Transiciones injustas El papel de los Estados del Golfo en el «giro de sostenibilidad» de Oriente Medio y el Norte de África

Los países del Golfo están configurando activamente su destino frente a los desafíos climáticos. Comprender la dinámica es crucial para una transición energética justa en Medio Oriente y el Norte de África (MENA). La creciente influencia del Golfo crea un panorama regional polarizado que afecta el progreso social y democrático. También tiene implicaciones globales, ya que se esfuerzan por salvaguardar la demanda y las inversiones de combustibles fósiles a escala mundial.

Este ensayo explora la intrincada red de poder, política y energía en el Golfo y sus repercusiones globales en esta larga lectura reveladora, que se incluye en el libro "Dismantling Green Colonialism: Energy and Climate Justice in the Arab Region,” publicado en colaboración con Pluto Press.

Autores

Longread de

Christian Henderson
Unjust transitions: The Gulf states’ role in the ‘sustainability shift’ in the Middle East and North Africa

Illustration by Othman Selmi

En los últimos años, la capacidad de los Estados del Golfo [Pérsico] para lidiar con el cambio climático ha sido objeto de especulación en los medios de Occidente. En algunos casos, incluso se cuestiona la supervivencia misma de esos países. Según un artículo del periódico británico The Guardian, es probable que la región sufra un «apocalipsis» en el futuro cercano debido al aumento de la temperatura y a la elevación del nivel del mar.1 El artículo pinta un panorama de países configurados por la hostilidad de sus entornos, con sociedades frágiles que se derrumbarán ante la crisis climática. Además de las complicaciones del cambio climático, el artículo también sugiere que la merma en la demanda de petróleo y gas será una causa adicional del declive de los Estados del Golfo, ya que dependen de la exportación de hidrocarburos.

Aparte de su tono dramático, los relatos de este tipo tienen graves deficiencias analíticas. Tienden a suponer que los países del Golfo son actores pasivos en la política del cambio climático. En lugar de una fuente de poder, el control que tienen, de entre el 30 y el 40 por ciento de las reservas comprobadas de petróleo, se presenta como una vulnerabilidad, y se insinúa que el aumento en el uso de energías renovables significará que estos países se volverán superfluos a medida que la economía mundial haga la transición hacia formas verdes de energía. Basada en la idea de condiciones ambientales y climáticas compartidas, esta interpretación también supone que la región del Golfo está en la misma situación que otras partes de Oriente Medio y el Norte de África (MENA) en lo que respecta a la amenaza de la crisis climática y los desafíos de la transición energética.

El presente artículo contradice estos supuestos. Demuestra cómo, en lugar de ser productores impotentes, los países del Golfo están trabajando para asegurarse de permanecer en el centro del régimen energético mundial. Eso implica la formulación de una política dual: que les permita beneficiarse tanto de los combustibles fósiles como de las energías renovables. Los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) tienen la intención de extraer, producir y vender petróleo y gas, así como sus productos derivados, siempre que haya demanda.2 Al mismo tiempo, también se abren paso en los mercados de energía renovable y en el desarrollo de otros combustibles, como el hidrógeno, y utilizan su capital para invertir en parques eólicos y solares en la región de MENA. En contraposición con el supuesto de que los países del Golfo están expuestos a los mismos peligros socioecológicos que otros países de MENA, este capítulo también muestra que algunos de los Estados del CCG están invirtiendo en infraestructura que les ofrecerá cierta protección ante las crisis. Esto les dará una capacidad para gestionar alimentos, agua y energía que supera con creces la de otros países de la región y, al hacerlo, podrá brindarles cierta defensa contra los trastornos ambientales.

Captar estas dinámicas es esencial para comprender los contornos de una transición justa en la región de MENA. En esta zona, los flujos de energía, su extracción y desarrollo se han caracterizado por patrones históricos de dominación del Sur global por parte del Norte. El período colonial condujo a la integración subordinada de muchas sociedades regionales en la economía mundial. Las economías del Norte de África, por ejemplo, se definieron por la extracción de productos agrarios y recursos naturales, un legado que continúa hasta el día de hoy.3 Sin embargo, debe comprenderse que esta jerarquía también tiene una manifestación regional. El poder político y económico floreciente de los Estados del Golfo genera una dinámica regional sumamente polarizada. El capital del CCG se invierte en las economías formales de algunos de los países árabes más poblados: el Golfo es una de las mayores fuentes de capital extranjero en países como Jordania, Egipto y Sudán.4 Al mismo tiempo, los países del Golfo también desempeñan un papel en la supervisión de la política interna de estos Estados: la ayuda e inversión que les brindan apuntalan sus liderazgos, permitiéndoles sobrellevar los temporales económicos y reprimir el disenso político interno. En consecuencia, el poder de los Estados del Golfo es un obstáculo para el progreso social y democrático que implica una transición energética justa. El acceso equitativo a la energía limpia y otros recursos, como los alimentos y el agua, y formas de resarcimiento, como las reparaciones climáticas, requiere transformación política tanto como innovación ambiental y técnica.

Esta dinámica regional sumamente polarizada también tiene consecuencias internacionales. Uno de los objetivos políticos de los países del CCG es asegurar que la creciente inquietud social frente a las sombrías realidades de la crisis climática no desemboque en normativas estatales que interfieran con la demanda de combustibles fósiles y provoquen la pérdida de valor de su legado de combustibles fósiles. Este es un objetivo compartido con otras empresas, mercados y clases gobernantes de la economía mundial. En este sentido, la estrategia que logre una transición justa debe tener en cuenta el papel del Golfo en este tipo de alianzas y el resultado de su influencia en la economía global. El poder de los Estados del Golfo se manifiesta en sus inversiones en los mercados, la publicidad, los deportes y diversas instituciones internacionales, como la próxima Conferencia sobre el Clima de las Naciones Unidas a celebrarse en los Emiratos Árabes Unidos (EAU).

¿Un giro hacia la energía verde en el Golfo?

En los últimos años, las palabras de moda «sostenibilidad» y «economía verde» se han utilizado en los Estados del Golfo tanto como en cualquier otro lugar. Los países del CCG desean mostrarse a sí mismos como participantes entusiastas de la transformación ambiental.5 Esto es más evidente en Arabia Saudita, los EAU y Qatar, los tres países que son el foco de este capítulo. Los tres fomentaron la inversión en energías renovables y difundieron un programa de modernización ambiental, que incluye el plan de contar con «petróleo y gas descarbonizados», una economía circular, agricultura vertical y una serie de soluciones basadas en la tecnología.6,7 Sin embargo, estas concepciones ocultan una realidad muy lejana del principio y la práctica de la sostenibilidad ambiental. En realidad, estos países no tienen la intención de limitar su producción de petróleo y han manifestado el compromiso de seguir expandiéndola mientras exista demanda. En este sentido, la posición del Golfo está completamente alineada con la de la mayoría de los exportadores de hidrocarburos y las compañías petroleras.

Esta posición fue expresamente declarada por funcionarios del Golfo. En el verano boreal de 2021, el ministro de Energía de Arabia Saudita, el príncipe Abdulaziz bin Salman Al Saud, lo comunicó con absoluta claridad. Según un informe de Bloomberg, en una reunión privada el príncipe comentó la intención de su país de seguir produciendo y vendiendo petróleo cueste lo que cueste. «Seremos los únicos que quedaremos en pie», dijo, «se extraerá cada molécula de hidrocarburo».8 Esta opinión también fue expresada por otros funcionarios de la región. En 2022, la ministra de Estado de los EAU para el clima y la seguridad alimentaria, Mariam al-Mheiri, afirmó que «mientras el mundo necesite petróleo y gas, se lo proporcionaremos».9 Esta intención de proteger el valor de los activos de hidrocarburos y satisfacer la demanda se refleja en los planes de cada uno de los Estados del Golfo de aumentar su producción de petróleo y gas.10

¿Ante este compromiso inquebrantable con el petróleo y el gas, cómo encajan las energías renovables en las políticas energéticas de los Estados del Golfo? En primer lugar, debe destacarse que el progreso actual de la región en la transición hacia la energía renovable sigue siendo muy lento. En 2019, los EAU tenían la mayor producción de energía renovable en su mix energético en comparación con los demás Estados del CCG, con un 0,67 por ciento del consumo total de la energía nacional del país.11 Esa cifra es muy inferior a la de muchos países fuera del CCG.12 Sin embargo, algunos países del Golfo manifestaron la intención de cambiar esta situación. Los EAU anunciaron que se comprometían a satisfacer el 50 por ciento de su demanda eléctrica con «energía limpia» para 2050, utilizando una combinación de energía renovable, nuclear y «carbón limpio».13 Arabia Saudita pretende alcanzar la misma meta para 2030.14

Estas son políticas muy ambiciosas y deben tomarse con cierto escepticismo. Tales declaraciones permiten a estos países mostrar la apariencia de aspirar a la sostenibilidad ambiental. El compromiso con la transición a las energías renovables es, por lo tanto, parte de un compromiso aparente con la sostenibilidad ambiental más amplio, que también se manifiesta en exposiciones públicas, como la Expo 2020 de Dubái, que estuvo impregnada de narrativas sobre la sostenibilidad.15 Las narrativas sobre la conciencia ecológica también sustentan proyectos importantes, como Neom, la ciudad futurista que se planifica para la costa del Mar Rojo de Arabia Saudita. Según el material promocional, Neom será un «modelo para el mañana en el que la humanidad avanza sin comprometer la salud del planeta».16 En algunos casos, estas campañas de relaciones públicas generan declaraciones que son evidentemente falsas. Los organizadores de la Copa Mundial de fútbol celebrada en Qatar en 2022 aseguraban que se trataba del primer torneo de la historia neutro en carbono, una afirmación que fue desacreditada rápidamente por periodistas y activistas.17

Más allá de la naturaleza cuestionable y superficial de estas afirmaciones, este ecoblanqueo exagerado cumple un propósito importante. Ayuda a ocultar la realidad de la función de los Estados del Golfo como importantes productores de petróleo y gas en la economía mundial. Permite que estos países mantengan su legitimidad en el escenario internacional y asegura su protagonismo en los debates sobre política energética. Por un lado, el compromiso con el petróleo y el gas garantizará que los Estados del CCG conserven el control de los mercados energéticos, reflejado en el papel de liderazgo de Arabia Saudita, los EAU, Kuwait y Qatar en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Por otro lado, la imagen de sostenibilidad y conciencia ambiental presenta a los Estados del Golfo como importantes actores en los mercados de energía renovable y de un futuro con menores emisiones de carbono. Un ejemplo es la próxima Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP28, que se llevará a cabo en 2023 en Dubái. Estas cumbres internacionales sobre el clima, que se celebran desde hace treinta años, tienen como meta llegar a un tratado internacional que limite las emisiones de gases de efecto invernadero y así frenar el cambio climático. Sin embargo, las negociaciones de la COP28 en los EAU serán presididas por el director de la Compañía Nacional de Petróleo de Abu Dabi (ADNOC), una medida que equivale a «poner al lobo a cuidar de las ovejas», en opinión de un activista.18 Esto obviamente plantea una contradicción, pero es algo que caracteriza la política de sostenibilidad en todas partes.

Aparte de la política, sin embargo, es probable que los Estados del Golfo a la larga tomen medidas para aumentar la proporción de energías renovables en su combinación energética a nivel nacional. Quizás no logren la transición rápida que prometieron, pero es probable que la energía renovable consolide su posición en el centro de la extracción mundial de petróleo. Para comprenderlo, es necesario indagar más en la configuración de la economía energética de la región y en las necesidades de metabolismo social en una ecología cálida y árida.19 Estos países tienen niveles muy altos de consumo de energía. Arabia Saudita, los EAU y Qatar tienen algunos de los mayores niveles de consumo de electricidad per cápita del planeta,20 y el consumo per cápita de todos los Estados del CCG es superior al promedio de los países de ingresos altos. Un motivo es el consumo de energía dedicado al aire acondicionado, una demanda que se exacerbó gracias a la energía subsidiada, aunque muchos gobiernos del CCG están reduciendo ese apoyo. Otro motivo de la demanda elevada es la producción de agua desalinizada, que constituye la mayor parte del consumo de agua en la mayoría de los Estados del Golfo. La desalinización es un proceso que requiere gran consumo de energía. En Arabia Saudita, por ejemplo, representa un 20 por ciento del consumo de energía.21 Un cálculo sugiere que las plantas de desalinización de los Estados del Golfo consumen un 0,2 por ciento de la electricidad mundial.22 Gracias al crecimiento económico y demográfico, esta demanda de energía creció en los últimos años. En Arabia Saudita, por ejemplo, el consumo se duplicó con creces, pasando de 1335 teravatios-hora (TWh) en 2000 a 3007 TWh en 2021.23 Se pueden observar aumentos similares en otras partes de la región.

Este enorme consumo de energía se está convirtiendo en un obstáculo costoso para las economías del Golfo. La electricidad en estos países se genera principalmente en centrales eléctricas de petróleo y gas. Como resultado del aumento de la demanda interna, se desvían cantidades cada vez mayores de petróleo cuyo destino era la exportación a consumidores internacionales, que pagan precios de mercado. La demanda interna de petróleo no muestra indicios de disminuir, y algunos cálculos sugieren que el consumo interno podría seguir creciendo hasta un 5 por ciento al año.24 Un estudio sugiere que para 2030 el consumo interno de petróleo en Arabia Saudita podría igualar la cantidad que se exporta.25 Estas tendencias impulsan la expansión de la producción de energía renovable en los Estados del Golfo. En estos países, el giro hacia la energía verde lo impulsa en realidad la necesidad de conservar el petróleo para la exportación. El motivo radica en el compromiso con la sostenibilidad fiscal, en lugar de la preocupación por el medio ambiente.

Un mercado nuevo

Además de la necesidad de reconfigurar la producción nacional de energía, los Estados del Golfo también consideran que las energías renovables y combustibles como el hidrógeno son una nueva oportunidad de mercado. La energía verde es un activo de inversión para el excedente de capital de los países del CCG. El sector es relativamente de bajo riesgo: recibe apoyo de instituciones de financiación para el desarrollo y garantías de los gobiernos anfitriones. Así, los conglomerados del Golfo están activos en el sector. Han surgido nuevas empresas de energía que con frecuencia reciben respaldo y financiación estatales, como es el caso de Masdar, en los EAU. La empresa, que es propiedad del estado de Abu Dabi, se dio a conocer inicialmente con el plan de construcción de una ciudad en la capital basada en el principio de sostenibilidad, que utilizaría energía renovable.26 La empresa también tiene un gran brazo de inversión que posee alrededor de 20 000 millones de dólares en activos de energía renovable en varios mercados del planeta.27 Otro caso es ACWA, parcialmente propiedad del Estado saudí. Esta empresa, que tiene presencia en todo el mundo, posee 75 000 millones de dólares en activos, pero solo un pequeño porcentaje se encuentra en la categoría de energía renovable.28

Estas empresas están muy activas en la región de MENA. Economías como las de Marruecos, Jordania y Egipto son accesibles para las empresas del Golfo debido a sus sólidas relaciones bilaterales. Las adquisiciones en el campo de las energías renovables en el Golfo suelen incluirse en paquetes de ayuda e inversiones liderados por el Estado, lo que asegura que los proyectos reciban respaldo del mayor nivel. Esto forma parte de la tendencia de la creciente influencia de los Estados del Golfo en la política y la economía de la región. Es un patrón que va de la mano con la inversión en otros sectores, como la producción de alimentos y la infraestructura, así como la ayuda estatal directa a aliados regionales. El ejemplo más claro es Egipto: se calcula que entre 2014 y 2016, Arabia Saudita, los EAU y Kuwait brindaron al Gobierno del presidente Abdelfattah al-Sisi ayuda por unos 30 000 millones de dólares. Esto fue clave para posibilitar su mandato y estabilizar el país en la fase contrarrevolucionaria posterior a la revolución de 2011. Esta corriente de dinero fue fundamental para la restauración del régimen autoritario en el más poblado de los países árabes.

Un ejemplo de apoyo interestatal en el sector de las energías renovables quedó patente en la COP27, celebrada en la localidad egipcia de Sharm el-Sheij en noviembre de 2022. El jeque Mohammed bin Zayed, presidente de los EAU, y Abdelfattah al-Sisi asistieron personalmente a la firma de un acuerdo entre Masdar e Infinity, la mayor empresa de energías renovables de Egipto, para la construcción de un parque eólico que sería el mayor de su tipo en el país.29 Otro ejemplo es un convenio firmado entre los gobiernos de los EAU, Egipto y Jordania en 2022, llamado Alianza Industrial para el Crecimiento Económico Sostenible, que abarca alimentos, fertilizantes, textiles, productos farmacéuticos, minerales y petroquímicos.30 El acuerdo también incluye planes para mejorar la producción de energía renovable.

Una dimensión de estos acuerdos es el papel que tuvo la financiación de los bancos de desarrollo. Instituciones como el Banco Mundial, el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo y el Banco Africano de Desarrollo financiaron proyectos en los que Estados del Golfo han invertido. La participación tanto de los Estados como de estas instituciones internacionales crea actores poderosos en estos proyectos y les quita el factor de riesgo. Este tipo de apoyo ha permitido que los inversores del Golfo se conviertan en protagonistas de las políticas de energía renovable de algunos Gobiernos de la región de MENA. Los capitales del Golfo se han afianzado en el futuro energético de la región, asegurando ganancias con la transición a las energías renovables.

Un claro ejemplo de la poderosa combinación de actores estatales e institucionales es el Complejo Solar de Ouarzazate, en Marruecos, una de las mayores plantas de energía solar concentrada del mundo. El proyecto es financiado por un consorcio que incluye a ACWA, de Arabia Saudita, la Agencia Marroquí de Energía Solar y TSK, una empresa española. Otros patrocinadores son el Banco Mundial y otros bancos de desarrollo. Otro ejemplo es la inversión de AMEA Power, una empresa emiratí, en un parque eólico y una planta de energía solar en Egipto. Estos proyectos se llevan a cabo en colaboración con la Corporación Sumitomo y son financiados por la Corporación Financiera Internacional, el Banco Holandés de Desarrollo Empresarial y la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional.31

Una propuesta firmada por los EAU, Israel y Jordania pone de manifiesto la medida en la cual el dinero del CCG se está incorporando en el futuro de las energías renovables y la gestión de los recursos en la región. Los tres Estados acordaron un plan para que Masdar, de los EAU, invierta en una instalación de energía solar en Jordania que venderá su electricidad exclusivamente a Israel. A cambio, Israel le venderá agua desalinizada a Jordania.32 De concretarse, el arreglo mostraría cómo el capital emiratí y la tecnología israelí podrían avanzar en la región. El acuerdo también normalizará y profundizará la ocupación de Israel en los territorios palestinos y el sistema de apartheid que impone a la población palestina. Demuestra cómo este tipo de proyectos puede tener resultados sumamente desiguales. La energía de un parque solar construido en territorio jordano se desviará al mercado israelí. Las redes de producción de agua y electricidad se entregarán a consumidores más ricos, con exclusión de las poblaciones desfavorecidas que están subyugadas por la ocupación militar.

En conjunto con la energía solar y eólica, el hidrógeno podría desempeñar un papel en la transición energética como un combustible/transportador de energía alternativo.33 Varios países del Golfo, como Arabia Saudita, Qatar, Omán y los EAU, anuncian proyectos para atender la creciente demanda mundial de hidrógeno. Está por verse si estos proyectos producirán hidrógeno «verde» (a partir de fuentes renovables), «azul» (de gas con captura de carbono) o «gris» (de combustibles fósiles sin captura de carbono). Es difícil determinar en qué medida el producto final será un combustible con emisiones de carbono bajas o cercanas a cero. La ventaja competitiva de estos países es el gas natural: mediante este combustible producirían hidrógeno a un costo muy inferior que si utilizan energía renovable y enormes cantidades de agua desalinizada (lo que exigiría un mayor consumo de energía). El hidrógeno verde costará hasta 11 veces más que el gas natural, cinco veces más que el hidrógeno gris y dos veces más que el azul.34 No obstante, los pormenores de estos planes son imprecisos y es posible que la clasificación de las categorías de hidrógeno se desdibuje, lo que dificultaría determinar si estos combustibles realmente tienen emisiones de carbono bajas o nulas.

Los inversores del Golfo también están adquiriendo activos extranjeros en el sector del hidrógeno. Egipto pretende convertirse en un centro de producción de hidrógeno verde (y azul), y las empresas del CCG buscan beneficiarse con estos planes. Por ejemplo, Masdar firmó una propuesta para invertir en dos instalaciones de hidrógeno verde en Egipto, una en la costa mediterránea y otra en la Zona Económica del Canal de Suez, en la localidad de Ain Sukhna, en la costa del Mar Rojo.35 El acuerdo también incluye un plan para la producción de amoníaco verde, que puede utilizarse para producir fertilizantes «neutros en carbono». Otras empresas del Golfo también invierten en la estrategia de Egipto para convertirse en un centro de producción de hidrógeno verde. El Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo también contribuyó a financiar a una empresa egipcia que participa en este plan también. De esta manera, estos proyectos carecen de riesgos gracias a la financiación del Golfo y de Europa.36

Aún está por verse si estos planes son viables y realistas, pero el enfoque puesto en el hidrógeno tiene fuertes connotaciones políticas. El hidrógeno se pregona como la panacea de los mercados energéticos. Es considerado un medio para reducir el consumo de combustibles fósiles, que adquirió una urgencia adicional desde la invasión de Rusia a Ucrania en 2022, como consecuencia de la cual muchos gobiernos europeos se vieron obligados a buscar alternativas a la dependencia de las exportaciones de gas ruso. Si estos planes se concretan, resultarán en la expansión de proyectos de energía renovable (solar y eólica), con la inversión de capitales del Golfo y de Occidente en proyectos liderados por el Estado que se integrarán a las redes energéticas europeas. Desde la perspectiva de los productores del Golfo, un posible motivo de esta política es el papel que desempeña el gas en la producción de hidrógeno. El crecimiento de los mercados de hidrógeno ofrece una cobertura que permite a las economías del Golfo participar en la transición energética y, a la vez, mantener el valor de sus reservas de gas.

Una región de desigualdad

¿Cómo utilizan los Estados del Golfo los ingresos derivados de los hidrocarburos para salvaguardar su futuro ante los riesgos del cambio climático? Los recursos y capitales en poder de estos países los sitúan en la cima de la jerarquía política y económica regional, caracterizada por una creciente polarización. Existe una desigualdad abismal entre los países pobres de la región y los ricos. Por ejemplo, el PIB per cápita en Yemen es de 701 dólares, mientras que en los EAU asciende a 44 315 dólares.37 En otras partes de la región hay más ejemplos de esta diferencia: el PIB per cápita en Siria es de 533 dólares, mientras que el de Qatar supera los 66 000 dólares.38 Debido a este desequilibrio, los países de MENA no comparten las mismas posturas en cuanto a las consecuencias del cambio climático. El poder político y económico de los Estados del Golfo significa que tienen una mayor capacidad para gestionar los problemas de un clima cada vez más cálido. Esta capacidad contrasta con la de otros países de la región, como Yemen, Líbano y Siria, que padecen un colapso económico, la abrumadora deuda pública, conflictos e inestabilidad interna.

La situación de la seguridad alimentaria de los Estados del Golfo es tan solo un ejemplo de esta desigualdad regional. Los países del CCG dependen en gran medida de las importaciones de alimentos; importan entre el 80 y el  90 por ciento de sus productos básicos. Esto genera vulnerabilidad ante las turbulencias geopolíticas que podrían afectar la logística y las cadenas de suministro. Los países del Golfo han utilizado su capital para mitigar este riesgo, y han realizado grandes inversiones en infraestructura de transporte y almacenamiento. Eso significa que pueden importar alimentos de distintos puntos del planeta, asegurando así una fuente diversificada de productos básicos. Los países del Golfo importan alimentos de todas las regiones, y también compraron tierras en el Norte de África, la zona del Mar Negro, Estados Unidos y América Latina.39 Asimismo, cuentan con grandes instalaciones de procesamiento de alimentos, aves de corral y lácteos, que atienden a los mercados del Golfo y les brindan cierta autosuficiencia, pero aún requieren la importación de materias primas, como pienso para ganado. Más recientemente, los Estados del Golfo comenzaron a invertir en capacidades agrotecnológicas que les permiten cultivar alimentos en entornos de interior totalmente controlados.40 Estos proyectos requieren mucha energía y se benefician de un suministro subsidiado de electricidad y otros insumos por parte de los Estados.41

También son una forma de modernización ecológica y un intento de tener mayor control sobre las relaciones sociales y ambientales de la producción de alimentos, lo que brinda beneficios en un clima cada vez más cálido. La ausencia de agricultura nacional genera dependencia de las importaciones, pero también reduce la exposición directa al cambio climático. Las sociedades que dependen mucho de la pequeña agricultura como fuente de ingresos y empleo son más vulnerables a las consecuencias de las crisis climáticas. La agricultura en Yemen, Egipto y Marruecos abarca entre un 20 y un 35 por ciento del empleo, mientras que en los Estados del Golfo constituye menos del 5 por ciento.42 Los Estados del Golfo no son totalmente inmunes a este peligro, ya que la crisis climática podría comprometer la producción en las regiones donde obtienen productos básicos, pero su poder adquisitivo y su diversificada red de cadenas de suministro reduce su exposición, al menos por el momento. El uso de los ingresos petroleros para financiar las importaciones de alimentos es otro ejemplo de cómo estos Estados siguen siendo muy dependientes de la exportación de petróleo y gas. Es una cuestión de importancia existencial para ellos.

La desigualdad regional también se manifiesta en la inversión del Golfo en la agroindustria extranjera. A veces, la literatura del desarrollo tiende a suponer que la cooperación y las corrientes de inversión regional son un medio para abordar las necesidades de seguridad alimentaria de los Estados de MENA. Estas corrientes se presentan como una forma de resolver la inseguridad alimentaria de los países del Golfo y, al mismo tiempo, invertir en los sectores agrícolas de las economías árabes más pobres.43 Sin embargo, la realidad de la inversión del Golfo en la agricultura contradice esta interpretación. La compra de grandes extensiones de tierra en Egipto, Sudán y Etiopía se destina a plantaciones que consumen agua y otros recursos para producir alimentos que se exportan directamente a los Estados del Golfo. Uno de los cultivos más comunes en estas plantaciones es la alfalfa, un alimento para ganado utilizado en los grandes establecimientos lácteos que se instalaron en los Estados del Golfo.44 Estas calorías se extraen de economías con niveles altos de inseguridad alimentaria e historias de hambruna. En Sudán, por ejemplo, los inversores del Golfo compraron más de 500 000 hectáreas de tierra, a menudo en zonas agrícolas de primera calidad junto al Nilo, tierras que los pequeños agricultores reclaman.45 Estos establecimientos producen granos y alimento para ganado que se exportan a las economías del CCG, aunque la población de Sudán sigue experimentando inseguridad alimentaria: de sus 44 millones de habitantes se calcula que 12 millones de personas padecen inseguridad alimentaria aguda46 y que medio millón de niños padecen desnutrición aguda grave. Estos tipos de adquisiciones de tierras a gran escala suelen describirse como «acaparamiento de tierras» y presentan amenazas bien documentadas a los derechos, medios de vida y salud de la población.47 El acaparamiento de tierras y la producción agrícola a gran escala dirigida a la exportación debilitan la soberanía alimentaria de países como Sudán.

Otra dimensión de la desigualdad regional es la capacidad de almacenamiento de granos, que actúa como un colchón ante las subidas de precios y las crisis de suministro. Esto es especialmente importante para los países árabes, dado que dependen de los alimentos importados, y ante la posibilidad de que se produzcan crisis climáticas y de mercado. Los países del Golfo realizaron grandes inversiones en silos de grano y almacenes de alimentos, y estas infraestructuras se incluyeron en sus proyectos de puertos y aeropuertos. En consecuencia, su capacidad de almacenamiento supera con creces la de otros países de la región. Por ejemplo, Arabia Saudita tiene una capacidad de almacenamiento de granos de unos 3,5 millones de toneladas y una población de 35 millones de personas,48 mientras que la capacidad de almacenamiento de Egipto es de unos 3,4 millones de toneladas y su población, de 105 millones de personas, es tres veces mayor que la de Arabia Saudita.49 La capacidad de almacenamiento de Qatar es cercana a las 250 000 toneladas para una población de 2,6 millones de personas,50 mientras que Yemen tiene una capacidad similar, pero para 30 millones de habitantes. Este contraste también se reitera en otras comparaciones entre países de la región, sobre todo con aquellas sociedades que sufrieron guerras y catástrofes. Por ejemplo, la devastadora explosión del puerto de Beirut en agosto de 2020 destruyó los silos de granos del puerto, con capacidad para 100 000 toneladas.

Además de los silos de alimentos, los Estados del Golfo también invierten en otras infraestructuras que les permitirán gestionar sus recursos esenciales frente a los efectos del cambio climático. Arabia Saudita, Qatar y los EAU terminaron de construir recientemente instalaciones de almacenamiento de agua que garantizarán el suministro. En algunos casos, estas instalaciones son de las mayores del mundo: el depósito de agua de 6,5 millones de metros cúbicos de Qatar alcanza para siete días de consumo nacional.51 La construcción de estas infraestructuras ilustra cómo los Estados del Golfo están seguritizando su metabolismo social: la capacidad de almacenamiento de agua y alimentos ofrecería resiliencia frente a conflictos, crisis climáticas y alteraciones logísticas. Esto permite comprender la divergencia de las trayectorias de desarrollo de la región: la capacidad para hacer frente al cambio climático, el estrés ambiental y sus posibles conmociones es muy desigual.

El Golfo y la transición justa

Los principios sociales y económicos inherentes a una transición justa están reñidos con las estrategias que se analizaron en las páginas anteriores. Al invertir en energías renovables, la agroindustria y la mejora de las infraestructuras, los Estados del Golfo llevan a cabo un programa de modernización ambiental que exige mucho capital y tecnología. Esto implica arreglos tecnológicos y la acumulación por desposesión en nombre de la «sostenibilidad». Estos métodos están motivados principalmente por consideraciones de lucro y seguridad, siendo el compromiso con la sostenibilidad ambiental una inquietud secundaria. Este enfoque hace poco o ningún hincapié en la igualdad, la justicia y las necesidades básicas universales. Se basa en la idea de que la sostenibilidad ambiental es una cuestión tecnocrática, que puede desvincularse de las cuestiones sumamente políticas de la distribución de la riqueza y los recursos, el consumo y la obtención de beneficios.

Se trata de una propensión que tiene ramificaciones regionales. Como ya se analizó, la influencia de los Estados del Golfo se hace patente en sus inversiones en energías renovables en economías como las de Egipto, Túnez, Marruecos y Jordania. Con sus inversiones, los conglomerados estatales del CCG se están afianzando en la transición regional de las energías renovables. Sin embargo, esta influencia también está presente a un nivel más amplio en toda la región. La ayuda y la inversión de los Estados del Golfo contribuyen a sostener a varios gobiernos árabes, como los de Egipto, Jordania y Túnez: los Estados del Golfo otorgan préstamos que financian a estos Gobiernos y los apuntalan. Además de la financiación, los Estados del Golfo también encauzan la política regional de otras maneras. Arabia Saudita y los EAU lanzaron una intervención militar en Yemen, y Qatar y Arabia Saudita dieron su apoyo a representantes reaccionarios en Siria. Estas intervenciones cierran el espacio democrático necesario para una transición con auténtica justicia y dificultan la aparición de movimientos sociales que puedan exigir un uso más equitativo y sostenible de los recursos nacionales. Además, como ya se ha comentado, el uso de grandes extensiones de tierra para la producción de energías renovables y establecimientos agroindustriales suele basarse en el despojo de otros usuarios de la tierra. Esa apropiación se consigue mediante formas de gobernanza autoritarias y represivas. Para lograr una transición justa en muchos países de la zona árabe, la cuestión de la justicia social y ambiental debe tener en cuenta esta dimensión regional. El camino del cambio revolucionario y social no puede entenderse como si solo implicara luchas determinadas por el conflicto de clases a nivel nacional: el peso de la influencia del Golfo en la economía política regional también debe incluirse en la ecuación.

Estos obstáculos a la transición justa también pueden observarse a escala mundial. Los Estados del Golfo están presentes en la política del cambio climático y utilizan sus recursos para lavar la imagen de la economía basada en el petróleo. Esto se manifiesta en el ecoblanqueo y la creación de una marca (branding) de sostenibilidad que llevan a cabo estos países y que quedó patente en el nombramiento de un ejecutivo petrolero como presidente de la COP28. Este marketing también es evidente en las inversiones de los Estados del Golfo en activos de alto perfil en Occidente. El ejemplo más claro se encuentra en el fútbol: algunos de los equipos de fútbol más importantes de Europa son propiedad de países del Golfo o han firmado convenios publicitarios con aerolíneas y entidades de la región. Al ser propietarios de clubes como París Saint-Germain, Barcelona, Newcastle y Manchester City, los Estados del Golfo blanquean su reputación e internalizan sus ingresos procedentes del petróleo y el gas en estos emblemas del orgullo y la identidad de la clase trabajadora. Se trata de un esfuerzo por conservar la familiaridad de los combustibles fósiles a través de la cultura y garantizar su demanda continua en el mercado mundial.

Los Estados del Golfo no están solos en su intención de salvaguardar un clima político que siga aceptando las emisiones de carbono procedentes del petróleo y el gas. Su compromiso con los combustibles fósiles se alinea con el capital internacional; comparten este objetivo con las transnacionales, los mercados financieros y los Estados. Los Estados del Golfo son indispensables para la hegemonía de estas estructuras, por sus exportaciones de petróleo y gas y por sus capitales, que se invierten en toda la economía mundial. Esto garantizará que los Estados del Golfo sigan siendo un foco de poder imperial por un tiempo. Además, la creciente demanda de energía de las economías emergentes de Asia asegurará que los países del Golfo mantengan esta relevancia. Teniendo esto en cuenta, los intentos de lograr una transición justa en las sociedades de Oriente Medio tendrán que enfrentarse a esta alianza de las clases dirigentes nacionales, los Estados del Golfo y el capital mundial.

Sin embargo, a pesar de su poder, los Estados del Golfo se enfrentan a una serie de incertidumbres. Como todas las sociedades, las suyas no son inmunes a las realidades del cambio climático. Su dependencia económica del petróleo y el gas significa que deben diversificar sus economías para pagar el costo creciente de las importaciones de alimentos, la producción de energía y el consumo de agua. El aumento de las temperaturas afectaría el rendimiento de los alimentos en todo el mundo y trastocaría las cadenas internacionales de productos básicos, y esa perturbación podría afectar a estas economías. A escala regional, también podría ponerse a prueba su capacidad para apuntalar la alianza autoritaria sobre la que descansa en parte su acumulación y extracción de alimentos. Las presiones que provocaron las revoluciones árabes de 2010 y 2011 no están resueltas; aún es necesaria una profunda reconfiguración estructural. Es demasiado pronto para prever cómo evolucionarán estos dilemas, pero los Estados del Golfo no son inmunes a las reivindicaciones populares de democracia, equidad y redistribución que definen a la transición justa.

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