

Es necesario también insistir en la diferencia entre terrorismo y resistencia, combatir la estigmatización y educar a la opinión pública sobre el legítimo derecho del pueblo palestino –reconocido por la propia AGNU80a defenderse y resistir por todos los medios posibles  (incluyendo las armas) la dominación colonial y el apartheid, y luchar por su autodeterminación.

Por todo ello, es necesario ampliar la interlocución con una pluralidad de voces de la sociedad palestina: partidos de izquierda, sindicatos, grupos de derechos humanos, organizaciones rurales, feministas, ecologistas, queer, periodistas, artistas, intelectuales, y en particular la juventud, que suele ser independiente de las afiliaciones tradicionales y tiene otras formas de hacer política. 

Reconocer la “santidad” de la Tierra

Este título deliberadamente provocador es una invitación a superar el prejuicio antirreligioso –dominante en gran parte de la izquierda agnóstica ligada a la causa palestina– que impide comprender la espiritualidad arraigada en la mayor parte del pueblo palestino. Esto no implica interpretar erróneamente la cuestión palestina como un conflicto de raíz religiosa. Pero no se puede ignorar el peso de los aspectos subjetivos en esa tierra considerada sagrada por las tres religiones monoteístas. Una simple recorrida por la Ciudad Vieja de Al Quds permite percibirlo. ¿De qué otra manera podemos entender el poderoso valor simbólico que tiene el complejo de Haram al-Sharif (la Explanada de las Mezquitas) para el pueblo palestino, que provoca intifadas y lanzamientos de cohetes desde Gaza cuando es ultrajado?

Atender a la dimensión religiosa también ayuda a comprender la ideología mesiánica del movimiento de colonos fanáticos que hoy detentan el poder, lo que les impulsa a querer construir el Tercer Templo sobre las ruinas de la mezquita de Al Aqsa, así como sus motivaciones ideológicas para apropiarse de la parte más ‘sagrada’ del territorio palestino: Cisjordania, a la que llaman por el nombre bíblico de “Judea y Samaria”. 

Tampoco alcanza con decir que el proyecto sionista ha instrumentalizado la religión para justificar su conquista y apropiación de Palestina. No alcanza porque la dimensión religiosa está presente en la vida cotidiana del pueblo palestino, en su cosmovisión, en su inexplicable resiliencia, en la motivación de su lucha y en su certeza de la victoria final. Cuántas veces, ante la demolición de sus casas, la destrucción de sus olivos, la matanza de sus ovejas y cabras, la ejecución o la prisión de sus seres queridos, al preguntarles de dónde sacan la fuerza para resistir, nos han respondido, elevando la vista y la mano: “De Allah.” 

La fe está en la raíz de su esperanza tenaz y en la esencia de eso tan difícil de traducir que es el espíritu de sumud; es lo que explica su paciencia ancestral y su resistencia de un siglo al sionismo. ¿Cómo podemos entender estos 26 meses en Gaza sin esa fuerza interior? ¿Cómo leer los testamentos de periodistas como Hossam Shabat o Anas Al-Shariff? ¿Qué fuerza interior moviliza en un pueblo la certeza del martirio como semilla de liberación?81 

El rechazo a considerar la dimensión religiosa tiene otras consecuencias. Una de ellas es el prejuicio hacia la resistencia islamista –que suele ir de la mano de la islamofobia–, un tema que en estos dos años ha dividido a las izquierdas de Occidente y ha generado debates acalorados (debates en buena medida estériles si se tiene en cuenta que en Gaza todas las facciones armadas, desde las islamistas hasta las marxistas, coordinan su accionar en la “Sala de operaciones conjuntas de la Resistencia”). Esa rigidez ideológica impide escuchar a los mismos intelectuales palestinos82 cuando explican que el clivaje fundamental no es entre seculares o religiosos, izquierda o derecha, conservadores o progresistas, sino entre quienes resisten y quienes colaboran. Y que en Palestina la gente apoya a los que resisten, ya sean nacionalistas, marxistas o islamistas83.

La ausencia de la dimensión religiosa en la mayoría de los trabajos y publicaciones que circulan en Abya Yala ha tenido otra consecuencia negativa para la causa palestina: en esta región donde la cultura cristiana es predominante, no se conoce la existencia de las personas y comunidades cristianas autóctonas que son una parte integral del pueblo palestino, que han jugado papeles destacados en la resistencia de un siglo al proyecto sionista y que conviven pacíficamente con la mayoría musulmana84. Se trata de un actor incómodo porque desmiente el discurso sionista según el cual Israel defiende la civilización judeocristiana occidental contra el Islam violento; porque interpela duramente a las iglesias occidentales por su silencio o complicidad con Israel; porque denuncia al sionismo cristiano como “teología del imperio”85 y le contrapone su teología de la liberación y decolonial basada en dos claves hermenéuticas: la tierra y su pueblo originario86. 

Abrazar el camino del boicot, la desinversión y las sanciones

En 2017 Omar Barghouti dijo en Madrid ante un grupo de activistas: “No tenemos más tiempo para la solidaridad simbólica”. A ocho años, dos de ellos de genocidio acelerado, es aún más urgente dar el salto cualitativo hacia la solidaridad efectiva: solo los boicots, las desinversiones, las sanciones y el aislamiento internacional harán que el precio de mantener el statu quo se vuelva insostenible para el régimen israelí. Esto implica llevar adelante campañas de BDS en múltiples frentes y conectarse a nivel regional e internacional para ejercer una presión sostenida y eficaz.  

Optar por este camino supone enterrar definitivamente el paradigma falaz del “proceso de paz”. No es posible negociar con Israel –al menos en las condiciones actuales–; no solo por la enorme asimetría de poder, sino porque su largo historial ha demostrado que no negocia de buena fe, asesina a los negociadores palestinos, no está dispuesto a ceder nada y no cumple los acuerdos87. El “Estado judío” no va a permitir la existencia de un supuesto “Estado palestino” en ninguna parte de “Eretz Israelsi no es obligado a ello. Y si el actual Gobierno fascista fuera sustituido por uno más moderado, lo único que cambiaría serían las apariencias.88 Por eso el camino para la solidaridad organizada es el de Sudáfrica: sin las sanciones masivas, la presión y el aislamiento internacional que lo convirtieron en un Estado paria, el régimen racista no habría aceptado la liberación de Mandela y el desmantelamiento del apartheid.

Lo que señala Andressa Soares respecto a Brasil vale para el trabajo de solidaridad y BDS en toda Abya Yala: «El camino a seguir requiere una mayor organización interseccional; el trabajo constante con los sindicatos, movimientos estudiantiles y grupos ambientalistas y de defensa del territorio; la presión constante sobre el Gobierno; una mayor coordinación regional; y una estrategia de educación pública que desmantele la propaganda israelí.»89

Illustration by Fourate Chahal El Rekaby

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La historia no ha terminado

Es difícil cerrar este trabajo en el momento de mayor incertidumbre para la causa palestina tras la nueva traición de la llamada “comunidad internacional” que implica el aval de la ONU al plan imperial-colonial de Estados Unidos e Israel para Gaza. Una vez más el pueblo palestino ha comprobado que su liberación y su autodeterminación no vendrán de este sistema internacional decadente y cada vez más ilegítimo. En cambio, sabe que la justicia, la razón y la historia siguen estando de su lado, mientras que el proyecto sionista no tiene futuro. Y, sobre todo, ha aprendido en estos dos últimos años que también los pueblos del mundo entero estamos con él. 

Cualquier análisis o pronóstico que no tenga en cuenta ese factor, así como las enormes reservas morales y espirituales que ha demostrado tener este pueblo para resistir durante más de un siglo un proyecto colonial y genocida, estará equivocado. Quienes hemos conocido de cerca su espíritu inquebrantable a pesar de las reiteradas traiciones, hemos mirado a los ojos a su gente, la hemos escuchado y hemos reído con ella tomando té con maramiya bajo los olivos o junto a los escombros de sus casas destruidas, sabemos que este pueblo es invencible, que nunca dejará de resistir ni levantará la bandera blanca, y que perder la esperanza es un lujo que no puede darse. Lo que necesita de nosotros, los pueblos del mundo, es el compromiso de que nunca le abandonaremos: estaremos a su lado hasta que Palestina sea libre. 

Dejemos que dos voces jóvenes palestinas lo digan con sus propias palabras.

Qassam Muaddi (periodista y escritor, Ramala): «Así que cómo se termina esto va a depender del resto del mundo. ¿Hasta qué punto los poderosos en Occidente van a aferrarse a este proyecto colonial sionista? ¿Hasta qué punto van a empeñarse en que el pueblo palestino no tiene ningún lugar en el mundo? Palestina será libre, pero ¿cuándo? (…) ¿Mi generación o la próxima tendremos que ver más sufrimiento y más sangre antes de que llegue? Eso también depende del resto del mundo y no solo de nosotros, que lo hemos dado todo. (…) Espero que la conciencia que fue demostrada en las calles sea verdadera, y que los pueblos no se dejen engañar como pasó en Oslo. Espero que la solidaridad que irrumpió en el mundo sea irreversible, y que el cambio que comenzó a raíz de este genocidio no pare. No por Palestina solamente, sino por la humanidad. Y de eso dependerá qué clase de mundo será el del resto de este siglo y del próximo.»90.

Israa Mansour (escritora y estudiante, Gaza): «Somos hijas e hijos de esta tierra; aprendimos que resistir no es una opción, sino un destino. (…) La esperanza en Gaza no es una elección, es lo que nos mantiene con vida cada día. Es creer que esta tierra, a pesar de toda la destrucción, florecerá un día. Que los aviones se irán, que el sonido de las explosiones será solo un recuerdo lejano que contaremos a nuestros nietos como una historia de resistencia. (…) Gaza permanecerá, aunque todas sus casas se conviertan en escombros. Permanecerá en nuestros corazones, en nuestra sangre, en cada palabra que hemos escrito. No fuimos creados para ser vencidas; fuimos creados para ser el testigo eterno de que el ser humano es más fuerte que la guerra. Cierra ahora esta página, pero recuerda: la historia aún no ha terminado91