a) Colonialismo y desarrollo desigual
Desde la era colonial, Sudán se ha caracterizado por una profunda desigualdad en materia de desarrollo, vinculada con la diversidad cultural del país. Esa diversidad ocasionó la separación de las regiones del norte de las del sur del país, incluidas las zonas de Darfur, Kordofán y Nilo Azul,5 de conformidad con la ley de «distritos cerrados». Hasta 1946, esta ley excluyó a grandes zonas y grupos de población diversos del desarrollo socioeconómico del resto del país hasta 1946. En 1955, justo antes de la declaración de la independencia, estalló la guerra entre el sur y el norte de Sudán. La gran desigualdad en materia de desarrollo en todo el país y el monopolio de poder del norte fueron algunas de las causas principales del conflicto.
Las políticas coloniales no se detuvieron después de la independencia. El conflicto se agravó y dejó de ser un conflicto en el que la participación del Gobierno había sido limitada, para convertirse en uno de carácter explícitamente religioso tras el primer golpe militar en 1958.6 Este régimen alcanzó su punto culminante durante el «gobierno de salvación»7 militar que gobernó el país entre 1989 y 2019. Durante este periodo, los dirigentes militares del país introdujeron lo que a nivel local se conoce como el «Triángulo de Hamdi», que abarca zonas de Dunqulah, al-Abyad y Sennar, el núcleo de sus políticas de desarrollo. Como consecuencia de estas políticas, el desarrollo se concentró en una zona geográficamente limitada que, por un lado, es culturalmente homogénea y, por otro, facilitó la formación de una alianza árabe/islámica que tenía la finalidad de sentar las bases de un Estado homogéneo capaz de funcionar de manera eficaz incluso después de las divisiones geográficas. Por consiguiente, el Gobierno utilizaba estas políticas como forma de encubrimiento ideológico sobre la base de la marginación del desarrollo, mientras Sudán atravesaba divisiones culturales y religiosas.8 Durante este periodo la energía fue uno de los servicios más importantes que brindaba el Estado y, por lo tanto, era inherentemente político, ya que servía para perpetuar el poder de las autoridades militares del país.
Los proyectos de represas hidroeléctricas en Sudán son otro legado colonial que sigue afectando al sector de la energía. Un pantallazo a la historia de la construcción de represas permite constatar su vínculo con el colonialismo anglo-egipcio en Sudán. Por ejemplo, los estudios de la Segunda Catarata del Nilo comenzaron en 1897, es decir, antes de que los colonos británicos ingresaran a Jártum. Ello pone de manifiesto la posición central de la estrategia de poder colonial de controlar las aguas del Nilo. Desde la fase inicial del colonialismo se llevaron a cabo estudios preparatorios sobre las cataratas y en 1904 se elaboró una estrategia detallada. Estos estudios se llevaron a cabo de conformidad con las prioridades coloniales del momento, que se centraban en almacenar agua para beneficiar a la agricultura en expansión en Egipto y luego en Sudán, a fin de brindar productos agrícolas a bajo precio a los colonizadores.
Se contrató a Sir William Garstin, un científico de renombre que estudió la hidrología del Nilo y tenía una larga trayectoria en India y Egipto, para que investigara las opciones de almacenamiento de agua en el Nilo. Garstin fue la primera persona que conceptualizó la construcción de represas en el río Albert (ubicado en Uganda y que llega a la República Democrática del Congo) y el canal Jonglei en Sudán del Sur. Garstin señaló la necesidad de construir una represa en el río Tana en Etiopía, así como una represa en el río Atbarae en Sudán, para regular el flujo del agua del Nilo. También destacó la posibilidad de beneficiarse de las tierras entre el Nilo Azul y el Nilo Blanco mediante el Proyecto Gezira en Sudán. Para lograrlo, Garstin propuso construir el embalse de Sennar en Sudán. Su informe, publicado en 1904, contenía propuestas diversas, incluida la iniciación de proyectos en Egipto.9 Queda claro, entonces, que el almacenamiento de agua para el beneficio de Egipto fue una de las motivaciones del proyecto colonial británico en Sudán.
El proyecto colonial de expansión agrícola en Egipto consistía en preservar el agua y proteger al país de inundaciones, especialmente después de las ocurridas entre 1945 y 1946.10 Ello figura en el informe de 1946 sobre el mantenimiento del Nilo, que contenía una discusión detallada sobre el almacenamiento de las aguas del Nilo mediante embalses. Además, un informe de 1953 titulado «Control of the Nile Waters» y un informe de 1954 de H. A. Morris, asesor de irrigación del Gobierno sudanés,11 aludían brevemente a la producción de energía posible y prevista para el Nilo. De modo similar, en documentos oficiales de la Unidad de Implementación de Represas de Sudán se aclaraba que, desde la década de 1940, la empresa colonial había formulado planes para preservar el agua para beneficio de Egipto y que la estrategia había cambiado: en vez de construir la represa de Merowe en Sudán, el plan era crear la represa de Asuán como forma de garantizar la presencia de la empresa en territorio egipcio.12 Ese cambio de objetivo de construir represas de la preservación del agua para beneficio de Egipto a la producción de energía comenzó a cristalizarse después del informe de 1983 del Banco Mundial, en el que se detallan las posibilidades de utilizar las represas propuestas para producir energía.13 En ello se basaron los estudios del «Gobierno de salvación» (1989-2019) a partir de entonces, cuando cambió el enfoque de todos sus proyectos para centrarse únicamente en la producción de energía.
La visión general para la explotación óptima de las aguas del Nilo se desarrolló de conformidad con las prioridades de los colonizadores en ese momento, es decir, el almacenamiento del agua para garantizar la expansión agrícola en Egipto, tras el fracaso de todas las medidas adoptadas anteriormente.14 No obstante, los proyectos propuestos más recientemente por Gobiernos nacionales, específicamente los relacionados con represas durante el régimen de Omar Al Bashir, no difieren en gran medida de la visión colonial propuesta en el informe de Garstin.
La principal transformación de estos planes en la segunda mitad del siglo XX fue el cambio del objetivo principal declarado, que pasó de ser la explotación de las aguas del Nilo para su almacenamiento con el fin de expandir la agricultura (para beneficio de Egipto), a la construcción de represas para producir energía y, de ese modo, alcanzar objetivos de desarrollo. Es así que los viejos proyectos coloniales se enmascararon como desarrollo, con la promesa de producir energía. Sin embargo, estas promesas no se cumplirían ni en la teoría ni en la práctica.
En su primera etapa, el periodo del régimen de Al Bashir fue asociado con el aislacionismo y el bloqueo económico, que disminuyeron drásticamente las posibilidades de expandir los servicios. Poco después, a comienzos de la década de 2000, se descubrió petróleo en Sudán y, al mismo tiempo, se firmó un acuerdo político con los principales movimientos y partidos políticos. La combinación de estos acontecimientos brindó una derivación económica que se reflejó en la prestación de servicios diversos, especialmente en el sector de la energía. No obstante, este periodo tuvo sus desafíos políticos, como la gestión de la fase de transición posterior al acuerdo. En aquel entonces, la prioridad del Gobierno era la supervivencia del régimen de Al Bashir y, por añadidura, del sistema del Islam político en Sudán. Ello se vio reflejado en las medidas energéticas del Gobierno, que desempeñaron una función política.
La estrategia de supervivencia quedó patente en el intento del Gobierno de Al Bashir a comienzos del siglo XXI de movilizar redes comunitarias con fines políticos. Esta iniciativa, que fue uno de los mayores proyectos políticos jamás vistos en Sudán, intentó transformar las operaciones de producción y distribución de energía en el centro del país, es decir, el Triángulo de Hamdi. Al ampliar la red de suministro eléctrico que abastece al sector residencial en esta zona, el Gobierno intentó obtener apoyo político. Como parte de esta iniciativa, la represa de Merowe fue publicitada como una salvación que sacaría a Sudán de la oscuridad y lo llevaría hacia la luz y el desarrollo. Al Bashir destacó esto en su discurso de inauguración de la represa: «La represa Merowe es el proyecto del siglo, el proyecto del comienzo del fin de la pobreza y el proyecto del lanzamiento del Gran Estado sudanés».15
El Gobierno de Al Bashir presentó la represa de Merowe como un importante proyecto de desarrollo. De hecho, el propio Al Bashir intentó publicitar el proyecto en la ceremonia de apertura como respuesta al Memorando de la Corte Penal Internacional de 2009. En el mismo discurso de inauguración de la represa, Al Bashir declaró: «Mañana emitirán un fallo y después emitirán un segundo y un tercer fallo, y la gente no les prestará atención. Ellos estarán preocupados con sus fallos y nosotros nos seguiremos desarrollando».16 En el momento, el eslogan de los seguidores de Al Bashir era «la represa es la respuesta».17 Sin embargo, la bruma del discurso desarrollista se disipó rápidamente cuando se pusieron en evidencia las crecientes interrupciones y el aumento de los costos del suministro de electricidad.
Mientras el Gobierno sudanés se centraba en la construcción y las operaciones de comercialización a empresas favorables al Gobierno, los costos de construcción aumentaron como consecuencia de la creciente corrupción y nepotismo, y la falta de supervisión. Ello generó una deuda exorbitante —de 3 000 millones de dólares— relacionada con la construcción de la represa de Merowe, mientras que su capacidad de generación de energía eléctrica disminuyó en comparación con la promesa inicial. Durante su inauguración se había proclamado que la represa produciría 1 250 megavatios; sin embargo, su capacidad real disminuyó a menos de 600 megavatios.18
La falta de transparencia en torno al proyecto de la represa fue un factor decisivo en el aumento de los costos ambientales. El Gobierno asignó los aspectos relacionados con la ingeniería de la obra a Lahmeyer International, una empresa alemana que había estado involucrada en casos de corrupción relacionados con proyectos de agua en las tierras altas de Lesotho en el sur de África,19 como consecuencia de lo cual el Banco Mundial suspendió su relación con la empresa durante siete años. En Sudán, Lahmeyer recibió fondos de partes que prácticamente nunca priorizaban la transparencia. La empresa siguió operando como consultora de ingeniería de otras represas e incluso amplió su trabajo durante el «Gobierno de salvación».20 Durante la construcción de la represa de Merowe, con la orientación de Lahmeyer, se cometieron infracciones de estudios ambientales. Dichos estudios no fueron aprobados para la represa hasta 2007. Un informe sobre la situación ambiental en Sudán, que se publicó después del conflicto armado que tuvo lugar entre 1983 y 2005, dejó en claro que el Gobierno no cumplía sus propias normas legales en el proceso de aprobación de estudios de impacto ambiental.21 El informe describía cómo los estudios que se presentaron a las autoridades sudanesas competentes no habían sido aprobados porque carecían de elementos de integridad básicos. Ello presionó a los financiadores a que dejaran de enviar financiación a proyectos conexos. Como consecuencia, el Gobierno destituyó al ministro y a todos los departamentos involucrados en la aprobación de los informes de impacto ambiental. Estos informes fueron aprobados apenas una semana después de que se nombrara a los nuevos departamentos que sustituyeron a los que habían sido destituidos. Esto demuestra que la represa de Merowe era de enorme importancia. Además, demuestra la falta de atención a los costos sociales y ambientales de la construcción de represas, como las crecientes tasas de evaporación. De hecho, las tasas de evaporación de la represa de Merowe22 son de alrededor de 1 500 millones de metros cúbicos de agua. Ello se suma al aumento general del número de lagos artificiales en Sudán, que tiene impactos evidentes en los índices de producción de cultivos básicos y huertas en zonas del norte. La represa también ha contribuido al desplazamiento de decenas de miles de personas y a la pérdida de sus medios de subsistencia.23
Unos años más tarde, en 2013, se anunció que se había finalizado una operación para aumentar la altura de la represa de Roseires. Esta represa está ubicada en el estado de Nilo Azul, alrededor de 550 km al sureste de Jártum. Posteriormente, en 2017, se finalizaron las represas de Alto Atbara y Setit, en los estados de Kassala y Gadarif, a alrededor de 460 km al este de Jártum. En teoría, estas dos represas producen 280 y 320 megavatios, respectivamente. Se han construido diversos proyectos en Sudán con préstamos del Golfo Pérsico y China. Sin embargo, muchos especialistas han cuestionado la utilidad de esa financiación para proyectos hidroeléctricos. Con respecto a China, se afirma que el país otorga préstamos a Sudán a cambio de que se contrate a empresas públicas chinas para construir represas en Sudán. Con respecto a los países del Golfo, se sostiene que otorgan préstamos a cambio de tierra fértil, como forma de abordar sus propios problemas de inseguridad alimentaria.24
La financiación basada en préstamos es uno de los principales problemas que afrontan los proyectos de producción de energía, especialmente las represas. En lugar de movilizar los recursos de los países anfitriones mediante la financiación generada por una política tributaria progresiva, la creación de sociedades que cotizan en la bolsa y la provisión de oportunidades a la población afectada con el fin de contribuir a proyectos y soluciones que garanticen una amplia participación y beneficios, estos proyectos son financiados mediante préstamos que no solo reducen la soberanía nacional en relación con proyectos estratégicos, sino que además aumentan la carga de la deuda.
Proyectos como la represa de Merowe, el aumento del nivel del embalse de Roseires y la construcción de las represas del Alto Atbara y Setit son ejemplos claros de estas dinámicas. Empresas chinas obtuvieron contratos de construcción para estos proyectos, mientras que Arabia Saudita adquirió más de 420 000 hectáreas de tierra sudanesa por un periodo de 99 años. Esta adquisición de tierra iguala la superficie total del proyecto de Alto Atbara, que se ubica en tierras fértiles que Arabia Saudita desea explotar como parte de un proyecto para brindar seguridad alimentaria a su país.25 Los habitantes de esta zona fueron desplazados forzosamente de sus tierras, por lo cual recibieron una compensación injusta: quienes eran propietarios de menos de 42 000 metros cuadrados de tierras recibían como compensación una parcela de 300 metros cuadrados, y quienes eran propietarios de más de 42 000 metros cuadrados eran compensados mediante dos parcelas residenciales de una superficie total de 600 metros cuadrados.26 Es así que, además de que aproximadamente 700 000 ciudadanos fueron desplazados forzosamente de sus hogares, la población de la zona perdió sus tierras agrícolas y los pastoralistas perdieron los caminos de pastoreo natural utilizados por más de 7 millones de cabezas de ganado.27
La ganancia energética de estos proyectos hidroeléctricos es baja en comparación con sus enormes costos económicos, sociales y ambientales. Estos proyectos han exacerbado el desarrollo desigual, dado que han acarreado la pérdida de los medios tradicionales de subsistencia para una gran porción de la población. Al mismo tiempo, las zonas más cercanas a estas represas, como las localidades de El Buhaira y El Azaza, cerca del embalse de Roseires, y la mayoría de las aldeas en la ribera del río Atbara no tienen electricidad ni acceso habitual a agua. Por lo tanto, estos proyectos hidroeléctricos crean zonas de sacrificio en aras del «desarrollo» y acumulación capitalista en otros espacios. Ello contribuye a reproducir la desigualdad en el desarrollo, profundiza la desigualdad histórica y aumenta el conflicto en diversos grados y formas.
b) Soluciones precipitadas
Además de negar acceso a la red nacional a más del 60 por ciento de la población sudanesa, los aumentos relativamente elevados de los niveles de consumo anual ensancharon la brecha en el suministro nacional. Como consecuencia de ello, el sector de la energía estaba sometido a presiones para brindar más capacidad eléctrica. Estas presiones se abordaron mediante la construcción de nuevas centrales térmicas, que utilizan una gran cantidad de combustibles importados: se añadieron más de 1 500 megavatios térmicos entre 2008 y 2019. En 2017 se estimó que se gastaron 1 300 millones de dólares en combustible, por lo que el apoyo del Gobierno al sector alcanzó el 15 por ciento de los gastos del Estado.28 Estas plantas provocan emisiones considerables, de alrededor de 6,25 millones de toneladas de dióxido de carbono.
La velocidad y el costo inicial relativamente bajo de estas nuevas centrales térmicas, y su contribución a la capacidad eléctrica nacional, han tendido a oscurecer los desafíos operativos considerables que afronta el país, que perdió más del 75 por ciento de sus reservas de petróleo y sus ganancias conexas tras la secesión de Sudán del Sur en 2011. Este acontecimiento hizo que Sudán dependiera más del combustible importado y lo expuso a tipos de cambio inestables y al aumento del índice de inflación. Además de la suba de los precios de la electricidad, la expansión de la producción de energía térmica no tuvo en cuenta el impacto negativo de esta forma de producción, que provoca un aumento considerable de las emisiones de gases de efecto invernadero.
A pesar de la presencia de estos proyectos de energía térmica, las opciones de generación de energía hidroeléctrica siguen siendo una parte central de los planes de suministro de electricidad en Sudán. El régimen de salvación29 expresó en reiteradas ocasiones su intención de construir un grupo de grandes represas en el río Nilo al norte de Jártum, en las zonas de Dal, Kajbar y Al Sheraik, ubicadas en la segunda, tercera y quinta cataratas en el norte de Sudán. Las represas tendrían una capacidad operativa combinada de 990 megavatios. Estas represas se añadirían a los diversos proyectos desarrollados en Daqash, Mukrat, Sheri y Sablouka.30 Sin embargo, estos proyectos afrontan la oposición de las poblaciones locales de estas zonas, que opinan que no serán útiles y que inundarán la mayor parte de los espacios residenciales, agrícolas y arqueológicos desde el norte de Jártum hasta Wadi Halfa. Las poblaciones locales también se oponen a los proyectos debido a sus costos elevados en relación con las escasas ganancias que aportan. La tarea de comercializar proyectos de energía hidroeléctrica como una solución entra en conflicto con la realidad de la construcción de la represa Renaissance de Etiopía, que cambiará la naturaleza del Nilo y ayudará a estabilizar el flujo de agua a lo largo del año. Ello no solo hará que estos proyectos sean técnicamente inútiles, sino que además planteará dificultades que harán que su aplicación sea poco realista.
En resumen, todos estos factores hacen que el plan del sector de la electricidad, que intenta generar un 80 por ciento del suministro eléctrico para 2031, sea un objetivo ambicioso y poco realista.31 Además de la brecha de capacidad disponible, el costo significativo de ampliar las redes de transmisión y distribución implica que un gran segmento de la población actualmente quede sin suministro de electricidad. Ello se debe a que las líneas de suministro eléctrico están concentradas en el centro y el norte del país, que es el centro histórico de poder económico y político de Sudán.
Sudán y otros países de África subsahariana tienen algunas características en común, como la disminución de las tasas de electrificación y la densidad de población, y el hecho de que estos países no han logrado crear industrias y mercados prósperos a partir de alternativas energéticas. Sin embargo, a diferencia de esos países, la situación de Sudán se debe en parte al aislamiento internacional al que se ha sometido al régimen de Al Bashir como consecuencia de las sanciones de Estados Unidos. Por ejemplo, en comparación con Tanzanía,32 que cuenta con 109 plantas solares aisladas, con una capacidad total de 158 megavatios, Sudán tiene tan solo una planta, con una capacidad que no supera los 5 megavatios. La primera iniciativa de energía solar en Sudán data de 2014 y consistió en poner a prueba el modelo de sistemas de energía solar para viviendas, mediante el cual hogares individuales reciben sistemas de energía solar en cuotas, en cooperación con bancos locales. La iniciativa estuvo destinada en un principio a 100 usuarios con una capacidad de 100 vatios por usuario (el objetivo es alcanzar una capacidad total de 110 megavatios para 2031).33 Según el último informe de esta iniciativa, 1 500 hogares se beneficiaban de este servicio en 2018.34
Fue apenas en 2020 que se estableció la primera planta de energía solar de Sudán, en El Fasher, la capital del estado de Darfur del Norte y una de las ciudades más importantes de la región de Darfur.35 Esta central tiene una capacidad de 5 megavatios. Una serie de obstáculos ha impedido la finalización de una planta gemela en la ciudad de El Daein en Darfur, entre los que se incluyen problemas relacionados con financiación, retrasos en la entrega de materiales y equipamiento, y en algunos casos robo de equipamiento. Las dos plantas fueron financiadas por la Empresa Sudanesa de Generación de Energía Hidroeléctrica y Energía Renovable (SHG & REC), y su implementación está a cargo de la empresa privada local Top Gear.36
Mientras que la crisis que afecta actualmente al sector de la electricidad se remonta a la era de Al Bashir y su corrupción, el Gobierno de transición posterior a la revolución de 2018 la agravó, directa e indirectamente. La doctrina neoliberal del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) dictaron todas las reformas macroeconómicas aplicadas por el Gobierno de transición. Abdalla Hamdok, el ex primer ministro que anteriormente había trabajado en la Organización de las Naciones Unidas, no intentó resistir esta ola neoliberal y llegó a argumentar que estas reformas eran requisitos para el alivio de la deuda y para obtener nuevos préstamos y subvenciones.37 Además, la flotación de la libra sudanesa y el retiro de las subvenciones a los productos básicos provocaron que el valor oficial de la libra se desplomara frente al dólar. Su cotización actual es de 570 libras por dólar, frente a 55 libras por dólar en enero de 2021. La flotación de la libra también provocó el aumento masivo de los precios del combustible, de 27 libras a 675 libras por litro.38
Las formas directas en las cuales el Gobierno de transición desestabilizó el suministro de electricidad también están relacionadas con estas reformas económicas neoliberales, que estaban destinadas directamente al sector de la energía. La aplicación de estas reformas, que ocurrió en un momento crítico, fue objeto de mucha coordinación y planificación. Como consecuencia del fracaso del sector en este aspecto, los usuarios fueron víctimas de recomendaciones de reformas injustas y de su aplicación ineficiente. La situación empeoró tras el golpe de Estado del 25 de octubre de 2021, en respuesta al cual se suspendió toda la ayuda extranjera. Como consecuencia de ello, el tesoro del Estado ahora está bajo creciente presión y ha acelerado la aplicación del paquete de reformas fallidas.