La realidad de la crisis climática ya se está sintiendo en la región árabe,1 donde está socavando las bases ecológicas y socioeconómicas de la vida humana. Países como Argelia, Túnez, Marruecos, Arabia Saudita, Irak, Jordania y Egipto están experimentando graves olas de calor y sequías prolongadas, que tienen efectos devastadores en la agricultura y los pequeños productores.2 Irak, que es considerada una de las cinco naciones más vulnerables al cambio climático y la desertificación, fue azotado por varias tormentas de arena en 2022 que provocaron el cierre de gran parte del país y la hospitalización de miles de personas por problemas respiratorios. El Ministerio de Medio Ambiente del país ha advertido que en los próximos 20 años el país podría afrontar un promedio de 272 días de tormentas de arena al año y que podría superar los 300 días de aquí a 2050.3 En el verano de 2021, Argelia sufrió devastadores incendios sin precedentes; en Kuwait hubo una ola de calor sofocante, en la que se registró la temperatura más elevada de la Tierra ese año, que superó los 50 °C; y Emiratos Árabes Unidos, Yemen, Omán, Siria, Irak y Egipto experimentaron inundaciones devastadoras, mientras que Marruecos sufrió intensas sequías por tercer año consecutivo. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) prevé que dentro de unos años los eventos climáticos extremos, como incendios e inundaciones, se intensificarán y la aridez y las sequías aumentarán en las regiones del mar Mediterráneo y el golfo Pérsico.4
«Si queremos limitar el calentamiento global a 1,5 °C el momento es ahora». Esa es la advertencia del grupo de trabajo del IPCC que llevó a cabo un examen exhaustivo de la ciencia climática en 2022. El examen advierte que, según las predicciones, la temperatura del mundo aumentará en 1,5 °C en los próximos 20 años y que únicamente si se reducen drásticamente las emisiones de carbono en forma inmediata se podrá prevenir un desastre ambiental y climático. Dado que estos exámenes se llevan a cabo cada seis o siete años, esta podría considerarse la última advertencia del IPCC antes de que el mundo se encamine irrevocablemente a una catástrofe climática, con consecuencias terribles. Como declaró el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, cuando se publicó el informe: «En términos concretos [este nivel de calentamiento global] implica que las principales ciudades estarán bajo agua, habrá olas de calor sin precedentes, tormentas atemorizantes y escasez de agua generalizada, y un millón de especies de plantas y animales se extinguirán».
La población marginada, incluidos los pequeños productores, los agropastoralistas, los trabajadores agrícolas y los pescadores, sufre estos impactos en forma desproporcionada. Las personas del mundo árabe ya están siendo obligadas a abandonar sus tierras debido a las sequías y las tormentas de invierno cada vez más intensas y frecuentes que provocan la expansión de los desiertos y el aumento del nivel del mar.5 Los cultivos están fracasando y el suministro de agua es cada vez más escaso, lo cual tiene un gran impacto en la producción de alimentos en una región que siempre ha dependido de la importación de alimentos.6 A medida que se comienzan a sentir cada vez más los efectos del cambio climático, los recursos de agua se vuelven cada vez más escasos debido a los cambios en las precipitaciones y la intrusión del agua marina en las reservas subterráneas, así como el uso excesivo del agua subterránea. Según un artículo de la publicación The Lancet, ello provocará que la mayoría de los países árabes tenga un nivel de pobreza hídrica absoluta de 500 m³ por persona al año para 2050.7
Los científicos del clima prevén que en gran parte de Oriente Medio y el Norte de África el clima podría cambiar de modo tal que la supervivencia de sus habitantes estaría en peligro.8 En el Norte de África, por ejemplo, los pequeños agricultores del delta del Nilo y las zonas rurales de Marruecos y Túnez, los pescadores de Yerba y Kerkennah en Túnez, los habitantes de In Salah en Argelia, los refugiados saharauis en los campamentos de Tindouf en Argelia y las millones de personas que viven en asentamientos irregulares en El Cairo, Jártum, Túnez y Casablanca son los grupos más afectados por el cambio climático. En otras partes de la región árabe, pequeños productores y pescadores en los territorios ocupados de Palestina; desplazados internos y refugiados en Irak, Siria, Líbano, Yemen y Jordania; y trabajadores migrantes sobreexplotados en los Emiratos Árabes Unidos y Qatar afrontarán la violencia de la crisis climática, para lo cual contarán con muy poca protección, ya que suelen vivir en condiciones deplorables, sin atención médica rutinaria y corren peligro de malnutrición.
La crisis climática no es un hecho inevitable: ha sido y sigue siendo provocada por la quema persistente de combustibles fósiles –una decisión fundamentalmente de las empresas y los Gobiernos del hemisferio Norte, junto con las clases dominantes nacionales, incluso en la región árabe–. Los planes de energía y clima en esa parte del mundo son concebidos por regímenes autoritarios y quienes los apoyan en Riad, Bruselas y Washington, D.C. Las élites locales colaboran con las empresas multinacionales y las instituciones financieras internacionales, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo. A pesar de todas sus promesas, las acciones de estas instituciones demuestran que son enemigas de la justicia climática y de la propia supervivencia de la humanidad.
Cada año, líderes políticos, asesores, medios de comunicación y grupos de interés empresariales se reúnen para una nueva edición de la Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas a fin de abordar el problema del cambio climático. Pero a pesar de la amenaza que afronta el planeta, los gobiernos siguen permitiendo el aumento de las emisiones de carbono y el empeoramiento de la crisis. Tras 30 años de lo que la activista medioambiental sueca Greta Thunberg ha denominado «bla, bla, bla», ha quedado en evidencia que estas negociaciones sobre el clima son deficientes y están fracasando. Han sido cooptadas por el poder empresarial y los intereses privados que promueven soluciones falsas orientadas al lucro, como el comercio de carbono, las denominadas «soluciones cero neto» y «soluciones basadas en la naturaleza», en lugar de obligar a los países industrializados y a las empresas multinacionales a reducir las emisiones de carbono y dejar de explotar combustibles fósiles.9
Cuando la COP28 tenga lugar en Dubái, Emiratos Árabes Unidos, en 2023, las negociaciones sobre el clima se habrán celebrado cinco veces en la región árabe desde que comenzaron en 1995: la COP7 (2001) y la COP22 (2016) en Marrakech, Marruecos; la COP18 (2012) en Doha, Qatar; y la COP27 (2022) en Sharm el-Sheikh, Egipto. En los últimos años, y especialmente desde que el Acuerdo de Clima de París celebrado en 2015 retrocedió respecto de las metas vinculantes (que ya eran extremadamente insuficientes) establecidas en el Protocolo de Kioto para permitir a los países determinar en forma independiente sus propias metas de reducción de emisiones, ha aumentado el escepticismo respecto de la capacidad de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) para hacer frente al desafío más urgente de la humanidad. Las COP atraen una enorme atención de los medios de comunicación, pero no suelen lograr resultados significativos. La COP27, celebrada en Sharm el-Sheikh, Egipto, en 2022, logró un acuerdo sobre el pago de pérdidas y perjuicios que ha sido elogiado por algunas personas como una medida importante para responsabilizar a los países más ricos de los daños causados por el cambio climático en el Sur global.10 Sin embargo, dado que el acuerdo carece de mecanismos claros de financiación y control, los críticos temen que correrá con la misma suerte que la promesa incumplida (realizada por primera vez en la COP15 en Copenhague en 2009) de destinar 100 000 millones de dólares anuales a la financiación para el clima en 2020. Esa promesa nunca se cumplió plenamente y, en cambio, en muchos casos la asistencia adoptó la forma de préstamos con intereses.11 Con respecto a la COP28, la designación por los Emiratos Árabes Unidos de Sultan al-Jaber, director ejecutivo de la empresa nacional de petróleo de Abu Dabi, para presidir las negociaciones parece simbolizar para muchos activistas y observadores el compromiso profundo de seguir extrayendo petróleo, independientemente del costo, que ha caracterizado a las negociaciones hasta ahora.
Los Estados de Oriente Medio y el Norte de África, con sus empresas nacionales de petróleo y gas natural, junto con las principales empresas petroleras, están haciendo todo lo posible para continuar y ampliar sus operaciones y lucrar con los combustibles fósiles que aún poseen. Egipto, bajo la presidencia de Abdelfattah al-Sisi, desea convertirse en un gran centro energético en la región, mediante la exportación de su electricidad excedentaria y la movilización de diversas fuentes de energía, como el gas mar adentro, el petróleo, las energías renovables y el hidrógeno, para satisfacer las necesidades energéticas de la Unión Europea. Ello está inevitablemente vinculado a los esfuerzos de normalización de las relaciones políticas y económicas con el Estado colonial de Israel. El régimen argelino, por su parte, también se está beneficiando del precio del petróleo y aprovechando que la Unión Europea está buscando desesperadamente alternativas al gas de Rusia a fin de ampliar sus operaciones y planes de combustibles fósiles. Los países del golfo Pérsico, como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Qatar, no son la excepción. Las clases dominantes de la región han hablado durante decenios de la «era pospetróleo», y los Gobiernos sucesivos se han llenado la boca durante mucho tiempo sobre la transición a energías renovables sin adoptar medidas concretas, además de planes y proyectos grandiosos y poco realistas, como la propuesta controvertida de la megaciudad de Neom en Arabia Saudita. Para estas clases dominantes, las instancias del proceso de la COP representan una oportunidad única para promover su agenda de lavado verde, así como sus esfuerzos de atraer y captar fondos y financiación para diversos proyectos energéticos y supuestos planes de energía «verde».
El hecho de que Egipto fuese el anfitrión de la COP de 2022 fue polémico debido a la trayectoria de represión del Gobierno y a sus esfuerzos para prevenir el acceso de grupos ambientalistas y activistas del clima a la cumbre. De hecho, la COP27 de Sharm el-Sheikh fue una de las conferencias más excluyentes de la historia, dado que se redujo considerablemente el espacio dedicado al activismo, la disidencia, las discusiones, los debates, el establecimiento de nuevos contactos y redes, las estrategias colectivas y las movilizaciones que son necesarias para ejercer presión en los responsables de la adopción de decisiones a nivel mundial a fin de que cumplan sus promesas y promuevan soluciones reales a la emergencia climática que estamos viviendo. La decisión de seleccionar a Egipto como anfitrión en 2022 y de Emiratos Árabes Unidos en 2023 no es casual y es un claro indicio de que todo el proceso de la COP se está volviendo más antidemocrático y excluyente. Además, la intensificación de las rivalidades geopolíticas desatada por la guerra en Ucrania no es un contexto propicio para la cooperación entre las principales potencias y brinda otra excusa para seguir con la adicción mundial a los combustibles fósiles. De hecho, podría ser el fin de las negociaciones mundiales sobre clima.
La supervivencia de la humanidad depende de abandonar la extracción de combustibles fósiles y adaptarse al clima cambiante, mientras avanzamos hacia energías renovables, niveles sostenibles de uso de energía y otras transformaciones sociales. Se gastarán miles de millones de dólares en intentar adaptarse y hallar nuevas fuentes de agua, reestructurar la agricultura y cambiar los cultivos, construir diques marítimos para alejar el agua salada, cambiar la forma y el estilo de las ciudades e intentar realizar la transición hacia fuentes de energía verdes mediante la construcción de la infraestructura necesaria y la inversión en empleos y tecnología verde. Pero ¿a quién beneficiarán esta adaptación y transición energéticas? Y ¿quién pagará los mayores costos de la crisis climática y de las respuestas a ella?
Las mismas estructuras de poder avaras y autoritarias que han contribuido al cambio climático son las que están elaborando su respuesta. Su objetivo principal es proteger los intereses privados y generar aún más lucro. Aunque las instituciones financieras internacionales, como el Banco Mundial y el FMI, y los Gobiernos del hemisferio Norte y sus organismos, como la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la Unión Europea y la Agencia Alemana de Cooperación Internacional (GIZ), ahora están expresando la necesidad de llevar adelante una transición climática, su visión es de una transición capitalista, a menudo dirigida por empresas, no por las y los trabajadores. A pesar de que las voces de las organizaciones de la sociedad civil y los movimientos sociales en la región árabe suelen ignorarse en lo que respecta a las repercusiones de esta transición y la necesidad de alternativas justas y democráticas, las instituciones y los gobiernos mencionados expresan su opinión, organizando eventos y publicando informes en todos los países de la región árabe. Estos actores no temen destacar los peligros del calentamiento global e incluso apoyan la adopción de medidas urgentes, como el uso de más energía renovable y la elaboración de planes de adaptación. No obstante, su análisis del cambio climático y la transición necesaria sigue siendo limitado –e incluso peligroso, dado que amenaza con reproducir los parámetros de despojo y saqueo de recursos que caracterizan el régimen de combustibles fósiles reinante–.
La visión de futuro promovida por estos actores poderosos es una en la cual las economías están al servicio del lucro privado, incluido mediante una mayor privatización del agua, la tierra, los recursos, la energía e incluso de la atmósfera. La última etapa en este desarrollo incluye las alianzas público-privadas que se están llevando a cabo en el sector energético en la región árabe, incluido en el ámbito de las energías renovables. El impulso hacia la privatización de la energía y el control empresarial de la transición energética es mundial y no es exclusivo de esta región, pero la dinámica aquí es bastante avanzada y hasta ahora solo ha enfrentado una resistencia limitada. Marruecos y Túnez ya están avanzando en esa dirección. En Túnez se está promoviendo una gran privatización del sector de energía renovable del país y se prevé otorgar incentivos enormes a inversores extranjeros para que produzcan energía verde en el país, incluso para la exportación. La legislación de Túnez –modificada en 2019– permite incluso utilizar tierra agrícola para proyectos de energía renovable en un país con una fuerte dependencia alimentaria,12 que quedó de manifiesto de manera cruda durante la pandemia de COVID-19 y sigue siendo visible en este momento debido a la guerra en Ucrania.
Cuando acontecimientos de este tipo ocurren en toda la región, destacan la importancia de formular las siguientes preguntas: «Energía para qué y para quién?» y «¿A quién beneficiará la transición energética?». Las instituciones financieras internacionales, las empresas y los Gobiernos están presentando a la supuesta «economía verde» y la visión dominante más amplia del denominado «desarrollo sostenible» como un nuevo paradigma, pero en realidad son una simple extensión de la lógica actual de acumulación de capital, mercantilización y financiarización, incluso del mundo natural.